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Biblioteca de la juventud hispano-amcricana

CARLOS PEREYRA

TEJAS

LA PRIMERA DESMEMBRACIÓN DE MÉJICO

VI

EDITORIAL -AMERICA

MADRID

CONCESIONARIA EXCLUSIVA PARA LA VEfiTA:

SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LIBRERÍA

FERRAZ, 25

EOIT0R!llL-HM^ERiea

Director: R. BLAAieO-POMBOlUA

PÜBLICACÍONES:

I Biblioteca Andrés Bello (literatura).

ÍI Biblioteca Ayacucho (historia).

III Biblioteca de Ciencias políticas y sociales.

IV BiblioteCfi de la Juventud hispano-americana.

V

Biblioteca (*e obras varias (españoles é hispano- americanos).

VI Biblioteca de historia colonial de América.

VII Biblioteca de autores célebres (extranjeros).

De venta en todas las buenas librerías de España g América, Imprenta de Juan Pueyo, Luna, 29; teléf, 14-30.— Madrid.

TEJAS

Pubücaciones de la EDITORiAL-AMÉRICA

BIBLIOTECA DE LA JUVENTUD HISP ANO-AMERICANA

SE HAN PUBLICADO:

I. - Hervían Cortés y la epopeya del Andhiiac,

por Carlos Pereyra. 3,50 ptas,

II. —Francisco Pízarro y el tesoro de Atahuah pa, por Carlos Pereyra. 3 ptas.

ITI. Humboldt en America, por Carlos Perey- ra.— 3,60 ptas.

IV. El general Sucre, por Carlos Pereyra. 3,50 ptas.

V. La entrevista de Guayaquil^ por Ernesto de la Cruz, J. M. Goenaga, B. Mitre, Carlos A. Villanueva. 3,50 ptas.

VI. Tejas. La primera desmembración de Mé- jico,-por Carlos Pereyra.

Biblioteca de la juventud hispano-americana

CARL05 PEREYRA

TEJAS

LA PRIMERA DESMEMBRACIÓN DE MÉJICO

EDITORIAL -AMÉRICA

MADRID

CONCESIONARIA EXCLUSIVA PARA l.A VErílA;

SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LIBRERÍA FERRAZ, 25

Este libt'o no encierra sólo un interés de vulga- rización histórica. El autor se propone conseguir con el que la Juventud Hispanoamericana conoz- ca en toda su verdad objetiva la lucha de razas que se libra en América. Los norteamericanos es- criben su historia. ¿Por qué no hemos de tener la nuestra? Ninguno de los historiadores que solicitan el sufragio de la crítica competente sería digno de dirigirse a un público hispanoamericano, si sólo contase con recursos sentimentales para desliyidar el terreno de sus investigaciones contra la preten- sión absorbente de los escritores angloamericanos. Ellos des/igm'an la realidad para conformarla según su antojo dentro de las apariencias de la misión benévola que se arrogan^ mil veces acepta- da por nuestra cobardía. ¿Y por qué se habían de abstener de ser mendaces? Ellos hablan y persua- den^ mientras nosotros caJlamos o les hacemos eco. Recientemente se publicaban en Jos libros de

8 CARLOS PEREYRA

uno de los más flamantes directores de la opinión cubana^ D. Jesús Castellanos^ estas palabras: <Gae ligarte en la cita injusta del despojo de te- rritorios a Méjico. Como que es la única vez que la gran nación se ha enriquecido a costa de suelo politicamente ajeno, es caso frecuente que de ello se hable cuando de imperialismo yanqui se trata. ¿Pero quién no sabe que en aquel tiempo no eran los Estados Unidos sino una pobre nación de 17.000.000 de habitantes, sin propósitos algunos de expansión, puesto que apenas podían gobernar el propio territorio, y que la guerra fue una obra imprevista, a la que en Junto no se pudo mandar más que 6.000 hombres con Taylor y 12.000 con Scottf Y la misma guerra, ¿no fue provocada por los mejicanos? ¿No fueron éstos los que se empe- ña7'on en rescatar a Tejas a sangre y fuego, des- pués que ésta se hizo libre por la voluntad de la mayoría de sus habitantes, de raza anglosajona, y de que su independencia fue reconocida por varias naciones europeas'^ En cuanto a la suerte de Cali- fo7'nia y Nuevo Méjico, también se reconoce hoy que no fue obra de invasión su cambio de bande- ra, puesto que poco tuvo que hacer allí el general Keaí'ney, sino acción dii'ecta de los numerosos set tlements americanos que allí había y que compo-

nian casi toda su población, Y no hay más datos históricos^ (1).

D. Jesús Castellanos habla así porque aprendió la historia de los Estados Unidos en los libraos de los Estados Unidos. Y no sólo, sino que la apren- dió en los libros que quieren propagar los Estados Unidos: los de su impostura. Hay escritores norte- americanos que no hablan como Castellanos^ pues conocen la verdad y se atreven a decirla; pero nosotros nos empeñamos en no leer sino los libros de la propaganda imperñalista.

Mientras seamos incapaces de llevar a cada al- dea una antorcha, como decía el gran romántico, la verdad histórica se quedará en los archivos^ y triunfarán las falsedades, porque los Estados Unidos tienen una fuerza que realiza prodigios: su oro, y otra fuerza de igual potencia: su hipocre- sía. Lo más odioso en ellos no es el poder militar. Y no es eso lo odioso, porqtie la violencia reviste

(1) Academia Nacional de Artes y Letras. (Colección Postuma de las Obras de Jesús Castellanos; académico de número.)— I. Los Optimistas.— Habana. Avisador Comercial.— SO, Amargura, 1915.»

Se trata de una publicación oficial, y las imposturas yanquis, acogidas por el autor con tanto entusiasmo, no son rectificadas por los ilustrado?^ académicos encarga- dos de la revisión, signo de conformidad o de indife- rencia.

10 CARLOS PEREYBA

siempre un aspecto de belleza heroica. Lo infame es la sonrisa fraternal que asoma a sus labios cuando han golpeado con la bota; la santuy'rone- ría cuando roban; la expresión evangélica cuando corrompen. De ahí la necesidad de un libro, o más bien, de muchos libros, no de uno, que inviten al ^quitamiento de caretas» y provoquen debates.

Para que la sinceridad sea completa^ el autor no les finge alas de ángeles a los habitantes de los países mutilados. Todo lo contrario: cree que la verdad, para que sea fecunda, tiene que presentar- se íntegra y no conocer fronteras. Faltaría a este punto esencial de su programa, y de todo progra- ma educativo, si callara lo que hizo la corrupción mejicana para facilitar los avances de la raza ex- pansiva. ¿Seí'vird la lección? Es imposible decirlo. En todo caso, la verdad es una cosa buena, y debe investigarse, y debe comprobarse, aunque resulte perjudicial para los que tienen fines ajenos a ella misma.

Si se quiere comprender toda la importancia americana de la cuestión de Tejas, basta reflexio- nar un poco y ver que Tejas es sólo un episodio, y que JacJcson, el héroe de la cuestión de Tejas, es sólo uno de tantos personajes qne en una larga serie de acontecimientos y en una larga lista de

TEJAS 11

hombres^ realizan el destino manifiesto, es decir, un hecho que m está desan^ollondo a nuestra vis- ta. Des'pué.'y de Tejas, vienen California y Nuevo Méjico; a continuación, Guha y Puerto Rico; en tercer lugar, Panamá. Y Nicaragua no será la lilüma. La acompaña Santo Domingo. Y otras repúblicas la seguirán. Hay tela para mucha his- toria.

Entretanto, los norteamericanos .úguen hablan- do de amistad, y los hispanoamericanos siguen hablando de su propi >■ independencia, corneo .n la soberanía de los pueblos pudiera ser un don gra- cioso que les otorgara el extranjero. Todo esto debe registrarse y discutirse, presentándolo sin tergi- versaciones ante la conciencia pura de la juventud.

SOBRE LA POLÍTICA DE JACKSON

Cuando los primeros revolucionarios venezo- lanos se aeercaron al secretario de Estado, Mr, Monroe, solicitando su apoyo, este gran es- tadista, con cuyo nombre se quiere simbolizar la supuesta misión tutelar de los Estados Unidos en América, les dijo que la actitud de Washing- ton era de una correcta neutralidad en el con- flicto de las nuevas repúblicas con la madre Patria.

En 1812, el insurgente mejicano D. Bernardo Gutiérrez de Lara se dirigió al mismo funciona- rio, pidiéndole ayuda para la guerra de la inde- pendencia nacional. Mr. Monroe fue franco, y dijo que el gobierno de los Estados Unidos fa- vorecería la independencia de Méjico si este país adoptaba la misma forma de gobierno que aquél, para que más tarde se le incorporase.

14 CARLOS PKEEYJRA

Gutiérrez de Lara rectazó la iüsinuación, y se alejó de Washington enteramente desencantado.

Ya desde entonces querían los Estados Unidos extender sus límites hasta la desembocadura del rio Bravo, y tra,í:ar desde allí una linea haeta el océano Pacifico, lo que les daría, no sólo la pro- vincia de Tejas, sino las de Nuevo Méjico y Ca- lifornia, en su totalidad, y parte de las de Nueva Santander, Coahuila, Nueva Vizcaya y Sonora. «El proyecto existe», informaba con toda verdad el ministro de España en Washington, D. Luis de Ouís, al virrey de la Nueva España, Venegas, con fecha 12 de abril de 1812, y agregaba que se había levantado expresamente un plan') por disposición del gobierno, plano en el que estaba incluida la isla de Cuba, «como una pertenencia natural de los Estados Unidos».

La realización de este plan, por lo que con- cierne a Tejas, es el objeto del estudio que el lector tiene a la vista. En él se dará cuenta, no sólo de la anexión de Tejas a los Estados Uni- dos, sino de la preparación de la segunda parte del proyecto de que habla el ministro de España, relativa a la California y al Nuevo Méjico.

En este movimiento expansionista hay dos personajes de primera línea: Jackson, el autor

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de la máxima de la ocupación de todo territorio codiciado, sin escrúpulos jurídicos o éticos, y Houston, el ejecutor de los actos acordados por el presidente de los Estados Unidos en con- ciliábulo secreto con su camarilla, aquella ca- marilla que, según los contemporáneos, delibe- raba hasta las altas horas de la noche «eu torno de un hogar que se extinguía».

Jackson empleaba una expresión favorita: / hate the dons... El odio al mejicano era una parte substancial de su religión patriótica. Hous- ton, el fundador de Tejas, creía que los límites del Estado que iba a agregar a la Unión del Norte no debían detenerse en el río Bravo, sino en la Sierra Madre. ¡Siempre al sur!

Polk, que, si no cronológicamente, lógica- mente es el sucesor inmediato de Jackson, asoma también su figura vulgar en este libro, que pre- para en cierto modo la serie de los nuevos avan- ces hacia el sur, de que somos testigos presen- ciales en el segundo decenio del siglo xx.

LAS COLONIAS ANGLOAMERICANAS DE AUSTIN

lia adquisición de la linisiaua.

En 1803, el gobieruo de los Estados Unidos, bajo la presidencia de Jefferson, adquirió por compra el extenso territorio de la Luisiana, que enajenó el primer cónsul, abandonando grandes proyectos coloniales para concentrar la acción francesa en su lucha contra Inglaterra. Los pla- nes de Napoleón, antes de resolverse a esa ena- jenación, habían sido: 1.°, recuperar la Luisiana, cedida a España en 1763, y reconquistar a Hai- tí; 2.**, hacer la paz con Inglaterra. Se obtuvo, en efecto, la retrocesión de la Luisiana, se pactó la paz de Amiens y se emprendió una expedición francoespañola para reconquistar la isla de San- to Domingo. Una heroica resistencia de los ne- gros haitianos, bajo la jefatura y la inspiración de Toussaint Louverture, determinó el fracaso de la empresa reconquistadora. Después de esto, comenzó a ser amenazante la situación europea.

20 CARLOS PEREYRA

Napoleón resolvió, como se ha dicho, abandonar sus planes de recon;-trucción del imperio colo- nial francés, imposibles si no se conjuraba la hostilidad inglesa. Dio, pues, el paso que indi- caba su cambio de política, cediendo la Luisia- na. El presidente de los Estados Unidos había enviado a Monroe para que gestionase la compra de la Florida Occidental, con el puerto de Mo- bila, indispensable desde ei momento en que pasara Nueva Orleans a una gran potencia ma- rítima.

Monroe llegó a París un día después de ha- berse obtenido por Livingstone, ministro de los Estados Unidos, mucho más de lo que podía am- bicionar la gran República, como era el extenso territorio de la Luisiana. Nueva Orleans quedó en poder de los Estados Unidos, con más de ochocientas mil millas cuadradas, por 80.000.000 de francos. Luisiana estaba limitada en el trata- do «con la misma extensión que tiene actual- mente en poder de España y que tuvo antes, cuando Francia la poseía». Esta frase era confu- sa, y no quiso aclararla el gobierno del primer cónsul. El territorio anexado por los Estados Unidos no tenía límites precisos. Francia había pretendido que por el norte sus posesiones llega-

TEJAS 21

ban hasta el río Perdido. Napoleón abandonó este límite; pero, en cambio, se proponía llegar por el sur hasta el rio Bravo. En poder de los Estados Unidos no se hizo valer esta preten- sión, porque Tejas carecía de valor entonces.

Una ns^nrpacitfn, nna procla- ma y un tratado.

Mas como la Florida Occidental lo tenía muy alto, la República del Norte sostuvo que había comprado esta porción territorial juntamente con la Luisiaua, por estar comprendida en sus límites. España se opuso enérgicamente a esta interpretación del tratado franco americano, y el gobierno de los Estados Unidos, por su par- te, insistió, tomando posesión del territorio en disputa, por proclama del presidente Madison» expedida en 1810. Con esto, la península de la Florida ya no podía ser de ningún valor para España. Se resolvió, pues, a cederla, y lo hizo en el tratado del 22 de febrero de 1819, que fir- maron John Quincy Adams, ministro de Estado del gabinete de Monroe, y D, Luis de Onís, re- presentante de España en Washington. España recibió como compensación la suma 60.000.000

22 CARLOS PEREYEA

de pesos y el reconocimiento de sus derechos sobre el territorio de Tejas, y a este efecto se tiró una línea divisoria según las estipulaciones contenidas en el artículo S.** del tratado. Esa línea comenzaba en la desembocadura del río Sabina; seguía por la ribera occidental basta el grado 23 de latitud; de allí, en línea recta, hasta el grado de latitud que corta el río Rojo de Nachitoches; luego, siguiendo el curso de este río. al oeste, hasta ei grado 100 de longitud oc- cidental del meridiano de Londres, y 23 de "Washington; después, cruzando el mencionado río Rojo, directamente al norte, hasta tocar el río Arkansas; de allí continuaba por la ribera austral del rio, hasta su fuente, en el grado 42 de latitud, y, por último iba por este paralelo, hasta el mar del Sur, u océano Pacíüco.

Cuando de este modo se aseguraba España un dominio incontestable en Tejas, ya por otras causas estaba para perder su territorio con to- dos los de las posesiones continentales de que disfrutaba en América. A la vez, los elementos que habían de operar la desintegración territo- rial de Méjico, estaban para penetrar en el seno de la Nueva España.

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Moisés Anstin.

Un empresario del Connecticut, Moisés Aus- tin, avecindado sucesivamente en Virginia y en Luisiana, se dirigió a Tejas. Quería colonizar el rico y despoblado país con gente de su raza. Austin basaba su pretensión en un artículo del tratado hispanoamericano, por virtud del cual los habitantes de los territorios cedidos al nor- te y oriente de la nueva línea divisoria, podrían pasar a los dominios españoles. En Béjar, cabe- cera del departamento de Tejas, Austin fue re- cibido con poco,3 miramientos, y sus pretensio- nes no encontraron apoyo. Se disponía ya a em- prender su viaje de regreso a la Luisiana, cuan- do encontró en la plaza al barón de Bastrop, aventurero alemán que estaba al servicio de Es- paña en América. La intervención de éste y su influencia pusieron en buen camino los deseos de Austin, pues tramitada la solicitud ante el comandante Arredondo, que tenía a su cargo las Provincias Internas de Oriente, se acordó de con- formidad. Pero el negocio demoraba. Acabó así el año 1820, y como Austin no recibía respuesta, yolvió a la Luisiana, en donde murió poco des-

CÁELOS PEREYRA

pues de haber llegado a sus manos la noticia del feliz éxito de sus gestiones.

lia carta «le concesión.

Un hijo de Austin, Esteban Felipe, educado en los mejores colegios, heredó el espíritu em- prendedor de Moisés Austin, y se hizo cargo de la colonización proyectada.

La carta de concesión que la comandancia de las Provincias Internas de Oriente otorgó a Moi- sés Austin permitía el establecimiento de tres- cientas familias originarias de la Luisiana, me- diante las condiciones precisas de profesar el ca- tolicismo, acreditar buenos antecedentes de mo- ralidad y prestar juramento de obediencia al rey de España y de acatamiento a la Constitu- ción de 1812. Mientras la colonia no recibiera una organización definitiva, el concesionario de- bería encargarse de gobernarla, y respondería del orden interior.

A la vez que Esteban Austin reunía en Nue- va Orleans el número de colonos necesarios para dar cumplimiento a su contrato, la nación mejicana consumaba su independencia. Austin dejó a los colonos instalándose y se dirigió a

TEJAS 26

Méjico, para solicitar la confirmación de la mer- ced otorgada por los agentes de la Corona. So recibió favorablemente su petición; pero como hubiese caído el Imperio durante su estancia en Méjico, aguardó para llevar la confirmación formal del nuevo gobierno, la que se le dio en 1823, a la vez que se le nombraba teniente co- ronel del ejército mejicano.

La ausencia de Anstin había determinado la dispersión de ios colonos y la interrupción de la corriente inmigradora. Pero Austin, activo y muy inteligente, reorganizó la colonia, y dos años después, no sólo había completado el nú- mero de familias que se comprometía a estable- cer en Tejas, sino que obtuvo permiso para aumentar la colonia con quinientas familias más, las cuales se instalaron en terrenos libres que habían dejado los primeros pobladores entre sus diseminadas estancias.

lia legislación del S]sta«lo de Coalinila en materia de co- lonizaci<in.

En 31 de enero de 1824 se formuló en Méjico el acta cjonstitutiva que establecía el régimen

26 CARLOS PEREYRA.

federal, y el 18 de agosto del mismo año se re- conoció a los Estados la facultad de legislar so- bre la coionización de sus territorios. Tejas, j con Tejas las colonias de Austin, pertenecían al Estado de Coahuila, el cual dio el 24 de marzo de 1825 una de las leyes más liberales que ha habido en materia de colonización. Todo Coa- huila y Tejas se entregaba a los extranjeros sia más taxativas que el requisito de profesión reli- giosa, y la prohibición de ocupar terrenos com- prendidos dentro de la zona fronteriza de veinte leguas _y la de diez a la orilla del mar. Se decía además que los nacionales serian preferidos en el reparto de las tierras.

Fuera del respeto de las zonas fronteriza y marítima, puede asegurarse que la ley coahuilen- se era en la práctica un regalo del territorio teja- no a los inmigrantes de la nación vecina, puesto que el requisito de profesión de fe católica fue sistemáticamente burlado, habiendo en realidad una completa libertad de cultos.

No sólo se daba tierra a los colonos, sino que se les exceptuaba del pago de contribuciones durante ios primeros diez años.

Del 15 de abril de 1826 al 12 de octubre de 1831, el gobierno de Coahuila expidió diez y

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seis permisos de colonización, que dieron por resultado un movimiento ininterrumpido y cre- ciente de colonización. Entretanto, el elemento originario mejicano se mantenía en la misma cifra de 3.500 a 4.000 habitantes.

Siinación desfaToraMe «le la población mejicana.

Esta población heterogénea estaba repartida de una manera muy destV/orable para la frac- ción mejicana. Los extranjeros poseían las tie- rras más ricas de la zona fluvial y se concentra- ban en ellas, gozando así de los beneficios de una común defensa contra los salvajes, y de las faci- lidades del tráfico marítimo con los Estados Unidos. Los mejicanos de Tejas eran en su ma- yor parte de ]a antigua población presidial, heroica y disemiaada en lugares de gran peligro, junto a los desiertos. Formaban, pues, en torno de las colonias, una línea de fuertes que recibía los primeros empujes de las agresiones salvajes. Apenas si en las desfavorables condiciones de una vida que absorbía sus esfuerzos en las aten- ciones del servicio presidial, les quedaban fuer- zas para el fomento de su prosperidad.

28 CARLOS PBEEYRA

L.OS coloaos gravitan hacia los Sitados Unidos.

Por la lengua, por la religión, por la raza, por la comunidad de intereses, por la corriente de tráfico que no impedia ni limitaba el arancel, pues se habia concedido exención de derechos a la importación, Tejas gravitaba hacia los Esta- dos Unidos. Apenas si tenia vagas relaciones con Méjico, para meras atenciones formales de orden público. En el seno de las colonias, Austin y los otros concesionarios asumían una jefatura indiscutible, por disposición del mismo gobier- no mejicano, que no encontraba mejor medio de conservar el orden. Esto daba creces al senti- miento de autonomía do aquel grupo extraño que en los confines de dos pueblos crecía á su antojo, sin sujeción a ninguno de ellos, aunque con marcadas tendencias a soldarse con el país de su origen y afecto, al cual además lo ligaba la geografía, pues si para llegar a Méjico tenía a su frente los desiertos que se le interponían, para llegar a los Estados Unidos lo auxiliaban los ríos, el golfo y el Mississipi, de cuyo gran

TEJAS ay

sistema realmente dependía la parte de Tejas colonizada por los extranjeros.

Además de esto, era natural que una pobla- ción como aquella, formada en gran parte por el espíritu de aventura que domina en los movi- mientos de expansión de los pueblos, estuviera en gran parte también constituida por indivi- duos sin arraigo: contrabandistas, jugadores o bandoleros, y por colonos de ocasión, prestos a soltar el arado y abandonar su propiedad, fácil- mente adquirida, para emplearse en violentas tentativas, más conformes con sus inclinaciones de hombres de presa. Austin dominó a los habi- tantes de su colonia, imponiéndoles normas de vida regular, quieta y laboriosa, y supo evitar conflictos entre ellos y las autoridades mejica- nas; poro no todos los empresarios eran conduc- tores de hombres, dotados de las cualidades só- lidas y de la severidad de principios que ha- cían estimable al pionnier de Tejas.

lia República de Fredonia.

Uno de esos empresarios, Hayden Edwards, que, como todos ellos, tenía facultades muy amplias, calcadas sobre las que se otorgaron a

30 CARLOS PEEEYRA

Aiistin, comenzó a cometer demasías, pasando del ejercicio del poder, que tenía por delega- ción, a los más patentes actos de soberanía, como eran los de legislar sobre derechos de pro- piedad . declarando la nulidad de algunos títulos.

Estos y otros abusos semejantes determinaron un estado violento entre el empresario y lus autoridades. Se anunciaba un rompimiento, que se inició, con ocasión de unas elecciones, en el seno de la colonia de Edwards. Éste se alzó en armas contra el alcalde Norris, se fortificó en un sólido edificio de Nacogdoch.es, y, al frente de 200 rebeldes, proclamó la República de Fredo- nia. El proyecto carecía de seriedad. Edwards comenzó por formar un pacto de federación con los salvajes, lo que causó disgusto en las colo- nias de Austin y en los Estados Unidos.

Austin expidió una proclama, el 22 de febre- ro de 1827, declarando que era una locura el proyecto de Edwards, y envió gente contra él, en auxilio del gobierno de Méjico. Esta conduc- ta le valió una mención especial que de él hizo D. Anastasio BustamantC; comandante general de los Estados Internos de Oriente, «por el gran mérito que había contraído en la última jorna- da», para desbaratar los planes absurdos de

TEJAS 31

Edwards. Como premio a la fidelidad de Austin, se le concedió permiso de colonizar en la zona de diez leguas a la orilla del mar, privilegio may especial y que sólo podía otorgar la Federación.

lia ley Alamáii.

El día 10 de enero de 1830 ocupó la presi- dencia de la República D. Anastasio Bustaman- te, como vicepresidente, por obra del movimien- to sedicioso que efectuó en Jalapa el ejército de reserva, acantonado allí para hacer frente a las fuerzas españolas de reconquista. Uno de los primeros actos del gobierno de Bustamante, or- ganizado con elementos conservadores, centra- listas y autoritarios, fue la ley del 6 de abril de aquel año, iniciado por Alamán, alma del gabi- nete.

La ley del 6 de abril tenía por objeto conte- ner el excesivo avance que habían tomado los colonos y salvar el territorio de Méjico, amena- zado ya visiblemente. Zavala decía, hablando de esa ley, que era un dique de papel opuesto al Niágara. Antes de examinarla, para ver que es acertado el juicio de Zavala, conviene decir que la preferente atención dada por el gobierno a

32 CÁELOS PKREYRA

ios asuntos de Tejas, se debía a lo impresionado que estaba por ellos el presidente Bustamante. Este general, como hemos visto, había sido co- mandante de los Estados Internos de Oriente hasta principios del año de 1829, en que entre- gó el mando al inepto general D. Felipe de la Garza, el cual, después de la campaña contra Barradas, hizo a su vez entrega al íntegro y ca- paz general D. Manuel de Mier y Terán^ quien desempeñaba aquella comandancia cuando subió al poder supremo el general Bustamante.

Nada más natural, pues, que se dictasen me- didas contra los peligros de desmembración, es- tando al frente de la administración el general Bustamante, quien, por experiencia personal, conocía las necesidades de más urgente aten- ción en la frontera del norte. La acción del go- bierno mejicano fue el resultado del patriotismo de Bustamante y de la previsión del general Mier y Terán, auxiliados por el celo y el espíritu sistemático de Alamán,

Es de notarse que aunque la administración de Bustamante se distinguió por sus tenden- cias centralizadoras y autocráticas, no era vista con antipatía por los liberales que conocían la necesidad de sentar bien la mano sobre la de-

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magogia turbulenta y sobre los aventureros que conspiraban contra la integridad territorial. Por eso D. Manuel de Mier y Terán, antiguo insur- gente, y después candidato de los progresistas para la presidencia de la República, estaba en completo acuerdo con Bustamante y Alamán so- bre la urgencia de establecer en Tejas una auto- ridad militar. Mier y Terán había tenido ocasión de tratar con Bustamante la cuestión de Tejas, desde que el segundo estaba al frente de la co- mandancia de los Estados Internos de Oriente. Enviado Mier y Terán a la frontera en 1828 con el carácter de comisionado de Méjico, para deter- minar la línea divisoria de los Estados Unidos, pudo estudiar durante más de un año el estado de las colonias, y comunicar a Bustamante sus observaciones e ideas, que eran, las primeras, muy exactas, y las segundas muy prudentes. Así, pues, la tentativa del gobierno formulada en la ley del 6 de abril de 1830, emanaba en gran parte del progresista general Mier y Terán. Es de advertir que si el conjunto de las dis- posiciones contenidas en la ley no satisfacía la necesidad de defensa nacional, era debido á fuer- zas más enérgicas que todo poder humano. Tal parece como que el gobierno de Bustamante

3

34 CARLOS PEREYRA

cumplía un deber patriótico sin esperanza de buen éxito, y sólo por la idea de que el deber jamás ha de rehusarse, aunque sea estéril.

Alamán, haciendo la exposición de los moti- vos de su iniciativa, dividía en dos clases las medidas para la conservación del territorio de Tejas: «Unas son de pronta ejecución y están en las facultades del gobierno; otras serán obra del tiempo; pero debe ponerse mano a ellas sin demora; de las primeras son el envío de las tro- pas, situar éstas en los puntos más convenientes yponer aquel departamento en un estado perfec- to de defensa en caso de una invasión, o de que, como se teme, los mismos colonos intenten al- gún movimiento, excitados y después ayuda- dos por sus compatriotas; pero para llevarlas a efecto es necesario que las cámaras proporcio- nen prontos auxilios al gobierno, sin los cuales nada podrá hacerse. Las otras (medidas) deman- dan la cooperación de las mismas cámaras para las disposiciones legislativas que son de su re- sorte, y aunque sus resultados no deben ser tan violentos como las providencias militares, son, sin embargo, las más esenciales. Tejas podrá librarse de un golpe de mano por medio de las armas; pero no puede ser segura su posición

TEJAS 85

mientras la parte preponderante de su pobla- ción sea de norteamericanos.

» Sea la primera de dichas medidas que se pro- teja el aumento de la población mejicana en Tejas, y que para esto se trasladen a Tampico o Soto la Marina los condenados a presidio, para ser conducidos por mar a los puntos fortificados y ocupados por nuestras tropas, en donde, bajo la protección de los campamentos, podrán apli- carse al cultivo.

Segunda: ColoDizar el departamento de Te- jas con individuos de otras naciones, cuyos inte- reses, costumbres y lenguaje difieran del de los norteamericanos.

«Tercera: Fomentar el comercio de cabotaje, que es el único que podía establecer relaciones entre Tejas y las demás partes de la República, y nacionalizar este departamento, ya casi norte- americano.

«Cuarta: Suspender, con respecto á Tejas, las facultades que la ley del 18 de agosto de 1824 concede a los gobiernos de los Estados, y que, en cuanto a colonización, dependa aquel depar- tamento del gobierno general de la Federación.

«Quinta: Comisionar un sujeto de instrucción y prudencia que visite los terrenos colonizados

36

CARLOS PEEEYRA

y que informe de las respectivas contratas que han celebrado los empresarios, si se ha cum- plido con éstas, del número de familias que haya en cada nueva población, de las leguas de terre- no que ocupen, del lugar en que estén situados los colonos y de los que se han introducido sin la autorización correspondiente, y que pueda proceder a tomar las medidas que convengan, con la aprobación del gobierno, para asegurar aquella parte de la República.»

Incumpliiiiieiito de la ley fe- deral.

El comisionado fue el mismo general Terán, inspirador de la ley del 6 de abril, y se dedicó desde luego a cumplir su encargo con todo el inteligente celo que demostró en su vida públi- ca. Procuró, aunque sin buen resultado, la inmi- gración de familias mejicanas. Los gobernado- res de los Estados casi uniformemente contes- taron a una circular que les dirigió para este fin, dicióndole que no erogarían gastos de los tesoros locales ni despoblarían sus respectivos territorios para el engrandecimiento del Coa- huila. El exclusivismo particularista ahogaba

TEJAS 37

en ellos todo generoso sentimiento; y no perci- bían el interés nacional, en cuyo nombre les ha- blaba el comisionado del gobierno federal. De esta manera quedó sin efecto uno de los fines de la ley del 6 de abril.

El establecimiento de colonias penales era en realidad una medida secundaria que por sola no resolvía el problema. En este punto nada se hizo.

La coionización con individuos de naciones poco afines de los anglosajones, quedó igualmen- te en la categoría de hermoso ensueño. El co- mercio de cabotaje entre el departamento de Tejas y los puertos de Tamaulipas y Veracruz, no avanzó un punto. Los colonos de Tejas si- guieron alimentando su comercio en los Esta- dos Unidos, pues habiendo expirado el termi- no de la exención de impuestos, ésta fue pro- rrogada primero hasta 1832, y luego hasta 1834, para todos los artículos de alimentación y para las casas de madera, asi como para los efectos necesarios a la explotación de sus tierras. Ese comercio no se limitaba a cubrir las necesida- des de las colonias, sino que antes y después de la ley del 6 de abril, se hizo extensivo a un am- plio y escandaloso contrabando que atraía po-

38 CÁELOS PEEEYBA

blación aventurera, desviaba de sus ocupaciones a una parte de los colonos y perjudicaba al co- mercio mejicano de buena fe, sobre todo al de Coahuila.

lia esperada colisitfu.

La ley vino, pues, a concertar su acción en la zona de lo que Alamán llamaba las medidas de pronta ejecución, pero cuyos efectos no podían alterar los de la conquista pacífica, perfectamen- te conocida y delineada por el mismo Alamán en su iniciativa.

Los puestos militares que estableció Terán para imponerse al respeto de los colonos, fueron tan pocos y tan débiles, por falta de recursos, que más bien parecían manifestación simbólica de la autoridad que medio eficaz para hacerla sentir enérgicamente. Estos puestos eran el de Anáhuac, en la bahía de Galveston, con 150 hombres; el de Nacogdoches, con 350 hombres; el de Fuerte Velasco, en la desembocadura del río Brazos, con 125 hombres, y otros de menor importancia á orillas del mismo rio, al occiden- te de la colonia de Austin, en el camino de Na- cogdoches a Bójar y en Golhiad (anagrama de

TEJAS 39

Hidalgo); en Guadalupe Victoria y en Lipan titlán.

Incapaces como eran esas fuerzas para ejercer presión sobre los colonos, éstos, en odio á toda manifestación^ aun platónica, de la soberanía mejicana, consideraban «una profanación de su suelo la presencia de los empleados de Hacien- da y de los soldados mejicanos que debían sos- tenerlos en el desempeño de sus funciones». Austin, el prudente y sumiso, que con tantas manifestaciones de lealtad al gobierno había colaborado en 1826 a la derrota del rebelde Ed- wards, no perdonaba el crimen de haber esta- blecido aduanas y soldados en territorio tejano. «La sagacidad previsora del coronel Austin, dice el autor de un libro norteamericano, escri- to con datos suministrados por los colonos , la sagacidad previsora del coronel Austin se había revelado de una manera acaso no conocida to- davía hoy, 1841, por muchas personas. Tenien- do en cuenta ]a esperada colisión con Méjico, invitó a un personaje de cuenta, celebrado a la vez por su caballerosidad y por sus grandes calidades como sugestionador de muchedum- bres, suplicándole que abandonara su residen- cia en el Viejo Dominio por los desiertos que

40 CARLOS PEREYEA

le brindaban altas aventuras morales. Este per- sonaje era el propio doctor Branch J. Archer... Nadie podía aventajar al doctor Archer en la tarea de emprender dignamente una revolución. Audaz, resuelto, enérgico, habia llegado a la época de la vida en que la razón de un espíritu sólido se impone a las pasiones ardientes. El as- pecto imponente del doctor Archer, su encanta- dora amenidad, su elocuencia familiar y brillan- te, en la cual, cuando la animaba una excitación particular, se mezclaba toda la energía viva y pintoresca de la pasión dramática^ a la digna sencillez de un corazón libre de hipócritas fingi- mientos y capaz de altos y desinteresados impul- sos, y sobre todo, su rara habilidad como agita- dor popular, hacían de él un hombre eminente- mente apto para sostener con habilidad la terri- ble crisis tejana que se aproximaba de una ma- nera visible...» Este tipo ideal para populachos, formaba con Jonh Austin (1) y "William H. Travis, un centro revolucionario secretamente organizado por Esteban Austin, para resistir al gobierno legítimo y obtener la derogación de la ley del 6 de abril.

(1) Este Jortli Austin no era pariente de Esteban Austin.

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Aun no pensaba Austin en la independencia total, o por lo menos su intención era restaurar la independencia efectiva de que habían gozado las colonias, a reserva de hacer más tarde la se- paración completa.

Terán había dado un año de plazo a los colo- nos, para comenzar a poner en vigor la ley, en la parte de sus disposiciones que se refería ata aper- tura de aduanas y cobro de derechos. Este año fue aprovechado por los téjanos para preparar la resistencia al cumplimiento de lo preceptuado. Cuando se abrieron las aduanas, los colonos ma- nifestaron su propósito de no obedecer. Impor- taron armas y material de guerra, aumentaron el contrabando, y lo hicieron con altanería y en tono de desafío, pues a la vista de los soldados y empleados aduanales salieron tres schooners de la bahía do Brazos sin pagar los derechos que habían causado, y cuando las tropas pretendie- ron oponerse a la partida de las embarcaciones, éstas y los colonos hicieron fuego sobre los soldados. Habiéndose ordenado que la oficina receptora de la desembocadura del Brazos se trasladase a Brazoria, los colonos apalearon al empleado Juan Pacho, que llevaba la orden. Por último, el Sabina^ uno de los schooners que

42 CARLOS PEBETEA

habían salido de Brazos sin pagar derechos, vol- vió con más contrabando, y, aprovechando la insuficiencia de la guarnición, ancló frente a ella.

lia snbleTación.

Los colonos eran esclavistas. Habían traído sus esclavos, y no obstante la ley de abolición dada durante la administración del general Gue- rrero, el gobierno transigió, permitiendo a loe téjanos que conservasen el dominio que tenían sobre los negros ya importados, aunque se les prevenía que no hiciesen nuevas adquisiciones. Los colonos, lejos de agradecer esta excepción, querían aplicar en territorio mejicano las leyes de su patria de origen, por virtud de las cuales los esclavos fugitivos eran devueltos a sus due- ños. En aquellos días dos negros huyeron de los Estados Unidos y se refugiaron en Tejas. Los colonos querían hacer la entrega inmediata, y la hubieran efectuado sin la intervención del general Terán, quien dijo que el negocio debía ventilarse diplomáticamente entre los dos go- biernos, y no privadamente entre los esclavistas de los Estados Unidos y los colonos de Tejas.

TEJAS 43

Estas eran las disposiciones de los colonos cuan- do ocurrió en Anáhuac un hecho que da principio a la sublevación tejana contra el gobierno de la nación, ün grupo de revoltosos que emplumaban a un pobre diablo en lugar público, para castigar alguna ofensa, con el empleo de esa especie de linchamiento contumelioso, fue reprimido por un teniente apellidado Ücampo, el cual, a su vez, fue agredido y ultrajado por los escandalo- sos. Esto dio origen a un levantamiento, pues habiéndose aprehendido a los autores del ultraje, entre ellos al después famoso William B, Travis, los colonos exigieron su libertad con las armas en la mano, Anáhuac y Velasco fueron atacados por más de cien colonos y un schooner al mando de Jonh Austin. D. Domingo ügartechea, co- mandante de Velasco, se defendió heroicamente hasta que ya no pudo resistir el empuje de los colonos, y se rindió después de sufrir una pér- dida de 35 muertos y 16 heridos, o sea más de la mitad de su gente, y todos sus víveres y mu- niciones. La rendición que hizo fue digna, y el jefe mejicano salió con todos los honores de la guerra.

44 CABLOS PEBETKA

Abandono de Tejas. Muerte de Mier y Teráu.

Entretanto Bradburn, norteamericano al ser- vicio de Méjico, y jefe del punto de Brazoria, era amagado por los colonos. D. José de las Piedras, jefe del punto de Nacogdoches, acudió a auxiliarlo por orden de Terán; pero habiendo caldo en poder de los insurrectos, tuvo la debi- lidad de ordenar á Bradburn la entrega de los presos que exigían los colonos,

La rebelión se habia adherido al pronuncia- miento de Santa Anna contra el gobierno de Bustamante, quien hizo entrega de la presiden- cia al general Gómez Pedraza, de acuerdo con los convenios de Zavaleta.

Q-anadas por el contagio moral de la subleva- ción santanista todas las guarniciones de Tejas, una a una se fueron disolviendo, y en pocos días aquel departamento quedó desamparado, sin un piquete que cuidase de los fuertes que habia formado el general Mier y Terán. De esta suer- te, los colonos encontraron su mejor auxiliar en el ejército, que concurrió así a la pronta reali- zación de los planes separatistas. Justo es de-

TEJAS 46

cir, sin embargo, que los jefes superiores no se prestaron a aquel abandono vergonzoso del de- ber, pues, lejos de eso, dejaron memoria de lea- les al gobierno. Terán, el noble y austero solda- do, defensor de las instituciones, que sólo pedia una ley suprema para batirse por su última hoja, murió poco después como un romano de la vieja aristocracia.

Este noble defensor de la legalidad y de la patria era sustituido en Tejas por el aventurero D. José Antonio Mejia, enviado especial de la revolución triunfante para imponer la ley a los colonos; pero, hallándolos pacíficos y celebran- do la victoria de Santa Anna, se limitó a pro- nunciar discursos y brindis para expresar la complacencia con que veía en la Tejas anglosa- jona délos dos Austin, de Archer y de Travis, una hija fiel de la Federación, de esa Federa- ción engendrada por un error popular, formula- da por Ramos Arizpe y restaurada en un cuar- tel por Santa Anna. Los insensatos enemigos del orden contribuían a anticipar la indepen- dencia de Tejas, que de todas suertes se habría efectuado, pero sin las vergüenzas que atrajo sobre la nación el encumbramiento de Santa Anna.

LA DEOLARACIÓN DE INDEPENDENCIA

lios colonos coutrabandistais.

Libres de la presencia de las tropas federales, los colonos empezaron a reforzarse, recibiendo armas y dinero que les remitían algunas compa- ñías organizadas en Nueva York para fomentar la separación de Tejas. Por otra parte, la ampli- tud del self-government era suficiente para que se considerasen soberanos, como antes de la ley de abril de 1830, y para que inundasen con mercancías de contrabando la mitad de la Eepú- blica. Fuerza es convenir en que el Arancel me- jicano de entonces era, como dice el orador don Francisco Bulnes, «más absurdo que los más exagerados e insensatos de las naciones prohi- bicionistas»; pero esto no justifica el contraban- do que hacían los colonos, puesto que tenían exenciones que, si bien limitadas, eran de fácil extensión y prórroga. Y ya que hubieran insis- tido en ser contrabandistas^ bien pudieron ha-

50 CAKLOS PEREYRA

ber dado a sus actos la forma furtiva que toma- ba el contrabando de los alemanes de Colima y de los españoles y mejicanos de Veracruz, Tam- pico, Matamoros y Acapulco. A esto prefirieron la insolencia del rebelde político. El adminis- trador de la aduana de Matagorda decía, un año después de los sucesos referidos, que habiendo tratado de reconocer la goleta Mm'te, introduc- tora de quinientos quintales de tabaco, fue de- tenido por los colonos del Colorado, los cuales le impidieron a viva fuerza el cumplimiento de sus deberes oficiales, sin que el comandante del punto le hubiera podido franquear el auxilio necesario para hacerse respetar de los contraban- distas.

Coabnila y Tejas.

Esta situación, que comenzó desde el punto en que cundió la rebelión santanista, les permi- tía pensar en algo más asequible y substancioso que la total independencia. ¿Para qué la querían? Prosperaban y eran soberanos bajo la depen- dencia nominal Méjico. Les bastaba con des- prenderse de Coahuila y formar el Estado de Tejas. Este era el sentido dominante, sostenido

TEJAS 51

por el partido de la paz, a cuya cabeza se en- contraba Esteban Austin. En la Convención convocada a fines de agosto de 1832, y reunida en San Felipe de Austin el 10 de octubre, se resolvió declarar adhesión a Méjico y pedir la derogación de la ley del 6 do abril de 1830, prórroga de la exención de derechos aduanales y separación de Coahuila y Tejas. En realidad, Coahuila salía ganando con esto, porque, como los colonos estaban libres del pago de contribu- ciones, la administración del departamento de Tejas traía consigo responsabilidades y tareas sin compensación, aun de futuros beneficios, pues el día en que las colonias diesen todo el fruto que se esperaba de ellas, nada le tocaría a Coahuila, seguro como era que el departamento anglosajón se desprendería de sus vecinos coa- huilenses. Cuanto antes, mejor. Coahuila había sido liberal en extremo, liberal hasta el punto de que su prodigalidad provocase este comenta- rio del orador Clay: «Méjico no tiene interés en conservar el territorio de Tejas, puesto que lo está repartiendo gratuitamente a ios norteame- ricanos.» La legislación del Estado había dicta- do leyes benéficas para los colonos, y el Ejecu- tivo había hecho cuanto pudo para garantizar-

62 CARLOS PERBYEA

les el goce de la libertad política y religiosa. En todo era mejor la condición de los téjanos que la de los coahuilenses. Los primeros ocupaban la zona comprendida entre Matagorda y Nacog- doches y entre el meridiano 16 y 21 de Wash- ington, o sea desde el río Rojo hasta Béjar, en la que sólo había indios de paz, mientras que el centro de la población mejicana ai occidente del río Gruadalupe, estaba en San Antonio, en me- dio de la ruta anual del comanche feroz, que, si- guiendo las costumbres trashumantes del bú- falo, de cuya caza vivía, asolaba periódicamente el distrito de Béjar, corriéndose hasta Nuevo León, Por eso se veía, de un lado, al oriente del Guadalupe, riqueza, paz y leyes protectoras; del otro, al occidente, pobreza^ peligros y todo el peso de las cargas públicas. Desde abril de 1832 hasta agosto de 1834, durante el movimiento de separación de Coahuila y Tejas, el gobierno del Estado percibió de las colonias la miserable suma de 1.665 pesos, 1 real y 6 granos. A cam- bio de esto, los colonos obtuvieron cuanto am- bicionaban.

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Austin en Méjico.

Se reunió de nuevo el pueblo tejano en Con- vención el 1.° de abril de 1833, y como signo de que iba tomando ascendiente el partido de la guerra, fue nombrado presidente de la Junta el jefe de este partido, William H. Wharton. Da- vid G-. Burnet redactó un memorial dirigido al gobierno de la Unión, y se nombró a Wharton, a Austin y a J. B. Miller^ para que presentasen ese memorial en Méjico. Sólo Austin se aprestó al desempeño de la misión, y desde luego salió para la capital.

La República estaba entonces agitada por las perturbaciones a que daban lugar las tentati- vas de reformas de Gómez Farías y del parti- do progresista. Austin, exasperado por la tar- danza que se ponia en contestar las demandas de la Convención de Tejas, se dirigió al vice- presidente Q-ómez Farías en términos irrespe- tuosos, a la vez que enviaba una carta a los co- lonos dándoles la voz de rebelión, y se ponía en comunicación, según algunos, con el cabeci- lla michoacano D. Gordiano Guzmán, para con- certar planes políticos.

64 CARLOS PEEEYUA

Pasaban los meses, y al cabo, cuando Santa Anna ocupó la presidencia, se convocó una jun- ta de ministros para discutir la separación de Coaliuila y Tejas. Austin estuvo presente en la deliberación. Aunq^uo uo se accedió a los deseos de los colonos, el gobierno dispuso recomen- darlos al de Coahuila para que aquéllos fuesen atendidos, remediándose todos los males que alegaban como causa de la separación. La Fe- deración, por su parte, dio el ejemplo de bue- na voluntad, derogando el art. 11 de la ley del 6 de abril de 1830, que prohibía la colonización de Tejas a los angloamericanos, y dictando me- didas que remediaban algunos males do que se quejaban los colonos, entre los que figuraban la falta de correos entre Monclova y Nacogdoches, y Golhiad y Matamoros, el pago impuntual de los soldados presidíales y la reforma del aran- cel de Aduanas, en el sentido de que se ampliase a las colonias la lista de artículos libres de de- rechos y el plazo de exención.

Un manifiesto del Comité Cen- tral de Tejas.

Entretanto la legislatura de Coah.uila dio to- das las leyes que pedían los colonos. Durante el año de 1834 hubo, no sólo buenas relaciones, sino una verdadera luna de miel entre el go- bierno de Ooabuila y la población sensata de las colonias... El Gran Comité Central de Tejas expidió una proclama, en la que se leía esto: «El gobierno loc^/1 nos ha dado las señales más claras de su liberalidad con sus favores y mer- cedes. ¿Acaso no ha otorgado por nuestro bien cuanto pedimos, si ha estado en su poder hacer- lo? Ha establecido el juicio por jurados; ha or- ganizado especialmente un tribunal para Tejas, y si esto no se realiza, lográndose el fin que se desea, la culpa no es del Congreso... Diga vuestra experiencia si ese mismo gobierno os ha agobia- do de impuestos, y si os ha exigido servicios ar- duos, costosos o de peligro. Aún más: ¿Tejas ha cargado una vez con parte de los desembolsos que hace el gobierno para sostenerse y para pro- teger a los ciudadanos, sus vidas, sus propieda- des y su libertad por medio de la legislación o de

56 CARLOS PEREYRA

la guerra? ¿Cuándo ha acudido el pueblo de Te- jas al gobierno, solicitando una ley benéfica o pidiendo la derogación de otra gravosa, sin que- dar satisfecho?»

Este Comité Central de Tejas que asi habla- ba era el propio órgano ejecutivo y permanente de la Convención separatista reunida en San Felipe de Austin el 10 de abril de 1833, y la causa de su actitud pacífica debe buscarse en las noticias enviadas por Austin acerca del sesgo favorable que tomaban sus pretensiones, en la complacencia del gobierno de Coahuila y en la preponderancia que había alcanzado la opinión de los colonos laboriosos sobre los aventureros que trataban de explotar el movimiento separa- tista.

Aprehensión de Austin en el Saltillo.

No bien había alcanzado el buen éxito par- cial en sus deseos, a que se ha hecho referencia, el coronel Austin salió de Méjico; pero al llegar á la ciudad del Saltillo fue detenido, en el mes de enero de 1834, y se le remitió a la capital de la República, Esto se debió a que habían sido

TEJAS 67

interceptadas las comunicaciones belicosas que escribió cuando todavía estaba pendiente el ne- gocio que tanto le afectaba y que por un mo- mento le hizo perder toda prudencia.

liocha sorda entre Santa Anna y Austin.

Consumada en Méjico la revolución retrógra- da que inició el pian de Cuernavaca, y dueño Santa Anna del pais, comenzó una lucha de en- gaño entre el astuto presidente y el taimado Austin. Santa Anna sustrajo a Austin de la ac- ción de los tribunales y le ofreció grandes ven- tajas para las colonias, a cambio de una leal su- misión. Austin en todo convenía, y enviaba a Tejas carta sobre carta recomendando la paz, desacreditando a los cabecillas revolucionarios que él mismo había empleado en la campaña se- paratista, y encomiando la acción del gobierno mejicano.

Las ventajas ofrecidas eran la sanción del de- creto derogatorio de la ley del 6 de abril de 1830, relativo a colonización por individuos de procedencia norteamericana, los servicios de correos y las exenciones arancelarias. Por su

68 CARLOS PEREYBA

parte, el gobierno general pedía qne mientras Tejas no tuviese elementos propios, no se habla- se de separación; pero que si insistía en no per- manecer unido a Coabuila, se haría un territo- rio dependiente del centro. En todo caso, Te- jas debía recibir una guarnición de cuatro mil hombres.

Sentimientos pacíficos.

Austin y los colonos preferían para Tejas la condición de parte integrante de Coahuila, a la de territorio dependiente del gobierno central. Con Ooahuila, todo lo tenían. La traslación de la capital del Estado a Monclova y las disensiones entTe este distrito y el del Saltillo aumentaron la influencia de los téjanos en la legislatura y en los consejos dol Ejecutivo. Unidos a Ooahuila, podían alcanzar más pronto y con menos costa la total independencia. Los consejos pacíficos de Austin eran, pues, de buena fe, así como la actitud del Comité Central, Había algo más que robustecía estos sentimientos: la prepon- derancia amenazadora que tomaban cada día los aventureros agitadores. Austin y sus colonos se alarmaban pensando que mientras aquél per-

TEJAS 69

manecia prisionero en Méjico, pudiesen los aven- tureros dar un golpe perjudicial a los intereses de las colonias y del empresario.

lia lucha cítíI en Méjico.

Cuando el Comité Central de Tejas recomen- daba la sumisión, logrando a duras penas sus fines, surgió un conflicto entre el gobierno gene- ral y el del Estado de Coahuila. Santa Anna no entendía la centralización como Bustamante, para dar fuerza de acción al gobierno, sino para debilitar a los Estados, privándolos de todos sus elementos. El uno, Bustamante, llevaba miras patrióticas; el otro, Santa Anua, las tenia sim- plemente tiránicas. Se violó la Constitución, y luego se pretendió reformarla sin los requisitos que ella establecía. Esto dio origen a que los conservadores honrados, del tipo de Gutiérrez de Estrada, que pretendían el mantenimiento del régimen federal y la subsistencia de las leyes de reforma dictadas por Gómez Furias, se aisla- ran de los retrógrados del centro santanista, que se levantó triunfante. Zacatecas había protestado contra la ley que acababa con las milicias cívi- cas. El gobierno local fue atacado y vencido.

60 CÁELOS PEBEYRA

Esta victoria, que constituyó un ultraje para el país y para la civilización, dejó expedito el ca- mino a Santa Anna.

A la vez que Zacatecas protestaba, Coahuila pedía también respeto para las formas constitu- cionales. Su legislatura facultó al gobernador para que trasladase el asiento del gobierno al lugar que considerase conveniente, a consecuen- cia de las dificultades que Hubo entre los pode- res locales y el general D. Martin Perfecto Cos, comandante militar y agente del gobierno cen- tral, y esto hizo temer un conflicto a mano ar- mada.

¿Con el Gobierno Central o con Coahnila?

La armonía entre el Estado de Coahuila y los colonos se había roto a la vez, y por la misma causa que originaba las dificultades entre el go- bierno local y el comandante militar. La legis- latura del Estado había otorgado nuevas conce- siones de tierras en Tejas. El gobierno central estimaba que esas concesiones eran perjudiciales a los intereses de la nación, y los colonos decían que eran perjudiciales a sus propios intereses.

TEJAS 61

Cuando llegó al último extremo el coaflicto en- tre el general Cos y el gobernador D. Agustín Viesca, decidiendo éste trasladar a Béjar la capital del Estado, los colonos de Tejas vacila- ban entre tomar el partido del gobierno local o el del gobierno general: los más numerosos con- sideraban de poca monta las enajenaciones frau- dulentas^ como llamaban a las últimas concesio- nes, considerando ya que Tejas era délos téjanos y no de Coabuila. Al imponerse la opinión sos- tenida por los que aconsejaban la alianza con el gobierno local, se abrió la compuerta a la re- b elión.

Contra. Coabaila j contra mé- lico.

Todavía durante dos meses el partido de la paz logró impedir la violencia; pero en junio, D. Antonio Tenorio, jefe de una pequeña fuerza que guarnecía el punto de Anáhuac, fue atacado, como en años anteriores Bradburn y Ugartechea, por una muchedumbre sediciosa que capitaneaba el agitador Julián Barret Travis. El Comité Central desaprobó a Travis, pero no contuvo, ni podía contener la agitación, que fue creciendo.

62 CARLOS PEEEYSA

Aun el partido de la paz anunciaba que el envío de fuerzas nacionales a Tejas determinaría un rompimiento, el cual tenía que producirse por lo mismo, de todas maneras, o provocado por el partido de la guerra, o al unirse contra Méjico todos los colonos cuando pisara tierra de Tejas la primera brigada expedicionaria, ün escritor norteamericano, Yoakum, dice que «el objeto del partido de la paz era impedir en lo posible el en- vío de tropas a Tejas, y que declaró al coronel Ugartechea en su respuesta del 17 de julio, que si los soldados atacaban a los colonos, o iban a Te- jas en gran número, con cualquier propósito, se unirían todos los partidos, siendo el resultado una espantosa guerra civil». Los colonos admi- tirían soldados sólo en corto número, para darse el gusto de atacarlos y desarmarlos o asesinar- los; pero si iban en número competente para ha- cerse respetar, aunque sólo llevasen por objeto, como decía el coronel Ugartechea en la carta a que se ha hecho referencia, impedir el contra- bando y contener las incursiones de los indios, la guerra estallaría. La guerra iba a estallar sostenida por toda la población anglosajona de Tejas, aventureros y colonos, y apoyada por el gobierno de los Estados Unidos.

TEJA» 63

«Pro arls et focis», dice Anstin.

Austin llegó a Tejas en septiembre de 1835. Fue obsequiado con uu banquete, j al dar las gracias, dijo en presencia de más de mil perso- nas, que «la crisis había llegado a imponer la necesidad de tomar resoluciones inmediatas». Y agregaba: «Acaso debamos, ante todo, pregun- tarnos qué vamos a hacer. Por mi parte, ya he dado mi opinión. Es necesario hacer a un lado personalismos, pasiones, divisiones. Consúltese al pueblo de Tejas lo más pronto posible; re- únanse los hombres más enérgicos, tranquilos, inteligentes y virtuosos, para que decidan lo que se deba representar al gobierno general y lo que deba hacerse en lo futuro.» Once días des- pués, la Junta de Seguridad, presidida por Aus- tin, expidió una circular recomendando que las municipalidades enviasen representantes, y augurando el fracaso de las medidas de concilia- ción. «El único recurso que nos queda, es pelear y defender nuestros derechos, nuestras personas y nuestro país.*

64 CARLOS PERBYKA

lios tribunales uorteamerica- noís declaran piratas & loa oficiales mejicanos.

Esta decisión tenía el apoyo ostensible j aun cínico de los Estados unidos, como se vio por un hecho que demostraba hasta dónde podían contar log colonos con el gobierno de aquel país. El capitán de marina Thomson, de origen inglés, prestaba sus servicios a Méjico, Se le envió a Tejas y llegó a Galveston en el mes de julio, mandando la goleta Correo, destinada a la per- secución del contrabando. En ese servicio, cap- turó al bricJc norteamericano Tremont. En sep- tiembre quiso hacer lo mismo con el San Felipe^ tambiéncontrabandista, y contrabandista, según se decía, de artículos de guerra. En el encuentro a que dio origen la persecución del San Felipe, éste capturó al Correo, ayudado por el vaporcito Laura, y Thomson fue conducido a Nueva Or- leans, en donde, con escándalo de la justicia, se le juzgó como pirata.

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lia linea de sangre.

La Convención de los colonos debía reunirse el 15 de octubre. Los acontecimientos anticipa- ron las resoluciones que en ella se tomarían in- dudablemente, y la guerra estalló. Los téjanos se concentraron para cerrarle el paso al general Cos, que iba a desembarcar en Matagorda; pero antes de esto tuvieron su Lexington, como ellos dicen. El coronel Ugartechea había mandado al capitán Castañeda, con órdenes para que reco- giese del pueblo de González un cañón del go- bierno que se prestó a los colonos, necesitados de medios de defensa contra los indios. Castañe- da encontró los colonos el 2 de octubre, en nú- mero superior al de sus fuerzas, y resueltos a re- sistir. Después de disparar algunos tiros, huyó a Béjar, «llevando una mancha que lavar, una nueva ofensa a las armas nacionales que vengar, y un crimen que perseguir y escarmentar».

Austin declaraba dos días después del Le- xington tejano que había un estado de guerra entre los colonos y el gobierno de Méjico.

El general Cos desembarcó en Matagorda, como se había anunciado; pero, con instinto de

5

66 CARLOS PEHEYRA

topo, se dirigió a San Antonio, en donde se en- cerró el día 9, dando con ese acto de imbécil todas las ventajas a los colonos.

El manifiesto redactado por Wharton.

La tranquilidad que les inspiraba la inepti- tud brillante de su adversario, j las victorias que ella les proporcionó durante el resto del mes permitieron a los téjanos reunirse en Conven- ción, sin premura, no el 16 de octubre, sino el 3 de noviembre. Ya había llegado a Tejas, entre- tanto, la noticia del establecimiento definitivo del centralismo, y esto dio el sentido de los trabajos iniciados por la Convención, la que se componía de 65 individuos que representaban a las municipalidades. John A. Wharton, comisio- nado para redactar el manifiesto de la Junta, presentó su proyecto el día 7. En una larga dis- cusión fue aprobado, «prevaleciendo las opinio- nes inspiradas en la prudencia política», dice un escritor norteamericano, «aunque nadie dudaba que la independencia sería el resultado final» . Efectivamente, el proyecto de Wharton era una tela de dos vistas, que podía presentarse, por un

TEJAS 67

lado a la simpatía de los federalistas mejicanos, y por el otro a la de ios téjanos que deseaban la independencia, y a la de los norteamericanos que ambicionaban la anexión.

El manifiesto decía así:

<Por cuanto a que D. Antonio López de Santa Anna y otros jefes militares, han destruido por la fuerza de las armas las instituciones federales de Méjico y disuelto el pacto social que existia en- tre Tejas y las otras partes de la Confederación Mejicana, los buenos ciudadanos de Tejas se va- len ahora de sus derechos naturales para decla- rar solemnemente:

» Primero. Que han tomado las armas en de- fensa de sus derechos y libertades, que se ha- llan amenazados por los excesos de ios déspotas militares, y que sostienen los principios de la Constitución federal de Méjico, de 1824.

» Segundo. Que Tejas cesa civil y moralm en- te en la obligación de mantener la Unión; pero que estimulada por la generosidad y simpatía comunes a un pueblo libre, ofrece sus auxilios y protección a los miembros de la Confederación Mejicana que quieran tomar las armas contra el despotismo militar.

Tercero. Que no reconocen ningún derecho

68 OASLOS PEREYEA

en las actuales autoridades nominales de la Re- pública Mejicana para gobernar dentro de los limites de Tejas.

» Cuarto. Que no cesarán de hacer la guerra a las expresadas autoridades mientras sus tropas permanezcan dentro de los límites de Tejas.

5> Quinto. Que estiman por derecho sujo el separarse de la Unión durante la desorganización del sistema federal j reinado del despotismo, para establecer un gobierno independiente o adoptar las medidas que estimen por más con- venientes para la protección de sus derechos y libertades; pero que continuarán fieles al go- bierno mejicano, mientras esa nación sea regida por la Constitución y las leyes que se formaron para organizar la asociación política.

» Sexto. Que Tejas erogará ios gastos de los ejércitos que ha enviado a campaña.

» Séptimo, Que se empeña el crédito público de Tejas para el pago de las deudas que sus agentes hubiesen contraído.

»Octavo. Que Tejas premiará con donacio- nes de tierras a todos aquellos que le presten servicios en la presente lucha, y los recibirá como ciudadanos.

«Hacemos estas declaraciones solemnemente

69

a la faz del mundo, y ante Dios, para que pre- sencie la verdad y sinceridad de ellas, invocan- do maldición y deshonra sobre nosotros, siempre que nos hagamos culpables de doblez. B. J. Ae- CHER, presidente; B. P. Dexteb, secretario; ochenta y siete firmas.>

Se inicia la campaña.

Levantando esta bandera constitucional, y apoyados por el extranjero, hicieron los téjanos la primera parte de su campaña.

Se organizó el gobierno, formado por un go- bernador y un consejo de 15 miembros.

El ejército de que se habla arriba, debia cons- tar de 1.120 hombres, mandados por Samuel Houston como mayor general.

El gobierno quedó facultado para contratar un empréstito de 1.000.000 de pesos, hipotecan- do los terrenos baldíos en caso necesario.

Después de dictar estas resoluciones, la asam- blea suspendió sus trabajos, para reanudarlos en marzo, lo que no se realizó por el curso que to- maron los acontecimientos.

EL ÁLAMO

Ineptitud del general 1>. Martín Perfecto Cos.

Ei general Cos empleó casi todo el mes de octubre en atrincherarse, dando tiempo a los re- beldes para que engrosaran sus filas, y alentando su audacia hasta que pusieron sitio a San An- tonio.

La conducta de Oos es tanto más culpable cuanto que hasta mediados del mes, Cos tenía mayor número de fuerzas que los rebeldes.

A fines de octubre, Austin envió cien hom- bres, más o menos, bajo las órdenes de Bowie y Fannin, para que reconocieran la antigua misión de la Purísima Concepción, procurando estable- cer allí su centro de operaciones contra la plaza de San Antonio.

Al saber Cos la aproximación de la fuerza enemiga, ordenó que el teniente coronel José María Mendoza, con cincuenta infantes y un ca- fión de 6, batiera á los rebeldes, Mendoza cayó

74 CARLOS PEEEYRA

en una emboscada; perdió el cañón y casi toda su gente, que murió bajo los fuegos del ene- migo.

Después de esto, Cos tuvo la torpeza de des- prenderse de 100 hombres para que llevasen de Laredo un refuerzo de 400 consignados, re- emplazos del batallón Morelos.

Golhiad, que debió haber sido el centro de las operaciones de Cos, había quedado desguar- necida y bajo el mando de un jefe inepto. Para subsanar esta falta, ordenó que el teniente don Nicolás Rodríguez saliese de Lipantitlán y re- cuperase el punto. Acatando esta disposición de su jefe, Rodríguez salió efectivamente de Li- pantitlán con una parte de la fuerza de 90 pre- sidíales de que disponía. El enemigo aprovechó la coyuntura, y, cayendo sobre Lipantitlán, des- truyó el reducto. Al saber esto, Rodríguez vol- vió sobre sus pasos; pero en el camino fue de- rrotado, y perdió dos cañones, que los rebeldes arrojaron al río Nueces, por no estar en posibi- lidad de transportarlos.

TKJAS 76

lios filibusteros del 9Ilssissipl.

Entretanto, las fuerzas de la rebelión iban en aumento, basta llegar a 1.000 el número de los combatientes.

Aunque las fuerzas de Austin estaban en las orillas del río de San Antonio, no empezaba el ataque a Cos por falta de artillería de sitio. Esta inacción desalentó a los téjanos, quienes se fue- ron dispersando hasta que no quedaron frente a San Antonio más da seiscientos hombres. Por segunda vez volvió a tener superioridad numé- rica el general Oos, y, sin embargo, no empren- dió ninguna operación contra el enemigo.

El 25 de noviembre se retiró Austin para des- empeñar el cargo de comisionado de Tejas en los Estados Unidos, y le sustituyó el coronel Burlesson. Este dio un nuevo giro a los sucesos, principalmente por la presencia del audaz Ben- jamín R. Millam en el campo de la rebelión, y por contar ésta, en lugar de los colonos deserto- res, con las dos compañías de los grises de Nueva Orleans, la compañía del Mississipi y la oriental de Tejas, todas de hombres muy audaces.

76 CARLOS FKBKYBA

lia toma <&o San Antonio y la ca- pitulacKSn del general Cos.

Benjamín R. Millam era un antiguo soldado- de la guerra de independencia de Méjico y de la guerra de 1812 entre Inglaterra y los Estados Unidos. Acababa de tomar a Golhiad, y esto, además de sus muchos antecedentes, le daba prestigio para intentar el asalto de San Antonio, operación que emprendió con los sitiadores que voluntariamente se prestaron a seguirlo.

En la madrugada del 5 de diciembre, se diri- gió una columna de ataque al Álamo para atraer la atención del enemigo, mientras Millan y su segundo, Johnson, penetraban a San Antonio, tomando calles paralelas que llevaban a la pla- za de la Constitución. Esto dio buen resultado, pues mientras los soldados atendían al ataque del AlamO; Millam y Johnson llegaron hasta unas casas que estaban muy cerca de la plaza y pudieron continuar sus operaciones a cubierto de los fuegos enemigos.

Aunque Millam murió el día 7, no se detuvo el avance de los rebeldes, y el día 9 tomaron la casa rural en la plaza de la Constitución, con lo

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que Cos dio por terminada la defensa y se reti- ró al Álamo.

Tan desordenada y torpe fue la retirada, que la muchedumbre golpeó y pisoteó al general Cos. Una parte de las fuerzas, formada de solda- dos presidíales de Coahuila, la Bahía y Tamau- lipas, se retiró con rumbo al río Bravo, y esto aumentó el desconcierto del general Cos, quien se encontraba enfermo, con una gran postración, debida probablemente a la conciencia que tenia de su incapacidad y a la pesadumbre que le cau- saba su fracaso.

El día 11, quedó firmada una capitulación que dejaba sus armas al jefe mejicano, comprome- tiéndose éste, según documentos téjanos, á no emplearlas para impedir el restablecimiento de la Constitución de 1824.

Divisiones en el campo de los rebeldes.

Muchos colonos creían que el fracaso de Cos significaba para Tejas una independencia de he- cho, pues dudaban que el gobierno de Méjico es- tuviese en aptitud de hacer una tentativa seria para imponer su autoridad. No veían, por lo mis-

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mo, la necesidad, de sostener un ejército y de imponerse aacrificios a que no estaban acostum- brados. Esta manera de pensar produjo la dis- persión de muchos colonos y un gran relaja- miento en las filas de los rebeldes.

Contra los que de tal modo opinaban, había muchos que no creían terminada la guerra, sino que era necesario tenerlo todo preparado para una invasión. í algunos creían oportuno en- viar fuerzas de voluntarios y filibusteros al in- terior de la República, para, que luchasen por el restablecimiento de la Constitución de 1824, pues consideraban más favorable a sus intere- ses vivir bajo la bandera inejicana sin obligacio- nes de ninguna especie, que agregarse á los Es- tados Unidos o constituirse en República inde- pendiente. Entre los que así pensaban, figuraron el doctor Grant, vecino de Parras, y el coronel D. José Antonio Mejía, que acababa de ser jefe de una audaz expedición filibustera, con la que desembarcó en Tampico a fines de 1835. La in- vasión de Tampico terminó trágicamente, pues Mejía tuvo que retirarse, dejando treinta y un filibusteros, de los cuales fueron fusilados vein- tiocho, muriendo los otros a consecuencia de las heridas que recibieron durante la lucha.

TEJAS 79

El gobernador Smith y Samuel Houston tu- vieron que luchar muclio para impedir que los aventureros siguiesen el consejo que les daban Grant y Mejía, como lucharon asimismo para persuadir a los colonos de que no debían aban- donarse a las seguridades de su optimismo.

En lo primero tuvo fortuna Houston, pues lo- gró que desertaran casi todos los aventureros comprometidos con Q-rant en una expedición di- rigida contra Matamoros; pero cuando se trató de mantener unidas las fuerzas de Tejas para resistir una probable invasión, sus órdenes no fueron siempre acatadas.

lia expedición de Santa Auna.

Santa Anna se puso al frente de una expedi- ción de 6.000 hombres, reclamada rigurosamen- te por la opinión en Méjico, y a fines de diciem- bre salió de San Luis para el Saltillo, y de esta ciudad para Tejas a fines de enero, tomando el camino de Monclova y Río Q-rande.

El general Ramírez y Sesma, con 1.000 hom- bres, formaba la vanguardia del ejército de ocu- pación, y recibió órdenes de marchar por el ca- mino de Laredo. En Lampazos se le incorporó

80 OABLOS PERETBA

el general Filisola, segundo jefe del cuerpo de operaciones, j en Laredo recogió el resto de las fuerzas del general Cos.

Representación de Filisola j torpeza de ¡Santa Anna.

Al saber Filisola que Santa Anna había re- suelto dirigirse a San Antonio por Monclova y Río Grande, hizo una representación demos- trando la inconveniencia de que el ejército atra- vesase un desierto de doscientas leguaS;, como es el que hay entre Saltillo y San Antonio, pues podía hacerse la invasión de Tejas por Mier y Qolhiad, con la ventaja de cruzar regiones po- bladas, abundantes en recursos, y de tener como centro de operaciones un lugar próximo al Oó- pano, en profunda bahía y accesible a los bu- ques de mayor calado que pudieran llevar víve- res y municiones, tanto de Veracruz y Matamo- ros, como de Nueva Orleans.

La inverosímil torpeza de Santa Anna y su obstinación por desoír cualquier consejo, él que ignoraba el arte de la guerra en toda su ex- tensión— , se acusó todavía más cuando dio or- den para que Ramírez y Sesma, desviándose de

TEJAS 81

SU ruta, penetrase a los desiertos de Río Grrande, y para que los restos de las fuerzas de Oos pasa- sen de Laredo a Monclova.

No se concibe cómo dispuso Santa Anna esta marcha, máxime si se reflexiona que los cua- trocientos infelices consignados de que se trata arriba, habían llegado a San Antonio el día de la rendición de Cos, y tres días después tuvieron que emprender el viaje a Laredo. Agobiarlos después de esto, con más de cien leguas de cami- nata, inútil absolutamente, era una crueldad tan monstruosa que no se explica cómo los jefes del ejército no se reunieron en junta de guerra para deponer a Santa Anna y declararlo privado de las luces de la razón. Pero la tolerancia y el su- frimiento del soldado no conocen límites.

liatrocinio infame.

El proveedor general del ejército, coronel Ri- cardo Dromundo, cuñado de Santa Anna, había recibido en San Luis los fondos necesarios para dos meses de víveres y provisiones de seis mil hombres. No obstante esto, en Monclova supo el ejército el día 9 de febrero que la tropa ten- dría sólo media ración de galleta y un real por

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82 CÁELOS Pr^REYSA

plaza, y que los oficiales deberían procurarse los medios de vivir como pudiesen con su sueldo y sin gratificación de campaña.

El invierno era muy crudo, sobre todo para aquella gente originaria de otra zona. Los sol- dados y mucbos oficiales no tenían abrigos. Los reclutas de la cuerda iban literalmente desnu- dos. Los enfermos carecían de todo auxilio médico.

La expedición parecía una caravana de gita- nos; «los carros y cureñas de la artillería tenían que conducir los muchos enfermos que había, dice Ramón Martínez Caro , y en más de una ocasión el comandante general de esta arma, D. Pedro Ampudia, y yo, en cuya compañía iba, tuvimos que hacer entrar en dichos carros, a pesar de estar llenos, a algunos desgraciados que encontramos en el camino casi expirando».

El asalto del Álamo.

Entre el 26 de febrero y el 17 de marzo, lle- garon a San Antonio las fuerzas expedicio- narias.

El Álamo tenía una guarnición de menos de 200 hombres, mandada por Travis, el más audaz

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de los rebeldes. Houston había ordenado que se demoliese aquel llamado fuerte, y que la arti- llería entregada por Cos se llevase al interior de las colonias; pero no se acataron sus ór- denes.

Dado lo anterior, y como Santa Anua no llevaba artillería de sitio, parecía natural, ya que había comenzado su avance por San Antonio, que siguiese de largo para atacar el núcleo re- belde, dejando a Travis en el Álamo, solo y 8Ín medios de emprender operaciones temibles para el ejército de ocupación; pero Santa Anna re- solvió tomar el Álamo por asalto, y se dio éste el 9 de marzo.

La operación se llevó a efecto de un modo brillante, pues tanto los soldados como los de- fensores de la posición se portaron con una bravura heroica.

En la lucha murieron casi todos los téjanos, y los soldados perdieron 70 muertos y 300 he- ridos.

Después de esta carnicería, Santa Anna man- chó la victoria obtenida con tanto sacrificio de sangre inútilmente derramada, y ordenó el fusi- lamiento de los supervivientes del Álamo, a quienes debía haberse guardado el respeto que

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merecía la bandera mejicana, bajo cuya sombra pelearon los insurrectos.

lia ladcpendencla de Tejas.

El día 10 de marzo se reunió en Brazeria la Convención de Tejas, que proclamó la indepen- dencia absoluta de las colonias y que constituyó el gobierno de la República. Fue elegido David G. Burnett para el puesto de presidente, D. Lo- renzo de Zavala para el de vicepresidente, y para miembros del gabinete: Samuel P. Carson, Tomás J. Rusk, Robert Potter, Bailey Hardiman y David Thomas.

La Constitución de Tejas afirmaba con toda energía el principio de la esclavitud, y prohibía la importación de negros que no procediesen de los Estados Unidos.

En el manifiesto expedido por ios delegados a la Convención para fundar la Declaración de Independencia, se exponía así la necesidad de cortar todo vínculo con la República Mejicana: «Estas y otras ofensas fueron sufridas paciente- mente por el pueblo de Tejas, hasta que llegaron a ese punto en que la tolerancia deja de ser virtud. Entonces tomamos las armas en defensa

TEJAS 86

de la Constitución nacional. Acudimos a nues- tros hermanos de Méjico para que nos auxilia- sen; pero nuestro llamamiento no tuvo eco. Han pasado algunos meses, y no recibimos respuesta simpática del interior. Tenemos, pues, que llegar a la triste conclusión de que el pueblo mejicano ha consentido en la destrucción de su libertad y en el establecimiento de un gobierno militar, y que por lo mismo es inepto para la libertad e incapaz de gobernarse.

»La necesidad de gobernarnos impone como consecuencia nuestra eterna separación poli tica.»

SAN JACINIO

Urrea y Fauuiu.

El general D. José ürrea, encargado, como ya se ha dicho, de oponerse al avance de los teja- nos hacia Matamoros, avance que fue causa de disensiones entro el gobernador y el consejo de Tejas y de que no se enviaran refuerzos en auxi- lio del Álamo, llegó a Matamoros a fines de enero, y poco después de que Santa Anna entra- ra en Béjar, es decir, el 27 de febrero, tomó a San Patricio.

En los Cuates de Agua Dulce desbarató la partida del doctor Grant y Brown el 2 de mar- zo. Volvió a San Patricio, y el 13 salió para Golhiad; pero habiendo sabido que en la Misión del Refugio había un buen golpe de gente ene- miga, quiso tomar el punto, y logró su propósi- to, aunque no capturó al jefe de la posición, por haber escapado éste durante la noche.

Después de estas acciones, que no tenían gran

90 CABLOS PERRYEA

importancia, acometió la principal, que era ata- car a Fannin. cuya fuerza constaba de más de trescientos hombres y perseguir a Ward.

£:i llano del Perdido.

Fannin recibió orden de Honston para que marcbara a Guadalupe Victoria, lo que no eje- cutó desde luego, esperando que se le incorpora- ran las fuerzas deMatagordaydel Refugio. Cuan- do emprendió la retirada ya era tarde, pues ürrea estaba en las inmediaciones de GoiMad y se había lanzado en su persecución.

El 19 a las dos de la tarde le dio alcance en el Llano del Perdido, y se trabó la pelea, va- lientemente sostenida por ambas partes hasta que la interrumpieron las sombras de la noche.

Fannin, herido durante la acción, estaba en una situación comprometida. Ocupaba con sus fuerzas el fondo de una hondonada, cuando fue atacado por ürrea. Para salir al bosque circun- dante, y buscar algún reparo, necesitaba aban- donar sus heridos e impedimenta, dado que pu- diera efectuar la retirada, ürrea, en cambio, te- nía refuerzos que le llegaron al amanecer. Rom- pió sus fuegos; pero pocos momentos después

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llegaron señales de que el enemigo quería parla- mentar. Fannin no podía continuar la lucha. Es- taba completamente copado, y además, le faltaba agua aun para mojar los escobillones de la arti- llería. Sus enfermos j heridos estaban a punto de morir de sed. No tuvo más recurso que ren- dirse a discreción.

Sapnesta capitulación de Fannin.

Se ha pretendido que hubo una capitulación en regla entre Urrea y Fannin, bajo las siguien- tes condiciones:

1.* Los téjanos serían considerados como prisioneros de guerra, según los usos de los pue- blos civilizados.

2.^ La propiedad privada se respetaría; pero las armas cortas de los oficiales serían entrega- das al vencedor.

3.* Los soldados serían enviados al Cópano y embarcados para los Estados Unidos.

4.* Los oficiales se comprometerían, bajo su palabra de honor, a tomar el mismo rumbo.

No hay prueba de que se pactara la capitula- ción en regla, ni es probable que se hubiera efectuado tal convenio, por dos razones capita-

92 CARLOS PEEEYRA

les. La primera es que Urrea no podía firmar compromisos con el enemigo, violando abierta- mente la ley del 30 de diciembre de 1835, que ordenaba la ejecución de todo filibustero tomado con las armas en la mano. Sólo en último extre- mo se hubiera resuelto el general Urrea a desen- tenderse de la ley; pero no era el caso, pues la situación de Fannin, sin recursos para sostenerse un solo día, ni esperanza de ser auxiliado, lo po- nía enteramente a merced del jefe mejicano.

Urrea niega terminantemente que hubiera me- diado un pacto verbal o escrito, y el teniente coronel Holzinger que, como subordinado de aquel general, intervino en la rendición de Fannin, dice que ni siquiera se dio la garantía de la vida a los prisioneros. La verdad que se desprende de todos los datos conocidos, es que Urrea ofreció interceder por los oficiales y sol- dados enemigos, y que dio a entender que nada tenían que temer del gobierno mejicano, pues siempre era generoso cuando se apelaba a su clemencia.

TEJAS 93

Lia clemencia de Urrea.

Al hablar asi, Urrea no engañaba a Fannio, porque, efectivamente, el carácter mejicano, y este es un hecho que no admite contradicción, excluye la aplicación fría y sistemáticamente sostenida de las medidas de rigor. Tenia razón para suponer que acabando con la fuerza de Fannin la razón del bien público que habia ins" pirado la ley del 30 de diciembre contra el fili- busterismo norteamericano, Méjico aprovecharía la ocasión para demostrar que era clemente, porque se io permitían sus victorias, sin peligro para la seguridad nacional.

ürrea, que dio pruebas de ser un soldado rí- gidamente apegado a sus deberes, había aplica- do hasta entonces ia ley con estricta severidad, como se lo imponía la Ordenanza, fusilando en el campo de batalla a los filibusteros que caían en sus manos. En algunos de los diversos encuen tros que tuvo, resultaron siempre más muertos que heridos, y en otros sólo muertos y no heri- dos, lo que significa que había procedido a la ejecución de los prisioneros. Pero Urrea sabía distinguir. Fusilaba a los que resistiau briosa-

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mente; a los que se le rendían sin combatir, no sólo les perdonaba, sino que aun llegó a utilizar- los, incorporándolos a sus fuerzas.

En el caso de Fannin, la cuestión era delica- da. No podía perdonar, porque se trataba de hombres que sólo por extrema necesidad se ren- dían. No creía conveniente aplicar la ley, porque era monstruoso matar a tantos hombres en masa, y consideraba inútil cebarse en los restos acobardados do las fuerzas enemigas. De allí sa actitud, prometiendo su autorizada mediación y dando esperanzas de un perdón magnánimo.

ItOH fiísilaniientos de Golhlad.

Los prisioneros fueron conducidos a G-olhiad, mientras se decidía su suerte, y Urrea continuó en activa campaña, dando alcance a la fracción de Fannin mandada por "Ward, la que se le rin- dió y fue igualmente enviada a Golhiad. Libre de rebeldes aquella parte de la costa, Urrea si- guió su marcha a Matagorda y Brazoria, ya no para combatir, sino sólo para ocupar estes luga- res, y asegurar el desembarque de provisiones que se esperaban de Matamoros.

Loa prisioneros del Perdido, los de la fuerza

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de "Ward, 82 aprehendidos al desembarcar en el Cópano y otros procedentes de diversas rendi- ciones, se encontraban en Golhiad, bajo la cus- todia del coronel Portilla, quien el 26 de marzo recibió una orden superior en que se le prevenía el fusilamiento de los prisioneros rendidos por la fuerza de las armas, y a la vez una súplica de Urrea, pidiendo consideraciones para ellos, espe- cialmente para el jefe Fannin. La orden de San- ta Auna fue cumplida, y murieron ejecutados en masa los rendidos del Perdido y los de Ward, escapando sólo algunos que pudieron huir y otros que se salvaron por la compasión de un coronel y de la esposa de un oficial. Los prisio- neros que no habían combatido, como los que fueron capturados al desembarcar en el Cópano, y otros rendidos sin armas, no fueron fusilados. Después se les trasladó a Matamoros.

lios planes de Hoaston.

Al proclamarse la independencia, Houston había avanzado hacia Béjar; pero cuando supo la toma del Álamo, emprendió la retirada para aproximarse al Sabina, aguarda: refuerzos de

96 CARLOS PEREYRA

los Estados Unidos y volver en número suficien- te contra el ejército de Santa Anna.

Houston obraba de acuerdo con el presidente Jackson, y apenas comenzaron las operaciones de Santa Anna, una fuerza de los Estados Uni- dos, al mando del general G-aines, cruzó el Sabi- na y se situó en Nacogdoches, con el pretexto de cubrir la frontera contra las incursiones de los indios. Entraba, pues, en los planes de Houston llegar a la proximidad de Gaines para reforzarse bajo su protección inmediata, y acaso para pro- vocar un conflicto entre las fuerzas regulares de los Estados Unidos y las de Méjico.

JLusiceién del Jefe de los rebeldes.

Al saber la rendición de Fannín, noticia que le llegó el 26 de marzo, Houston apresuró su reti- rada, incendió San Felipe para poner obstáculos a Santa Anna, remontó el río Brazos y acampó en el paso de Groce. Sus fuerzas, desmoraliza- das, disminuían diariamente, sobre todo las com- puestas de colonos de la parte occidental de Te- jas, que no querían abandonar sus bogares, y se indignaban por la retirada de Houston. Un hu-

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racán de terror corría sobre el país, dice un es- critor norteamericano.

Houston permaneció hasta el 12 de abril a la orilla derecha del río Brazos, en el campamento que había elegido y que las inundaciones con- virtieron en islote, El gobierno estaba en Harris- burgo y no cesaba de escribir a Houston, repro- chándole su inacción ante un enemigo que avan- zaba triunfante. El secretario de guerra la decía: «El pueblo espera que hará usted algo en su ser- vicio, 3^ el gobierno le excita para que eso se realice. Ha llegado el momento de decidir si abandonamos el país, saliendo de él como poda- mos, o si hacemos frente al enemigo, y una vez al menos luchamos por nuestra decantada inde- pendencia.» En efecto: los colonos hasta enton- ces no habían luchado, y los filibusteros eran los únicos héroes de triunfos y derrotas.

El golbierno tejauo brasca la protección del ejército de los listados Unidos.

Houston contestó a la carta del secretario de guerra con esta historia de sus operaciones: «En González tenia 374 hombrea a mi disposición, sin

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provisiones, pólvora, balas ni armas; en el Colo- rado, mis soldados eran 700, sin disciplina ni tiempo para organizarse. Hace dos días, el efec- tivo de mi fuerza era de 530 hombres.» No obs- tante, Honston había dado seguridades de que el enemigo no pasaría el río Brazos, y de que el gobierno podía considerarse completamente fue- ra de peligro; pero ya no le quedaba más recur- so que unirse al gobierno y huir con él hacia el Trinidad, para ponerse en contacto con las fuer- zas del general Gaines y buscar el amparo de la bandera norteamericana.

El día 14 salió del paso de Groce, y empren- diendo una travesía muy difícil por terrenos pantanosos, llegó el 18 a Búfalo, frente a Harris- burgo, donde acampó. Dos días después so efec- tuó un acontecimiento inesperado que torció el rumbo de los sucesos. Vamos a explicarlo, refi- riendo las operaciones de Santa Anna.

liU fínga: <Ic Monstosi y la Insea- aatez de Sasita Anna.

Cuando el general mejicano supo la derrota de Fannin, dio por terminada la campaña, y quiso consumarla con una batida general, para

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acabar con los pocos rebeldes qne aun quedaran Der.plegó sus fuerzas a fin de barrer con ellas todo el territorio insurrecto. Gaona, con 700 hom- breSj, debía dirigirse a Nacogdoches y Natchez; Urrea, con 1.300, a Matagorda, Brazoria y Co- lumbia; Ramírez y Sesma, con 1.400, a San Ja* cinto; las fuerzas que desembarcaron en Gaives" ton, a Análiuao y Libertad.

El presidente se disponía a embarcarse en el Cópano, a bordo de la goleta General Bravo, Atravesó el río Guapalupe, el Colorado y el Bra- zos, este último por el paso de Thomson. Justa- mente cuando Santa Anua cruzaba el Colorado, Houston emprendía igua) movimiento, rio arriba, por el paso de Groce. Santa Auna lo sabía, y contando con la división do Ramírez y Sesma, pensó en adelantarse para batir a Houston y concluir la derrota de los sublevados. «La situa- ción del jefe enemigo no me era desconocida, decía Santa Auna . Intimidado por los triunfos sucesivos de nuestro ejército, despavorido a la vista de nuestros rápidos movimientos sobre un terreno que naturalmente opone obstáculos casi invencibles, y sufriendo deserción y escasez que lo impelían a buscar la salvación en la retirada que emprendía, nada más conveniente que per-

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seguirlo y batirlo antes de que pudiera reponer- se.» Pero en los momentos de ejecutar esta de- terminación conveniente, una idea loca trastor- nó todos planes de Santa Anna. Se le dijo que a la orilla derecha del arroyo de Búfalo, en la villa de Harrisburgo, es decir, a doce leguas de donde él estaba, «residia el nombrado gobierno de Tejas, con D. Lorenzo Zaval y los demás dic- tadores de la revolución, y que ora segura su aprehensión si rápidamente marchaba alguna tropa sobre ella». Y en vez de confiar osa ope- ración a un piquete de caballería, mandado por algún jefe de confianza, el mismo general presi- dente se puso en campaña, olvidando por com- pleto la persecución de Houston, cuyas conse- cuencias .eran decisivas, y, por tanto, mil veces más importantes que la captura de los jefes del gobierno de Tejas.

Santa Anna llegó a Harrisburgo en la noche del 16, y encontró desierto el lugar. Los miem- bros del gobierno habían huido a Galveston en un vapor. Entonces dejó de pensar en la captu- ra que había emprendido, y volvió a preocupar- se por derrotar a Houston, quien, según noticias que le transmitía el coronel Almonte, se dirigía al río Trinidad por el paso de Lynch. «Evitar

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el paso a Houston, dice Santa Auna, y des- truir de un golpe la fuerza armada y las espe- ranzas de los revolucionarios, era cosa bien im- portante para dejar escapar la ocasión. Concebí tomar el paso de Lyncbburgo antes de su llega da, y valerme de las ventajas del terreno.» No obstante razonamientos tan sanos, a la vez que tan obvios, volvió a perder la ocasión, como lo había becho, por dedicarse a perseguir a los co- rifeos del gobierno tejano. Abandonó nueva- mente sus planes, y dando la espalda a Houston, y alejándose de la línea que éste seguía, se diri- gía a New- Washington, para ejecutar la más nimia las operaciones. El coronel Aímonte estaba en la playa y se había apoderado de al- gunos cargamentos de víveres destinados a loa insurrectos. Como podían llegar buques enemi- gos con auxilios y quitarle su presa a Almoute. Santa Anna olvidó el asunto importantísimo que tenía entre manos, y dejando abierta la re- tirada de Houston, se encaminó a la bahía. En ella había una goleta filibustera, que por falta de viento no podía alejarse, y se dispuso a ata- carla con botes y chalanas, operación ridicula, que necesariamente fracasó. Después de esto, se supo que Houston se acercaba al paso de Lynch,

102 CARLOS PKttETRA

y olvidando sus botes y chalanas, volvió a pen- sar en destruir de un golpe la fuerza armada y l?.s esperanzas de los revolucionarios. Los tes- tigos presenciales pintan a Santa Anua en esa marclia como un poseído, gesticulando, maldi- ciendo, golpeando a los soldados... Con razón dice Eibot que frecuentemente los pueblos es- tán regidos por semiloeos.

Cuando Santa Anna llegó a San Jacinto, Houston, el fugitivo de la víspera, aguardaba a pie firme. No era ya el pusilánime y desalenta- do del día 14, el que quince días antes de em- prender la retirada, escribía pidiendo que fuesen enviados cincuenta agentes a los Estados Uni- dos, rogando a Dios que viniese la ayuda pron- ta de sus hermanos del Norte, púas, de lo con- trario, él no podría sostenerse; todo había cambiado, o iba a recibir como un obsequio la victoria con que le brindaba la locura de Santa Anna. Y digo locura, porque la ineptitud por si sola no basta a explicar tal cúmulo de medidas desacertadas.

En toda la campaña de Tejas, Santa Anna acu- sa un desarreglo de las funciones cerebrales, que se manifiesta por oscilaciones de la atención. No la mantiene fija un solo instante. Ya se ha visto

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cuántas veces ha olvidado los planes más impor- tantes por hechos externos que lo desvian. Lo hemos visto con una sobreexcitación general y permanente de la vida psíquica: agitado, ges- ticulador, locuaz y violento, maldiciendo y gol- peando. En él se reúnen todas «las condiciones contrarias al estado de atención: le faltan la concentración, la adaptación y la duración >. Vive la vida del «automatismo cerebral, entre» gado a si mismo y libre de todo freno, en un caos intelectual».

liss noticias del sordo Smitb.

Houston sólo había tenido que recoger al paso la prueba de la insensatez de su enemigo, para detenerse y convertirse de fugitivo en triunfa- dor. La diseminación del ejército mejicano era completa. He aquí cómo la pinta Filisola, refi- riéndose al día siguiente de la marcha empren- dida por Houston hacia el rio Trinidad: «El ge- neral presidente se hallaba en camino de Harris- burgo, como veinte leguas distante del Sr, Ses- ma. Yo a diez y seis de éste; el Sr. Gaona perdido en el desierto de Bastrop a San Felipe, sin que supiésemos de él; el Sr. Urrea en Matagorda, di»*

104 CÁELOS PEBEYSA

tante treinta leguas del Sr. Sesma, más de cua- renta de mí, y más de cincuenta del presidente. El mismo Urrea distaba de Golliiad treinta o más, y los destacamentos de Victoria, el Cópano y Golhiad, a cuarenta y cinco leguas de Bajar, donde estaba el general Andrade.» En vista de esto, se había censurado a Houston por no apro- vecharse de la separación de las fuerzas mejica- nas, atacando a Ramírez y Sesma; pero el jefe de los téjanos insistía en la imposibilidad de ba- tirse con «un ejército invasor, provisto de todo lo necesario para una expedición de conquista», según él mismo se expresaba en sus partes al gobierno. Con todo, al llegar a Búfalo, frente a Harrisburgo, un infatigable explorador, el sordo Smith, aprehendió a dos correos que llevaban despachos para Santa Anna, e informó al jefe tejano que el general presidente se encontra- ba aislado, al frente de una pequeña fuerza, cuyo efectivo se le aseguró que no pasaba de 500 hombres, aunque, en realidad, era de 750, con un solo cañón. En la mañana del 19, los té- janos pasaron el rio, y continuando la marcha, llegaron a San Jacinto, por donde debía pasar Santa Anna. Era preciso batirlo antes de que le llegp,ran 1.000 hombres que, según las noticias

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de Houston, el general mejicano tenia en el rio Brazos. Después Je derrotar a Santa Anna, Houston podía continuar su marcha retrógrada para volver con refuerzos contra el grueso de las tropas mojicauas.

Sao Jacinto.

La corta fuerza de Santa Anna llegó frente a la posición enemiga, y después de un ataque de la infantería a las fuerzas de Houston, acampó en un punto situado a menos de una milla del que ocupaban los angloamericanos.

En ]a mañana del 21, Santa Anna recibió un refuerzo de 400 hombres, mandados por el mis- mo D. Martín Perfecto Cos, manchado con la rendición de San Antonio. Ya empezaba a com- plicarse la situación para Houston. No eran 500, sino más de 1.000, ios enemigos que se le pre- sentaban. Pero Santa Anna volvió a proporcio- narle inesperadas ventajas.

Las tropas de los téjanos ocupaban un espeso bosque y tenían al frente una llanura despejada, barrida por sus fuegos de cañón, y a la derecha y a la espalda una retirada fácil. El terreoo elegido por Santa Anna carecía de todas estas

M)6 OAKLOS PEREYHA

ventajas: a su retaguardia tenía un bosquecillo que terminaba en una laguna, y ésta se extendía a la izquierda del campamento. «Amigo, le de- cía el general Castrillón, contestando a algunas observaciones que se le hicieron sobre el sitio elegido para acampar , ¿qué quiere usted que yo baga? Todo lo conozco; pero nada puedo re- mediar, porque usted sabe que aquí no obra más que el capricho y la arbitrariedad de ese hombre (Santa Anna).»

En junta de guerra se había dispuesto que el día 22 se daría el ataque a los téjanos. Entre- tanto, Santa Anna, lleno de suficiencia, se acostó a dormir siesta, «porque el cansancio y las vigi- lias producen sueño». D. Manuel Fernández Castrillón, que debía haber mantenido ima ince- sante vigilancia, descuidó este punto de sus obligaciones, y se entretuvo en hacer tertulia con algunos amigos, y en su aseo personal. Todos estaban descuidados en el campamento...

Houston se dio cuenta cabal de ese descuido, y apresuró un ataque, favorecido por dos motas que había entre su campamento y el del enemi- go. Para no recibir por la espalda algún daño de los refuerzos que podían llegarle a Santa Anna, destruyó el único puente que había en el camino.

TIJAS 107

La sorpresa, a las cuatro de la tarde, fue completa. Santa Anna, que «dormía, profunda- mente, despertó con el fuego y el alboroto» . El mismo Santa Anna informa que advirtió a la vea el ataque y un inexplicable desorden. El desor- den comenzaba por él, pues el coronel D. Pedro Delgado dice; «Entonces vi a S. E. correr atur- dido de uno a otro lado, restregándose las ma- nos, sin acertar a tomar providencias.»

lia derrota y la fYiga.

No hubo batalla ni derrota, sino destrucción a mansalva de más de 600 hombres, cuyos cadáve- res quedaron tendidos en el campamento, en el bosque, en el pantano y en el paso del riaclmelo.

El desastre fue instantáneo. Cuando Santa Anna «llegó a la línea, ya estaba en derrota y en completo desorden». El único cañón mejicano se hallaba cargado todavía cuando cayó en manos del enemigo.

Castrillón fue el único que intentó organizar la batalla, sin conseguirlo, y rescatando su ante- rior indolencia con una muerte honrosa.

Los que se salvaron pudieron ganar muy di- fícilmente la retirada. «Perdida toda esperanza,

108 CARLOS PEBEYBA

dice Santa Anua , escapándose cada uno se- gún podía, mi desamparación era tan grande como mi peligro, cuando un criado de mi ayu- dante de campo, coronel ü. Juan Bringas, con noble franqueza me presentó un caballo de su amo, y con encarecidas expresiones instó a que me salvara.

» Busqué mi escolta, y dos dragones de ella que ensillaban con precipitación, me dijeron que sus oficiales y compañeros iban de escape. Re- cordé que el general Fiiisola se encontraba a diez y seis leguas en el paso de Thomson, y sin vacilar procuré tomar aquel camino.»

«¡Remcmber the Álamo! >

Aprehendido un día después, su suerte estaba firmada por él mismo con los fusilamientos del Álamo y Q-olhiad. No obstante esto, lo salvó la circunstancia de contar con un ejército intacto a las órdenes de Fiiisola, y la villanía con que hizo uso de esas fuerzas para obtener su perdón, ün momento de dignidad le habría costado la vida. Pero Santa Auna supo iniciar con hábiles manejos la batalla por la vida, después de haber perdido infamemente la batalla por la patria.

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En el campamento de Houston la exaltación era extrema. Los soldados pedían la ca,beza de Santa Anna. Habían dado el ataque al grito de *jRememher the Álamo y ansiaban satisfacer su venganza con la muerte del odioso Santa Anna.

liOS dos tratados.

Houston y el gobierno tejano calmaron la efervescencia popular y sacaron partido de su prisionero, el cual cometió todas las bajezas imaginables para salvarse de la muerte a que lo tenia condenado el odio de que era objeto. El 14 de mayo firmó dos tratados, uno público y otro secreto.

En el primero se comprometía a no tomar las armas contra Tejas y a no emplear su influencia para que Méjico se opusiese a la independencia de la nueva República; a suspender inmediata- mente las operaciones por mar y tierra; a orde- nar que las tropas mejicanas evacuaran el terri- torio de Tejas, pasando al sur del río Bravo; a pagar toda propiedad ocupada por el ejército mejicano y a devolver los caballos y negros pertenecientes a la población de Tejas; al canje

lio OAELOS PEltEYaA

de prisioneros y al tratamiento humano de los no canjeados, y a la notificación del convenio para su cumplimiento inmediato por el general Filisola, jefe del ejercito mejicano, mediante lo cual sería también cumplido por el general T. J. Rusk, jefe del ejército tejano.

En el convenio secreto Santa Anna se com- prometía a emplear su influjo y valimiento para obtener quo el gobierno de Méjico reconociese la independencia de Tejas con sus limites hasta el río Bravo. En cambio^ el gobierno de Tejas se obligaba a facilitar el embarco de Santa Anna, puesto que era indispensable su regreso a Méjico para que comenzara a cumplir este compromiso.

s:i filibnsterismo en acción.

El ardor de los voluntarios impidió que Santa Anna volviese a Méjico en los términos conve- nidos. Ya estaba a bordo del Invincíble, cuando llegó a Puerto Velasco el general Q-reen con una fuerza de filibusteros, que apoyó la resistencia de Tejas a la libertad de Santa Anna. Este fue desembarcado por la imposición de los rebeldes, contra la voluntad del presidente Burnett, y so- metido a los tratamientos más duros y humillan-

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tes. La impotencia del gobierno de Tejas agobia- ba a Santa Anna, y ponía ante sn vista el peligro do ser ejecutado, acaso asesinado, como iba a suceder, en efecto, pues fue objeto de un aten- tado que se frustró.

Js&€2ssoai y Santa Anaa.

Acudió entonces al presidente Jackson, el hombre que más ha odiado a Méjico, y en una carta lacrimosa, solicitó de él que interviniera para obtener su libertad, protestando las inten- ciones más benévolas hacia Tejas y su indepen- dencia. Jackson le contestó que no podía inter- venir en la cuestión, supuesto que el gobierno de Méjico había notificado al de los Estados Uni- dos que Santa Anna, como prisionero, carecía de facultades para tratar asuntos públicos de su país.

Se dirigió más tarde a Houston, presidente constitucional de Tejas, suplicando que si no a Veracruz, se le dejase ir a "Washington, para tratar con el gobierno de los Estados Unidos acerca de los límites entre esa nación y Mé- jico, bajo el supuesto de que Tejas entraría a for-

112 CARLOS PEREYRA

mar parte de aquélla. «Convencido como lo bb- toy, decía en una carta del 6 de noviembre, de que Tejas nunca volverá a unirse a Méjico deseo, por mi parte, sacar el mejor partido de las ventajas que pueda yo ofrecer, y evitar los sacrificios que sobrevendrían de un imprudente intento por reconquistar este territorio, que has- ta el presente ba resultado ser para Méjico más perjudicial que benéfico. Consiguientemente, re- duciendo esta cuestión tejana a este único pun- to, el arreglo de los limites entre los Estados unidos y Méjico, que, como usted sabe, ha es- tado pendiente desde hace ya muchos años, esos límites bien pudieran ser fijados en el río Nue- ces, el rio Grande del Norte o en cualquiera otra línea, como llegue a ser decidido en "Wash- ington.»

Jackson comprendió la importancia que te- nían los servicios de Santa Ana para Tejas y los Estados Unidos. Recomendó, pues, con mucha instancia que se diese libertad al prisionero y que se le enviase a Veracruz. Si no se le recibía en Méjico de una manera satisfactoria, promo- vería trastornos, y el gobierno estaría imposibi- litado para emprender nueva compaña en Tejas; si, por lo cQutrario, volvía a ser jefe de la na-

TEJAS IXB

ción, favorecería el reconocimiento de la segre- gación de Tejas.

Filisola decide retirarse.

Tan pronto como Santa Anna cayó en poder de Houston, escribió a Filisola en los siguientes términos: «Habiendo ayer tenido nn encuentro desgraciado la corta división que obraba bajo mis órdenes, he resultado estar como prisionero de guerra entre los contrarios, habiéndome guar- dado todas las consideraciones posibles; en tal concepto prevengo a V. E. ordene al general Gaona contramarche para Béjar a esperar órde- nes, lo mismo que verificará V. E. con las tro- pas que tiene a las suyas; previniendo asimismo al general ürrea se retire con su división a Gua- dualupo Victoria, pues se ha acordado con el general Houston un armisticio ínterin no se arreglen algunas negociaciones que hagan cesar la guerra para siempre.» En otro documento de carácter privado agregaba: «Recomiendo a us- ted que cuanto antes se cumpla con mi orden de oficio, sobre retirada de las tropas, pues así con- viene a la seguridad de los prisioneros, y en

114 CAHLüS PESETEA

particular a la de su afectísimo amigo y compa» ñero», etc.

Filisola recibió la noticia del desastre en la tarde del 22, e inmediatamente ordenó la con- centración del ejército y el movimiento retró- grado. En el rancho de Mr. Powell hubo conse- jo de jefes, j en él se decidió, contra la opinión de Urrea, la retirada general a las riberas del rio Colorado.

JBístratagema deshonrosa.

El 27 llegó a manos de Filisola el oficio en que expresaba Santa Anna sus deshonrosas esd- gencias, y se acordó decir en contestación que el ejército se retiraba, acatando las órdenes del jefe prisionero. Esto se hizo para conocimiento del enemigo, y en obsequio de Santa Anna y de sus compañeros de prisión, por más que ya es- taba resuelta la retirada.

lia responsabilidad de Filisola.

El 13 de Mayo Filisola llegó a Guadalupe Victoria, y asi se consumó el abandono total de la expedición. ¿Pudo haber continuado la cam-

TEJAS 116

paña? ¿Hay quien sostenga la imposibilidad llevarla adelante, contra un adversario que se rehacía continuamente, y cuyo número supera- ría al de los mejicanos en el momento de ser atacado, esto es, cuando la baja de las inunda- ciones permitiera el paso de los ríos y praderas. Por otra parte, Filisola, con una fuerza de 4.036 hombres, carecía de víveres y medicinas. De refuerzos no había que hablar.

Ciertamente eran grandes las dificultades, enormes las responsabilidades, y los recursos exiguos; pero, ¿no era igualmente penoso, y aun más penoso, retroceder a Victoria que avanzar a Galveston? Si faltaban recursos para seguir adelante, si había pantanos en el camino de la dignidad, no eran menores los obstáculos para tomar el camino de la retirada. Ahora bien: los mismos contratiempos sufridos para llegar a un punto inhospitalario, principio de nuevas pena- lidades, hubieran sido el precio del avance has- ta Harrisburgo, en donde empezaba el departa- mento más rico y populoso, respetado aún por la guerra. Y en lo relativo a la estación, que se alega también como causa de la retirada, no po- día serlo, puesto que el mismo Filisola dice en muchos documentos que la temporada propicia

116 CARLOS PEEEYÍÍÁ

para las operaciones militares en Tejas comien- za en mayo y acaba en octubre.

El peligro en que estaban los prisioneros no era mayor con el abandono en que se les dejaba que con el avance a la bahía de Galveston. Todo podía haberse conciliado, presentándose el ejér cito a ios téjanos en actitud imponente, y no atacándolos mientras hubiese peligro de que fuesen sacrificados los prisioneros.

Las representaciones que hizo Urrea contra lo determinado por Filisola, determinaron la reso- lución que tomó el gobierno de confiar el man- do al único jefe que, a pesar de su impericia, había conducido las operaciones con valor y ac- tividad. Pero ya era tarde y no se pudo reparar el efecto de la retirada, así en lo moral como en la condición material de las tropas.

Tejas tenia que perderse; pero pudo haberse perdido sin el deshonor que los jefes mejicanos arrojaron sobre la nación.

LA DEMOCRACIA DE JACKSON Y LA ACCIÓiN" DE LOS ESTADOS UNIDOS

Cansas remotas del conflicto territorial entre üéjico j los Kstados Unidos.

Para entender la guerra entre Méjico y loa Estados Unidos hay que acudir a las causas re- motas que la determinaron, y no sólo a las fric- ciones entre los gobiernos de ambos paises.

Cuando se hicieron independientes las trece colonias de Norteamérica eran dueñas de un territorio limitado al norte por los Lagos, al oriente por el océano Atlántico, al sur por las Floridas y al poniente por el Mississipi. La parte oriental estaba poblada; la occidental so componía de prolongaciones desiertas de Geor- gia, Carolina y Virginia. De estos desiertos se formaron sucesivamente Kentucky (1792), Ten- nessee (1796), Ohio (1802), el territorio de Mi- chigan (1805), Indiana (1816), Mississipi (1817), Illinois (1818) y Alabama (1819).

En 1803 se hizo la adquisición de la Luisiana,

120 CARLOS PEEETRA

al occidente del Mississipi, con los límites va- gos a que se ha hecho referencia, y que fueron precisados en 1819 por un pacto, en virtud del cual se adquirió la Florida Oriental, se consoli- dó el dominio de la Florida Occidental y se le reconoció a España el territorio de Tejas.

La compra de la Luisiana extendió las miras del gobierno de los Estados Unidos hasta el Oregón, situado a la orilla del Pacifico.

En el vasto territorio comprado a Francia, se organizaron hasta 1821, Luisiana, Arkansas y Missouri. Al oeste quedaba una extensa zona sin organización, y al noroeste el Oregón, ocupado conjuntamente por los Estados Unidos e Ingla- terra, desde 1818 hasta 1846.

La población de los Estados Unidos había pa- sado del Ohio al Mississipi, y del Mississipi al Missouri, al Arkansas y al Sabina. Del Sabina no tardó en pasar al Nueces.

La conqalsta del Oeste.

¿Cómo se hizo esta rápida ocupación de aque- lla extensión inmensurable? La explicación está en el temple excepcional del pueblo nortéame-

TEJAS 121

ricano, en la riqueza extraordinaria de las tie- rras qae se presentaban a su paso, en la red flu- vial que las envolvia y en dos inventos mecáni- cos que facilitaron la acción del hombre sobre el medio, tales como la despepitadora de algo- dón y la caldera aplicada a la navegación de los ríos.

Como vemos por los datos anteriores, se ha- bían organizado en el Oeste diez Estados y dos territorios. De esta obra, la mayor parte se reali- zó después de 1812, entre este año y el de 1821, pues de 1792 a 1805 sólo se habían formado Ken- tucky, Tennessee, Ohio y el territorio de Michi- gan. Durante nueve años, comprendidos de 1812 a 1821, se desarrolló notablemente el Oeste con seis Estados y un territorio. Este movimiento migratorio no tenía precedente, ni se explicaría, aun dado el espíritu dominante en los Estados unidos, sino por las facilidades que presentaba la navegación de vapor para la ocupación de las tierras bañadas por el Ohio, el Mississipi, el Missouri y el Arkansas.

Desde 1811 comenzaron a aparecer los botes de vapor en los grandes ríos del Oeste, centupli- cando la fuerza de penetración de aquella onda migratoria, tan rápida, que la población de cier-

122 CÁELOS PKEBTBA

tos centros del Mississipi llegó a tener en 1S20 la densidad media del país.

Entre los nuevos Estados y territorios había muchos de clima subtropical, propicios al culti- vo del algodón, que se había desarrollado asom- brosamente después del invento de la despepi- tadora por Eli Whitney. Esta máquina produjo una revolución, pues aumentó de cinco a mil libras el algodón que podía limpiar en un dia el esclavo menos diligente y entendido.

Gil cultivo dlel algoddn y la es- clavitud.

De un solo golpe se colocó el Sur de los Es- tados Unidos en el puesto de proveedor de al- godón del mundo entero. Un año antes del in- vento de la despepitadora, la exportación del algodón era do ciento treinta y ocho mil libras. Diez años después, Uegiiba a treinta y ocho mi- llones, y en 1820 se elevaba a la cifra de ciento veintisiete millones. El valor de esta exporta- ción alcanzaba en la última fecha, veintidós mi* llones de pesos.

El cultivo del algodón se hacía con trabajo de esclavos, agotando las tierras y ocupando nue-

TEJAS 123

vas extensiones, para mantener !a producción en la cifra requerida por la demanda.

El algodón hizo de la esclavitud una institu- ción peculiar de los Estados y territorios del Sur. Y desde antes de la independencia, la po- blación esclava se había ido concentrando en las colonias del Sur, pues de 455.000 esclavos negros existentes en 1775, apenas 46.000 perte- necían al Norte. Cuando el algodón comenzó a dar más importancia a la esclavitud, los escla- vistas de los Estados en que no se bacía este cultivo, encontraron una fuente de prosperidad vendiendo sus esclavos sobrantes a los planta- dores del Sur, que tenían así todos los negros necesarios para sus trabajos agrícolas. Se abolió la trata de negros con los otros países, y la ins- ütudón peculiar tuvo desde 1807 una zona pro- pia de tráfico interno entre Estados proveedo- res y Estados que aplicaban en grande escala el trabajo esclavo.

El conflicto entre esclavistas y no esclavistas.

Al hacerse la expansión de que hemos habla- do, una parte de la población emigrante ocupó

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tierras que no requerían esclavos, ni en la for- ma limitada de Virginia para el cultivo del ta- baco, ni en la forma extensa de Luisiana para el algodón. Hubo, pues, nuevos Estados que imi- taron a los antiguos Estados del Norte, abolicio- nistas de la esclavitud desde 1784, y que se cons- tituyeron desde luego con trabajo libre. Tales fueron Ohio e Indiana.

De este modo se prolongó hacia el Oeste la oposición entre los primitivos pobladores de la región oriental diferenciados por la geografía. Pero como ya fueran esclavistas o no escla- vistas los nuevos pobladores del Oeste, sólo por el hecbo de ser del Oeste se distinguían de las poblaciones del Eate, y tenían caracteres que les eran propios, en realidad se dividió el pue- blo norteamericano en tres tipos regionales que no podían confundirse y que comenzaban a dis- putarse la dirección del país: los activos, ilustra- dos y ricos habitantes de los Estados constituí- dos al norte de Maryland, navieros, industriales, y comerciantes; los plantadores del Sur, desde Virginia hasta Georgia, que formaban una anti- gua aristocracia latifundista, levantada sobre la base de la numerosa población de esclavos y de una clase media njiserable, agrupada en las pocas

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ciudades de esa zona; los colonos emigrados hacia el Oeste, que ya fuera al norte del Ohio o al sur del Arkansas, tenían como rasgo peculiar el sentimiento de la igualdad, que no reconoce superioridades de tradición, el orgullo de funda- dores de una civilización característica de Amé- rica, y la ambición ilimitada de proseguir su obra de ocupación, «como si toda la tierra les perteneciese».

lios <westeraera>.

La formación de ese nuevo tipo abrió una era de agresión y conquista, cuyo acto capital forma el objeto del presente trabajo.

Por el año de 1830 ya estaba en plena domi- nación del país la clase audaz de los wesferners. En Washington se instalaba como presidente uno de los suyos, el extraordinario Andrés Jackson, y parecía que nada ni nadie se les oponía en su obra violenta de bárbaros con- quistadores, que volvían del Oeste a imperar sobre los antiguos habitantes y directores del país.

Y en verdad que merecían la admiración del mundo entero aquellos ásperos conquistadores

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de la naturaleza en nn continente virgen. «Al escribir estas líneas, dice Tocquevilie, en su célebre libro La democracia en la América del Norte, —al escribir estas líneas (1831), trece mi- llones de europeos civilizados se extienden tran- quilamente por desiertos fértiles, cayos recur- sos y extensión ellos mismos ignoran. Tres o cuatro mil soldados empujan a las tribus erran- tes de los indios, y tras los soldados avanzan los leñadores, que talan las selvas, ahuyentan a las fieras, exploran el curso de los ríos y preparan la marcha triunfante de la civilización a través del desierto... Generalmente se cree que los desiertos de América se pueblan con los emigrados que año por año van de Europa al Nuevo Mundo, y que la población americana creco y se multiplica en el territorio ocupado por sus padres. Este es un solemne error, pues el europeo que sienta el pie en los Estados Unidos, llega allí sin amigos y a menudo sin recursos; para vivir tiene que alquilar sus ser- vicios personales, y es raro verle pasar más allá de la gran zona industrial que so extiende a lo largo del Océano. No es posible ocupar ol desierto sin capital o crédito, y antes do aventurarse en las selvas, es preciso que el

ÍEJAS , 127

organismo se acostumbre al nuevo clima. Los americanos son, pues, quienes componen esa columna de emigrantes que sale del lugar de su nacimiento para establecerse a lo lejos en vastas regiones. Un solo hecho basta para apreciar el número prodigioso de individuos que dejan asi la Nueva Inglaterra para plantar sus hogares en el desierto. Se nos ha asegurado que en 1830, entre los miembros del Congreso, había treinta y seis naturales del pequeño Estado de Connec- ticut. Por consiguiente su población, que es la 43.* parte de la de los Estados Unidos, suminis- traba la 8.* de sus representantes. Sin embargo, el Estado de Connecticut envía sólo cinco dipu- tados al Congreso; los otros treinta y uno son representantes de los nuevos Estados del Oeste. Si estos treinta y un individuos se hubiesen quedado en el Connecticut, es probable que en vez de ser ricos propietarios habrían permane- cido en la condición de humildes y obscuros labradores, sin poder abrirse paso en la carrera política... He hablado de la emigración que parte de los antiguos Estados; pero, ¿qué diré de la de los nuevos? No hace cincuenta años que se fundó el Estado de Ohio; el mayor número de sus habitantes no ha visto allí la primera luz;

128 CÁELOS PERETRA

sn capital no cuenta treinta años de existencia, y ya la población de Ohio se lia puesto en mar- cha hacia el Oeste: casi todos los emigrantes que llegan a las fértiles praderas de Illinois son ha- bitantes de Ohio... A veces el hombre camina tan de prisa que el desierto aparece tras él, pues como la selva no ha hecho sino ceder bajo sus pies, cuando él pasa ella vuelve a levantarse. Al recorrer los nuevos Estados del Oeste no es raro encontrar habitaciones abandonadas en medio de los bosques, y frecuentemente aparecen restos de cabanas en lo más profundo de la soledad...» La viajera inglesa, Mrs. Trollope, que conoció en su intimidad la vida del colono en el Oeste, habla así de ella: «Yo visité una casa que me llamó la atención por su situación solitaria y por su aspecto agreste. Me interesó aun más al ver cómo vivía la familia, exclusivamente de sus propios recursos. Era un punto cultivado en pleno bosque. La casa se edificó sobre una alta colina, tan pendiente, que se necesitaba de una gran escalera para subir a la puerta de frente, en tanto que la posterior daba a un corral grande que estaba a su nivel. Al pie de esa brusca emi- nencia, caía un chorro de agua que alimentaba un estanque al frente de la habitación, A un lado

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había una sementera de maíz, y al otro un corral para cerdos, gallinas, vacas, etc. Cerca de la casa había también un huertecillo sembrado de patatas, manzanos y duraznos. La casa era de troncos de árboles, y consistía en dos piezas, además de la cocinita. Aquéllas estaban bien amuebladas, con buenas camas, sillas, roperos, etcétera. Las esposa del colono y una joven que parecía ser su hermana, estaban hilando; tres muchachos jugaban fuera. La mujer me dijo que ellas hilaban y tejían todo lo que se necesitaba de lana y algodón, inclusive las medias; el ma- rido, aunque no era zapatero, hacía el calzado. En la casa hacían igualmente el jabón, las velas y el azúcar extraído del árbol llamado Mapple Tree. «Para lo único que necesitamos dinero decía, es para el té, café y aguardiente. Nos proveemos con facilidad mandando al mercado cada semana una barrica de manteca y algunas gallinas.» No compraban trigo: con el de su se- mentera hacían pan y varios géneros de pasteles. Durante el invierno aprovechaban el maíz para los animales. Las mujeres tenían caras de enfer- mas: decían que habían sufrido de calenturas intermitentes; pero que ya se encontraban bien. La madre parecía satisfecha y orgullosa de su

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condición independiente. Dijo con acento som- brío: «Es muy raro que veamos gentes extrañas, y mi mayor placer consiste en ver cien veces la salida y la puesta del sol sin tenor que hablar con otros seres humanos que los de mi familia.»

lias nnevas cindades.

Pero no todo era soledad. Las ciudades cre- cían pasmosamente. «Cincinnati, decía por el año de 1830 D. Lorenzo Zavala en su Viaje a los Estados Unidos, es una población de 25.000 habitantes, situada sobre las márgenes del río Ohio, en el Estado del mismo nombre... Cincin- nati tenía antes de la introducción de buques de vapor sobre el Mississipi, hace veinte años, cuando mucho, 6.000 habitantes, y diez años antes, diez o doce casas; su aumento rápido es debido a la facilidad de sus comunicaciones, a la feracidad del suelo y al número de emigra- ción que viene de Europa y aun de los Estados del Este.» Hemos hablado de la fuerza que pres- tó a los colonos la aplicación del vapor, facili- tando los transportes; pero es necesario ver su influjo para que no quedasen aislados, como durante los primeros años de su penetración al

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Oeste. El bote de vapor, precursor de los ferro- carriles, contribuyó activamente a formar el es- p'ritu público de aquella comunidad agrícola.» El mismo Zavala presenció la obra de esta in- fluencia civilizadora.

El Missiíjsipl.

«El Mississipi, dice Zavala, varia de profundi- dad y de anchura según los parajes por donde pasa, y disminuye naturalmente conforme se aproxima a su origen. En Nueva Orleans tiene cerca de ciento veinte pies de profundidad; en Natch.es, esto es, a trescientas millas de distancia tiene ochenta pies. Desde la Baliza hasta Pitts- burgo, en que se navega, por buques de vapor en el Ohio, hay la distancia de dos mil doscientas doce millas, que son más de setecientas leguas de Méjico. Es prodigioso el impulso que ha recibido el comercio y la civilización con ia introducción de los buques de vapor. Anteriormente se nece- sitaban tres y cuatro meses para hacer este via- je desde Nueva Orleans. Actualmente, se llega en diez días a Louisville, mil cien millas; en un día a Cincinnati, ciento veinte millas; en cuatro a Wheeling, trescientars ochenta millas, y en uno y

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medio a Pittsburgo, cerca de doscientas ochen- ta millas. Nada es más frecuente que ver a las familias pasar a visitarse de uno a otro de estos puntos, ciento^ doscientas o trescientas leguas, para regresar a su casa a los dos o tres días.»

Jackson.

Tal era la vida del Oeste en los tiempos de Jackson. Este hombre condensa el espíritu re- gional de que fue representante. El general Jackson nació en la Carolina del Norte en 1767, dos años después de la llegada de sus padres y hermanos a los Estados Unidos, procedentes de Irlanda. Poco antes del nacimiento de Jack- son, el padre murió, dejando a la viuda y a los tres hijos una granja que había fundado en su patria adoptiva. Apenas había comenzado la educación de Jackson, cuando estalló la guerra de Independencia. El hermano mayor se alistó, y murió en un combate. Jackson y el otro her- mano se alistaron también^ y pelearon contra los ingleses. Hechos prisioneros, se les trató du- ramente, y esto determinó el odio que Jackson sintió siempre por los ingleses. Antes de que acabara la guerra, murieron la madre y el her-

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mano de Jackson, y éste se había entregado a la disipación: pero no tardó en regenerarse. Adop- tó la profesión de legista, y después de hacer al- gunos estudios, recibió un puesto público judi- cial en el oeste del Estado que luego fue Ten- nessee. Alli se dedicó tal vez menos a la curia que a las armas, pues alistado en la milicia para perseguir a los indios, se distinguió notablemen- te por su energía, valor y habilidad. Los indios le llamaban Cuchillo cortmite y Flecha afilada.

AI organizarse el Estado de Tennessee, Jack- son figuró entre los constituyentes. Fue dipu- tado a la legislatura local, magistrado del Tri- bunal Supremo del Estado, y general de la mili- cia. Pasados algunos años, resolvió retirarse de la magistratura, y se dedicó a las tareas agrícolas, hasta que comenzó la guerra entre los Estados Unidos e Inglaterra. Este conflicto le abrió el camino de la fama.

En 1812 se le comisionó para que dirigiese una campaña contra lo3 indios creeks del sur, mientras el general Harrison operaba en el nor- te. Jackson condujo las operaciones con su ha- bitual energía, haciendo una guerra de extermi- nio. Al terminar la campaña, se le ascendió a ge- neral.

134 CA.11L0S PEREYKA.

Por propia autoridad y sin instrucciones del gobierno, penetró en posesiones de España hasta Penzacola, para perseguir a algunos indios, pro- tegidos por jefes ingleses y disciplinados por ellos.

Tenía su cuartel general en Luisiana cuando se habló de una expedición inglesa contra Nue - va Orleans. Jackson tuvo la suerte de rechazar la invasión torpemente conducida por el gene- ral Packenham, al frente de 8.000 hombres, des- pedazando a los ingleses en un ataque dado por ellos a un campo atrincherado en que se forti- ficó al general norteamericano con 4.000 hom- bres. Los tiradores de Kentucky y del Tennes- see, resguardados por pacas de algodón, cazaron a su sabor a los ingleses y les pusieron fuera de combate más de 2,000 hombres, entre los que se contaban el mismo Packenham y otros dos jefes superiores= Los ingleses se reembarcaron, y Jackson entró en la categoría de gran personaje nacional, aclamado como «el héroe do Nueva Or- leans»,

En 1818 se le encomendó una campaña con- tra los seminólas, y siguiendo su costumbre, al seguirlos invadió el territorio español de la Florida, se apoderó de varios fuertes de la Go-

TEJAS 135

roña de España, y se instaló en Penzacoia como si fuera dominio de los Estados Unidos. Des- pués de exterminar a los indios, se apoderó de dos ingleses que los dirigían, ahorcó al uno y fusiló al otro. La conducta de Jackson era la de nn filibustero, y comprometía la responsabili- dad del gobierno de su patria; pero fue aproba- da por el gabinete, aunque alguno de sus miem- bros la condenaban.

Adquirida la Florida por los Estados Unidos, según el tratado a que se ha hecho referencia, Jackson fue nombrado gobernador del territo- rio; pero poco tiempo después renunció el pues- to, para ir a ocupar un sitio en el senado.

Una elección preísidencial en

los listados Unidos.

Se acercaban las elecciones. Monroe termina- ba su segundo periodo, e iba a abrirse la cam- paña sin que hubiera partidos bien determina- dos en el país, el cual pasaba por una era de concordia. A falta de partidos, se formaron gru- pos de simpatías personales. Uno de ellos estaba constituido por los admiradores del héroe de Nueva Orleans; otro, por los admiradores del

136 CARLOS PEBEYRA

«pacificador» Henry Clay, que acababa de esta- blecer el equilibrio entre los Estados del Norte y los esclavistas; el tercer grupo se fijaba en el secretario de Estado, John Quincy Adams, uno de los hombres más eminentes de su tiempo, re- presentante de la politica sabia de los estadistas fundadores del gobierno constitucional; el cuar- to grupo votó por Crawford, hábil financiero y politicastro ambicioso.

Dividida la votación entre esos candidatos, sin que ninguno de ellos obtuviera el número necesario para ser elegido, se defirió la elección a la cámara de representantes, como estaba dis- puesto por la Constitución, y Adams fue elegi- do, por haberse reforzado su grupo con el de Clay, el cual aconsejó esa conducta a sus parti- darios. Además hasta entonces habia una cos- tumbre que señalaba al secretario de Estado como sucesor del presidente, y esta costumbre fue acaso un factor importante de aquella vo- tación.

Elegido Adams, Clay entró a la secretaría de Estado, y esto persuadió a Jackson de que ha- bía habido una maquinación indecorosa para derrotarlo. Consideró su fracaso electoral, ade- más, como una violación del principio demo-

TEJAS 137

orático. El pueblo le había dado a él más votos: la cámara de representantes, por consiguiente, debió haberle elegido. Error grosero, porque en tal caso la Constitución hubiera dispuesto que la elección dividida se entendía resuelta en fa- vor del candidato más favorecido. Jackson tuvo que resignarse a ver la presidencia ocupada por Adams; pero cuatro años después le sucedió en aquel alto puesto.

lia democracia de Jefferson y la de Jackson.

Jackson obtuvo los votos de Nueva York y Pennsylvania, así como los del Sur y Oeste, con- tra los de Nueva Jersey y Nueva Inglaterra, que favorecieron a su adversario. Como los elec- tores eran ya designados en casi todos los Es- tados por elección directa, Jackson pudo consi- derarse, y se consideró, el presidente del pue- blo. Lo era, en efecto, porque llevaba como principio fundamental de sus ideas políticas, la omnipotencia de la masa, la brutalidad aplas- tante del número, sin tener en cuenta las res- tricciones de la ley. «No había sido esa, sino muy diferente, la democracia de Jefferson,^

138 CARLOS PESEYBA

dice Woodrow Wilson . Había mantenido ar- dientemente la convicción de que el gobierno debe emanar del pueblo y ser conducido en in- terés del pueblo; pero ios jeffersonianos habían considerado como esencia de la democracia^ que se restringiera la acción del gobierno a las áreas pequeñas de la administración local, para que hubiera de este modo el mínimum de gobierno posible. No era la suya una teoría de omnipo- tencia, sino de método y sanción. No hubieran imaginado el dogma jacksoniano de que todo lo que quiere el pueblo es justo, de que no podía ser excesiva la omnipotencia, si bien fuera la omnipotencia de la masa la voluntad de las ma- yorías. Eran analistas, no absolutistas.» El ab- solutismo demagógico, tan contrario a todas las tradiciones constitucionales de los Estados Uni- dos, se instaló en la Casa Blanca con un hom- bre que era la antítesis de todos los hombres que hasta entonces habían dirigido los asuntos públicos como presidentes.

El poder personal de Jackson.

Los sucesores de "Washington habían sido se- cretarios de Estado, hombres de reconocida pe-

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ricia en el manejo de los negocios públicos. Jaksoa no pasó por esa escuela. A falta de an- tecedentes políticos, tenía ciertamente el don de mandar hombres, don que no se adquiere. Era un fuerte, un dominador, un jefe natural. Nadie resistía a su magnetismo.

Pero no se trataba de saber ai seria obedeci- do, sino de asegurar que su imperiosa voluntad obraría de un modo benéfico Él mismo, cuando se habló por primera vez de su candidatura, de- claró sinceramente que podía mandar hombres, pero que se sentía muy lejos de considerarse ca- paz para el puesto en donde estaba acostumbrado a ver estadistas. Desgraciadamente, con la popu- laridad, cambió de opinión.

@ra pequeñes mosral.

Se le han reconocido umversalmente muchas cualidades: valor, energía, probidad, lealtad ca- balleresca. Pero esas virtudes, que formaban la contextura de una alma fuerte, no tenían la deli- cadeza que hace al hombre superior. Era muy pequeño de espíritu, de ideas vulgares, de prejui- cios obstinadamente arraigados. Por otra parte,

140 CARLOS PEREYEA

8U corazón alimentó rencores inextinguibles y crueles hasta la ferocidad.

Ha vida pintoresca y dramática.

Su pasado era la más pintoresca historia de un westerner ineducado. Durante los prime- ros años de su residencia en el Tennessee, pasó más tiempo a caballo que en los tribunales, y aun estando en la ciudad, le absorbían más las peleas de gallos que los debates forenses. Tuvo un amor de peripecias románticas con la que antes de ser su esposa pasó por infiel al primer marido, el cual pidió divorcio, creyendo que ella era amante de Jackson. Esta aventura fue ab- suelta, si hubo culpa, en vista de la devoción con que siempre amó a su mujer. Por ella, y de- fendiendo su honor, tuvo un duelo a muerte con el coronel Dickinson, el mejor tirador del Ten- nessee. El encuentro fue ocasión de apuestas, casi todas en favor de Dickinson. Jackson demostró entonces toda la intensidad de sus odios, pues habiendo reservado la bala que podía disparar a la voz de mando, como lo hizo su contrario, tuvo la calma de apuntar pacientemente, hasta tener la seguridad de hacer blanco, e hirió de muerte

TEJAS 141

a Dickinson. Este no murió en el terreno, sino poco después, y Jackson ocultó la herida que él había recibido con el disparo de Dickinson, para humillarlo en el orgullo que tenía de ser un gran tirador.

Jackson se vio comprometido en otros lances, uno de ellos con el senador Benton, en el que aquél salió herido por un hermano de su ene- migo. Hasta en el tribunal riñó con un con- trincante cuyas expresiones no qu.iso tolerar.

En Washington sus amenazas eran cortarles las orejas a los que habían condenado su inva- sión de la Florida, y colgar del primer árbol que encontrara al primer nulificante de Carolina que tuviera a mano. Jamás se había oído hablar asi a un jefe de la nación; pero tal vez por eso era más verdaderamente el jefe del pueblo llano.

lia «Icmocracia del Oeste y su patriarca.

D. Lorenzo de Zavaia presenció en Cincinnati la recepción que se hizo a Jackson el 27 de junio de 1830. y vio cómo lo querían los obreros, la- bradores y artesanos. «Al día siguiente, dice, pasamos el general Mejía y yo a visitar al pa-

142 CARLOS PEEETEA

triarca presidente. Yo tenía para él una carta de Mr. Butler, encargado de negocios de los Esta- dos Unidos cerca de nuestro gobierno, y el Sr. Mejía le conocía desde que fue empleado cor- ea del gabinete de Washington como secretario de la Legación mejicana. El respetable anciano estaba alojado en una casa medianamente amue- blada, sentado en un sillón, y rodeado de veinti- cinco a treinta personas, que por su traje pare- cían labradores y artesanos, baciéndoie la más sencilla corte del mundo. Parecía uno de aque- llos antiguos héroes de Homero, que después de haber hecho grandes acciones en la guerra, se re- tiraban á vivir entre sus conciudadanos, a quie- nes gobernaban como hijos. Aunque parezca inútil, es conveniente repetir que aquellos labra- dores, obreros y artesanos que aclamaban a Jackson en las calles de Cincinnati no eran ele- mentos semejantes a la masa proletaria de los obreros del Este, sujetos al patrón: eran todos propietarios en escala más o menos pequeña, y habían fundado su independencia económica en las condiciones de igualdad que reinabau en todo el Oeste,

TEJAS 143

JTackson y Clay en la cuestión de Tejas.

En el cerebro del general Jackson, poblado de escasas ideas, simples, limitadas y fuertes, había surgido una extraña concepción sobre el deber que creía tener como hombre público, de procurar la incorporación de Tejas a los Estados Unidos. El tratado de 1819 entre España y los Estados Unidos, había tenido opositores en el senado y en el país. Henry Clay sostenía que aceptar el río Sabina como limite entre los Esta- dos Unidos y las posesiones de España, y abando- nar el límite del Bravo, era entregar un territo- rio que pertenecía a les Estados Unidos por la compra de la Luisiana. El tratado debía recha- zarse, en primer lugar, porque el senado no te- nia facultades para enajenar territorio nacional, y Tejas era territorio nacional, y en segundo lugar, porque la transmisión del dominio de Te- jas no tenía equivalente adecuado en la adquisi- ción de la Florida: ésta caería en el seno de los Estados Unidos por atracción natural, mientras que Tejas escaparía para siempre. Pero no obs- tante los esfuerzos de Clay, el tratado salió vic- torioso.

144 CARLOS PEREYBA.

Una idea genainamente jack- suniaua.

En aquel tiempo, Jacksoa estuvo de acuerdo con el gobierno; pero más tarde, cuando la de- rrota que sufrió en la lucha electoral le inspiró un odio negro contra Adams, cambió de parecer, y aun llegó a afirmar que el tratado se había debido al fraude «de aquel malvado y ligero viejo John Quincy Adams». Jack&on aseguraba que por los años de 1829 a 1830, había tenido en sus manos las pruebas de que Mr. Ir'ving, mi- nistro de los Estados Unidos en Madrid, negoció en 1819 un tratado, por virtud del cual España cedía la Florida y reconocía el dominio de los Estados Unidos en Tejas. En vez de aprobarse este pacto tan favorable, el gabinete de Wash- ington, es decir Adams, dispuso que las negocia- ciones continuasen en Washington, sólo para impedir que Tejas fuese de los Estados Unidos. Cuando Jackson tuvo, o creyó tener, la prueba de este manejo criminal del «viejo atolondrado», declaró en su conciencia que el tratado de 1819 era nulo.

«El tratado de 1803, agregaba, sigue vigen-

ÍEJAS 145

te como suprema ley. Tejas es nuestra, nos per- tenece. Si fue cedida villanamente, tal cesión es nula. Ningún tratado posterior nos desliga de la obligación de ser dueños de Tejas. Debemos recuperarla, pacíficamente si podemos; por la fuerza si es necesario."

No existen, o nadie ha visto al menos, las pruebas de que España estuviera resuelta a re- conocer la soberanía de los Estados Unidos en Tejas, y de que por lo mismo se hubiera cedi- do ese territorio villana y criminalmente por John Quincy Adams. Pero aun llegando a su- poner que tal fuera el caso^ sólo Jackson podía sostener que el fraude cometido por un ministro contra su país, era causa suficiente de nulidad en detrimento de la otra nación contratante. La doctrina de Jackson arguye más imbecilidad que malicia.

Los historiadores imparcialos, y entre ellos Cari Schurz, biógrafo de Clay, pintan las cosas de otra manera. «Al hacer el tratado, Adams abandonó a más no poder la línea del Bravo, y aceptó la del Sabina; hubiera podido ganar ese punto a no ser por las razones peculiares que tenían Monroe y el resto del gabinete para de- sear que el Sabina fuera el límite. En una carta

146 CARLOS PEEEYÍlA.

al general Jackson, decía: «Habiendo conocido desde hace mucho tiempo la repugnancia con que el Oriente de la Unión ve la expansión hasta el Oeste y el Sur, ha sido resueltamente de opi- nión de que, por ahora, nos conformemos con la Florida. Se renunció a Tejas por deferencia al sentimiento que Monroe atribuía al Nordeste.» Jackson contestó diciendo: «Soy enteramente de su opinión de que por ahora debemos con- tentarnos con las Floridas.»

El filibnsterisiuo de Jackson.

Cuando Jackson subió a la presidencia y ha- cía aquellas extrañas declaraciones contra el tratado de 1819, Adams observaba el apetito de Jackson por Tejas: «Desde el primer año de su administración se puso a la obra, negociando con una mano la compra de Tejas e instigando con la otra un levantamiento de aquella provincia contra Méjico.»

He hablado del envío de Houston a Tejas en 1832, ya que Méjico no consintió en tratar de la venta de ese territorio, solicitada desde el tiempo de la administración de John Quincy

TEJAS 147

Adams, por instrucciones del secretario de Es- tado al ministro en Méjico, Mr. Poinsett.

La conspiración de Jackson y Houston ha re- cibido el nombre de «capitulo negro de la his- toria de América» que le aplica Schouler. Los concilios de «los conspiradores de media noche en torno de un fuego que se extingue», como los llamaba Clay, comenzaron en 1830. Houston reapareció de pronto en Washington, donde se reveló su presencia por la paliza que le dio a un representante de Ohio, hecho que el presidente Jackson aprobó públicamente.

Guando Houston salió de Washington, llevaba instrucciones de Jackson para promover la in- surrección de Tejas. Un panegirista de Jackson, el profesor Mac Nutt Mac Elroy, de la Univer- sidad de Princeton, escribe el siguiente juicio, que doy por lo que valga: «Había, pues, una conspiración entre el presidente de los Estados Unidos, con un número de otros altos personajes que no podemos determinar, y un aventurero sin un centavo y proscripto de la sociedad, para fo- mentar una revolución en Tejas. Esta página de nuestra historia no nos hace mucha honra; pero para Jackson no había otro medio más adecuado de reclamar lo que realmente nos pertenecía.»

14S OABLOS PEBEYBA

El «raid» de Gatnes.

Honston tenía constantemente a Jackson en- terado de los acontecimientos, ya directamente, ya por conducto de la secretaría de guerra, y atizaba los odios del presidente de los Estados Unidos contra el pueblo mejicano. «Méjico, decía Honston, está envuelto en guerras civi- les. El gobierno es esencialmente despótico. Los gobernantes carecen de honradez y el pueblo es imbécil.» Jackson repetía a cada momento su célebre declaración, ante la camarilla que le ro- deaba, «el gabinete de galopines», declaración que no es de extrañar en un hombre cuyo pa- triotismo se amasaba con odios: I líate the dons.

Cuando la obra de Houston, interrumpida du- rante la prisión de Austin, se acercaba a su crisis final, favorecida por la indigna conducta de los generales mejicanos, Jackson, que había exhibido sus propósitos, rompiendo la neutra- lidad con el apoyo ostensible que de su parte recibieron los rebeldes, subrayó todavía más la actitud incorrecta de su gobierno con la orden dada al general Gaines para que, pasando la frontera, ocupara territorio mejicano, bajo el

TEJAS 149

pretexto de proteger los intereses de los Estados Unidos, amenazados de invasiones de indios sal- vajes. G-aines, su antiguo compañero en el raid de la Florida, pasó la línea y se situó en Nacog- doches. La derrota de San Jacinto, y la retirada del ejército mejicano, permitieron que aquel acto del gobierno de Washington quedase contenido en los términos aparentes de una mera incorrec- ción, y que no apareciese de manera indiscu- tible el verdadero objeto del avance de Gaines, que era comprometer, en la cuestión de Tejas, el honor militar de los Estados Unidos.

En realidad, San Jacinto retardaba la «rein- corporación» de Tejas a la Unión del Norte, porque, sin guerra entre ella y Méjico, eran in- superables los obstáculos para la anexión.

ANEXIÓN DE TEJAS A LOS ESTADOS UNIDOS

Por qaé se aplazó el destino manifiesto.

Sorprende a primera vista que una comunidad angloamericana, formada espontáneamente en el impulso de expansión nacional hacia el Oeste, y establecida en una área integrante de la unidad geográfica cuyo eje es el Mississipi, no se hubiera reabsorbido desde luego en el orga- nismo social a que la unían todos los lazos: el del interés, el de la lengua y el del interés.

Una fuerza centrifuga, momentáneamente más poderosa, aplazó diez años la obra del destino manifiesto.

lia cnestién de Missoorl.

Hemos referido cómo se hizo la creación de nuevos Estadcj de la Unión en el antiguo terri- t;orio perteneciente a las colonias y en el que

164 CARLOS PEBETRA

adquirió la República durante la administración de Jefferson.

En 1820 estaba para entrar en la Unión con el carácter de Estado un territorio: Missouri. El 6 de marzo de 1818 se había presentado la soli- citud respectiva a la cámara de representantes. Inmediatamente se abrió un debate sobre si en el nuevo Estado se permitiría o se prohibiría la esclavitud. El Norte pedía la prohibición. El Sur, la continuación del estado que guardaban las cosas.

Se abría un incidente de transcendencia para el porvenir, dada la situación de las dos seccio- nes en que se dividía el país. Si el Norte crecía en territorio j población, su representación más numerosa le permitiría llevar a las cámaras un proyecto antiesclavista, con esperanza de buen éxito. Urgía, pues, impedir este peligro. ¿Cómo hacerlo? Creando más Estados esclavistas para que, aun suponiendo que la sección del Norte aumentase su representación en la cámara popu- lar, quedase siempre refrenada su acción por el empate de las votaciones en el senado.

El Sur se opuso con toda energía a la restric- ción propuesta para Missouri. Esta oposición se basaba en tres argumentos: el constitucional.

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que apoyaba la esclavitud en solemne garantía de una estipulación federal; el moral, que soste- nía como ventajosa la institución discutida, para bien de los mismos negros y de los blancos, que no podrían vivir pacíficamente si los primeros eran emancipados; el económico, verdaderamen- te decisivo, puesto que se consideraba imposible el trabajo en las plantaciones del Sur con ope- rarios libres.

Los abolicionistas exponían argumentos de todo género. Fuera de los que sugería su odio al sistema, como inhumano, tenían uno de orden constitucional, contra el que empleaban sus ad- versarios. No; la constitución no garantizaba ex- plícitamente la institución de la esclavitud. ¿Qué precepto de aquélla impedía al gobierno federal que prohibiese la introducción de esclavos en los territorios?

Hubo una voz que pronunció al cabo esta pa- labra: «transacción». Sólo por transacción podía terminar el debate.

Mr. Thomas, senador por Illinois, dijo que a cambio de la concesión pedida por Missouri, se- gún la cual se le permitiría entrar en la Unión como Estado esclavista, se prohibiese la esclavi- tud al Norte de los 36° 30', límite austral de

166 0ABL08 PEREYBA

Missouri. Mediante esta transación, el Sur ganó el punto especial debatido; pero el Norte obtuvo que se reconociera como doctrina constitucional la facultad que tiene la federación para excluir la esclavitud de los territorios de la Unión, y para sujetar a condiciones la admisión de nuevos Es- tados.

En esta dificilísima emergencia de la vida na- cional, Clay intervino con su influencia, a la que se debió el resultado obtenido. Por esto se le llamó «Clay el Pacificador» .

¿El resultado fue benéfico para el país? John Quincy Adams, el ardiente abolicionista, habla en estos términos de la transacción de Missouri: «Pero tal vez habría sido más prudente, a la vez que más atrevido, persistir en la restricción que se imponía a Missouri, hasta que la situación hu- biera terminado en una Convención de los Esta- dos para revisar y reformar la Constitución. Esto hubiera producido una nueva unión de trece ó catorce Estados, sin la mancha déla esclavitud, y con un grande y glorioso fin que perseguir, a sa- ber: unir bajo su estandarte a los otros Estados, mediante la universal emancipación de sus escla. vos. Si la unión debe disolverse, la esclavitud será precisamente la cuestión que la rompa. » En

TEJAS 167

este comentario sobresale un hecho; se hablaba de la posibilidad de que desapareciera la unión y no se pensaba en contener el movimiento se- paratista por medio de la fuerza. Cuarenta años más tarde, otro fue el lenguaje y otra la conduc- ta del Norte. Pero debe advertirse que en 1820 no había los vínculos que se desarrollaron más tarde, ni la superioridad que dio el triunfo a lo« unionistas en 1865. Las fuerzas de ambas seccio- nes casi estaban neutralizadas.

lia anexida de Tejas y la tran- sacción de Missoari.

Toda cuestión relacionada con la esclavitud encontraba una división profunda en los Esta- dos unidos. No era cuestión nacional, sino sec- cional, por sólo el hecho de tener tal relación. Cuando se trató de un nuevo ensanche territo- rial, este sentimiento de mutua hostilidad llegó a su grado supremo de irritación. Aumentar el territorio era aumentar el número de Estados, y aumentar el número de Estados era dar supre- macía a una de las dos secciones rivales. Tratán- dose de Tejas, que tenía superficie para formar numerosos Estados, ¿no implicaba la anexión un

168 OA^ELOS PEREYRÁ

verdadero fraude para destruir la situación crea- da por la transacción de Missouri? La división se hizo más ancha, puesto que más profunda no podía serlo ya. Entre los que pedían la «reocu- pación» de Tejas, sosteniendo que esta provin- cia había sido adquirida con la Luisiana y no había salido del dominio nacional, y los que no aceptaban que Tejas fuese posesión norteameri- cana, ni querían oír hablar de que llegase a ser- lo, la acritud se hacía cada vez más intensa.

Jackson, que, como hemos visto, era más na- cionalista que seccionalista, puso excelentes ar- gumentos nacionales al servicio de los intereses y de las pasiones del Sur; puso también todo el Oeste, con sus apetitos y su orgullo, en la causa de la adquisición de Tejas. ¿Cómo no triunfaron sus planes? Provocó un levantamiento en Tejas, comprometió a los Estados Unidos en una polí- tica descaradamente parcial, y, por último, con la orden de movilización dada a Gaines para que invadiese territorio mejicano, hacía inmi- nente un encuentro entre fuerzas norteamerica- nas y mejicanas. El azar de la derrota de Santa Anna y de la retirada de nuestras tropas, impi- dió que Gaines se mezclase en el conflicto de Tejas. Con esto el pueblo de los Estados Üni-

TEJAS 159

dos hubiera visto comprometido el honor de sus armas, y la guerra habría sido un hecho inevi- table, trayendo como consecuencia necesaria la pérdida de Tejas por parte de Méjico y su ad- quisición inmediata por los Estados Unidos.

SI obstáculo para la anexión.

Jackson encontró un obstáculo que durante diez años se opuso a la anexión de Tejas. El presidente de los Estados Unidos no contaba además con que Méjico se negaría a reconocer la independencia de Tejas, lo que hacía impo- sible la anexión, dadas las relaciones de amistad entre Méjico y Washington, a menos que los Estados Unidos aceptasen el papel de agresores contra un país amigo. Lejos de reconocer a Te- jas como república independiente, Méjico em- pezó por hacer una reclamación a los Estados Unidos por sus manejos. Así, pues, antes de que Jackson diese pasos a fin de lograr la ano- sión, tenía que substanciar un enojoso incidente diplomático.

160 Cahlos pesetea

Primer incidente diplomático.

D. Manuel Eduardo de Gorostiza, ministro de Méjico en Washington, presentó el 4 de agos- to de 1836 una nota contra la violación de fron- teras, hecha por el general Gaines. El gobier- no de los Estados Unidos contestó que, su- puesta la obligación existente por tratado en- tre ambos paisos, de impedir las incursiones de los indios del uno al otro, cuando Méjico no pu- diera por las circunstancias dar cumplimiento a esa obligación, los Estados Unidos tenían que cumplirla. Estaban precisados, por una parte, a impedir que los indios entrasen a Tejas, y por la otra, que de Tejas pasasen a los Estados Uni. dos. «Su primera obligación, agregaba el se- cretario de Estado, es hacia Méjico, por el tra_ tado; la segunda es hacia el pueblo de los Esta- dos Unidos, al cual este gobierno debe seguridad y protección, como la principal de sus obliga - ciones.» Si Méjico no quiere que los Estados Unidos lo defiendan de los indios, los Estados Unidos no se obstinarán en cumplir un compro- miso del que se les releva; pero la obligación para con el pueblo norteamericano es ineludible

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y sagrada; los Estados Unidos la llenarán, aun- que para ello sea necesario ocupar territorio de la nación vecina. Así hablaba el gobierno de "Washington. Y todavía hubo algo más en su alegación justificativa. El general Gaines había informado a su gobierno, que Méjico empleaba a los indios salvajes, excitándolos contra los re- beldes téjanos y contra los Estados Unidos^ Jackson, «sin admitir la exactitud de este infor- me», dictó medidas para evitar el mal que se le anunciaba; facultó al embustero general Gaines para que llamase en auxilio a los voluntarios y marchase con todas sus fuerzas a Nacogdoches; mas, «ya que no había tal amenaza, no habría tal invasión con los refuerzos de voluntarios» . Pero como < Méjico no está ahora en situación de impedir que los indios hostilicen la frontera, esta seguridad del Sr. Gorostiza (sobre no ha- ber connivencia entre Méjico y los indios), aun- qiie muy satisfactoria, no basta por sola para justificar que el presidente contraordene las medidas que ha dictado, a fin de defenderse de las hostilidades que puedan provenir otras causas.»

A esta insolente nota contestó Gorostiza dos días después, el 15 de octubre, con una protes-

162 CÁELOS PEBEYEA

ta qne contenia la historia de los manejos jack- sonianos. Méjico habia visto violado su territo- rio. El invasor acndia al tratado y a la leí^ítima defensa para justificarse. El tratado nada tenía que ver; la defensa no existia, puesto que no había agresión, y que las hostilidades de los in- dios eran invenciones de los téjanos y de sus fa- vorecedores, con el deseo de hacer mal a Méji- co. «Y el simple relato de los hechos bastará para demostrar esta aserción: mientras los coló- nos de Tejas se mantuvieron sumisos a las leyes de Méjico, nunca se habló de que aquellos in- dios quisieran hostilizar a los Estados Unidos, y eso que desde el año de 1832 ningún soldado mejicano hubo en Nacogdoches, ni en punto al- guno cercano a la frontera: tampoco se habló de indios en todo el período de la rebelión de Tejas, antes ni después de la toma de Bójar por los téjanos; llegó el mes de marzo, sin embar- go, y el Ejército mejicano, victorioso a la sazón en todas partes, pasó el río Brazos; entonces na- die dudó de que llegaría en breve al Sabina, y entonces fue por primera vez cuando se supuso que mil quinientos indios y mejicanos se halla- ban ya a pocas millas de Nacogdoches, lleván- dolo todo a fuego y a sangre, para decidir con

TEJAS 163

tan grosera impostura al general Graines a que se acercara con sus tropas a este mismo Sabi- na, como, en efecto, lo verificó; pero con ia,bata- lla de San Jacinto desapareció el peligro para los téjanos, y de consiguiente desaparecieron a su vez los indios; el general Gaines, que algu- nos días antes requería millares de fusileros montados, para poder batallar con un enemigo a quien suponía aún más formidable, confesó entonces que la alarma había sido falsa, y que ya no necesitaba de tales refuerzos; siguió, pues, la calma en tanto que duró la confianza en Te- jas de que el gobierno de Méjico sancionaría el tratado que la fuerza sólo pudo hacer firmar al general Santa Anna; mas a fines de junio se supo que Méjico se preparaba para una nueva campa- ña, y como por encanto volvieron a resucitar al punto los indios agresores, según escribieron los comisionados téjanos que habían ido a Ma- tamoros a canjear unos pi'isioneros, según dio parte después al general Gaines el general teja- no Rusk, según habían informado a éste otros individuos téjanos, según avisó el mayor tejano Sterling C Robertson al citado general Gaines, refiriéndole el asesinato de dos blancos en Na- vasota; desde entonces el general Gaines ha

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CAULOS PEBETnA

creído volver a necesitar, para oponerse al beli- gerante principal, de aquellos mismos fusileros montados que despidió después de la batalla de San Jacinto; desde entonces es cuando la defen- sa de la frontera de los Estados Unidos lia re- querido el que se ocupe aNacogdoches, aunque Nacogdocbos esté a cincuenta millas de dicha frontera. ¿Se quiere todavía más claro? «Había que impedir la reocupación de Tejas por fuer- zas de Méjico, para obligar a esta nación a que reconociese la independencia del territorio se- gregado. Había que provocar, si era posible, un conflicto, para que el norte se viese arrastrado a la adquisición de Tejas por el sentimiento una» nimo^ del pueblo, cuyo amor belicoso se excita- ría diestrfl,mente.

Has filibnsterismo de Jackson.

No sólo Grorostiza, enviado de Méjico, sino también los mismos angloamericanos del Sur estaban convencidos de que no había tales in- dios. El general Macomb escribía una carta di- ciendo que según opinión del gobernador de Luisiana, los temores sobre las invasiones de

TEJAS 1G5

salvajes eran nna maquinación de los especula- dores de tierras en Tejas.

La connivencia entro Jackson y Houston se transparentaba. El héroe de San Jacinto daba órdenes a sus milicianos para que obrasen de acuerdo con el general Gaines. Este, por su par- te, dejaba que los soldados del Ejército de los Estados Unidos pasasen a engrosar las filas de la República de Tejas. La Gaceta de Penzacola decía: «A mediados del mes anterior, el general Gaines envió a Tejas un oíicial de los Estados Unidos, para que reclamase algunos desertores, y el oficial les encontró alistados en el servicio de Tejas. Eran 200. Vestían aún el uniforme de nuestro ejército; pero se negaron, como era na- tural, a volver. El comandante de las fuerzas tejanas, ante quien se presentó la queja, dijo que los soldados podían irse, pero que él carecía de autoridad para obligarlos a marcharse.» ¿Qué hizo Gdines? ¿Qué liizo Jackson? ¿Qué hizo Houston, para quien cualquier indicación de los Estados Unidos hubiera sido una orden termi- nante?

Después de su protesta, y ante la resolución manifestada por Jackson de no retirar las fuer- zas norteamericanas, Gorostiza pidió sus pasa-

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CABLOS PEREYHA

portes el 15 de octubre. El presidente de los Estados Unidos comentaba así la resolución de Gorostiza, en su mensaje anual del 6 de diciem- bre: «La partida de este ministro es tanto más singular cuanto se le había enterado de que las causas en que se fundó el avance de nuestras tro- pas, dispuesto por el comandante general, fue- ron por mi muy seriamente puestas en duda.» Asi, pues, o las tropas norteamericanas ocupa- ban con derecho el territorio de Méjico, o si no había motivo, serían retiradas. Era excesiva la susceptibilidad que mostró el Sr. Gorostiza. El gobierno de los Estados Unidos obraba sólo en bien de los intereses de Méjico, amenazados por los indios.

lia hipocresía del fuerte.

Gorostiza declaró que quizás por falta de pro- pia comprehensión, no había podido entenderse con el gobierno del general Jackson. Efectiva- mente, era difícil entender dónde acababa el cre- tinismo y dónde empezaba la desvergüenza del gobierno de los Estados Unidos, al afirmar en una nota diplomática que se podía ocupar mili- tarmente el territorio de Méjico, nación ligada a

TEJAS 167

los Estados Unidos por un tratado de amistad, en virtud de una resolución tomada sin acuerdo con el gobierno de Méjico, y alegando causas que el de los Estados Unidos no se creía obligado a justificar; esto, después de haber intervenido por otros medios en una cuestión puramente in- terna de Méjico, para contrariar la acción legíti- ma del gobierno a quien se llamaba amigo. Cierto es que Jackson tenía la fuerza y la re- solución para auxiliar a Tejas. ¿Por qué no tuvo la lealtad que exigía el honor? No cuadra a los hombres de su tipo la ocultación hipócrita de los designios, que hoy reivindican para él como un timbre de honor, los admiradores de sugloria. La hipocresía no siente bien cuando se dis- pone de la fuerza.

£21 reconocimiento de la inde- pendencia de Tejas.

Desde que llegaron a Washington las noti- cias de la victoria de San Jacinto, y con ellas dos enviados del presidente de Tejas, que soli- citaban el reconocimiento de la independencia, y la anexión a los Estados Unidos, se inició una

168 OAHLOS P-EBETRA

agitación favorable a los deseos de la Comisión tsjana. Con todo, fue preciso marchar prudente- mente para no cometer un disparate. El impru- dente Jackson dio el consejo. ¿De dónde venía tan insólita moderación? Sin duda esto dependió de la seguridad que tenía en la acción del sena- do, de donde salió una resolución, reconociendo a la nueva República, el 1.** de marzo de 1837. Tres días después, Jackson dejó la Casa Blanca.

Quince pretextos para un fin.

El sucesor de Jackson encontraba todos los elementos preparados para que en el caso, re- moto pero posible, de que Méjico pudiese des- truir la soberanía de Teja?, el gobierno de los Estados Unidos tuviese medios de resolver la contienda a su favor, sin que apareciera desca- radamente como auxiliar de una de las partes comprometidas en ella. Desde julio de 1836 el secretario de Estado envió a Powhatan Ellis, encargado de negocios en Méjico, una lista de quince reclamaciones, para que las presentase al gobierno mejicano. Se trataba de amenazar con el puño, para tener una guerra en caso necesa- rio, o para conseguir todo lo que se quisiera por

TEJAS 169

la intimidación. No voy a emitir dictamen so- bra cada una de esas reclamaciones. Por justas que fuesen, desde el momento en que el secre- tario de Estado deeia que su departamento no se constituía garanto de la procedencia de las demandas, ¿por qué se le indicaba a Powhatan EUis que hiciese toda la fuerza de máquina ne- cesaria para que Méjico cediese, o que, en caso contrario, diese él por concluida su misión di- plomática? Ellis agregó a las reclamaciones apo- yadas por su gobierno, de las cuales ya dos ha- bían sido obsequiadas, cinco más, y presentó su demanda, fijando un término perentorio, dentro del cual debería dársele satisfacción cumplida. Es decir, quería el pago antes de que pudiera saberse si había deuda. Méjico dio una contes- tación decorosa, y Ellis pidió sus pasaportes el día 7 de diciembre.

Knptnra diplomática.

Terminadas asi las relaciones entre los dos países por la retirada de los enviados diplomá- ticos, quedó abierta una cuestión que podía lle- var a la guerra, puesto que el presidente pidió autorización para tomar represalias contra Me-

170 OAKLOS PEBtlYBA

jico y para sostener sus demandas por medio de las fuerzas navales de la Unión. En vano exis- tía un tratado por el cual se prohibía el uso de los medios a que acudía el general Jackson: «Si, lo que no es de esperar, alguno de los artículos del presente tratado, desgraciadamente fuere violado o infringido de cualquiera otro modo, se estipula que ninguna de las partes contratan- tes dispondrá o autorizará ninguna clase de re- presalia, ni declarará guerra a la otra por queja de injuria o daño, hasta que la misma parte que se considere agraviada no haya presentado a la otra una relación de las injurias o daños, com- petentemente comprobada, y sobre ellos hubie- se pedido justicia y satisfacción, y ésta hubiese sido negada, o sin razón demorada.» Como he dicho, aparece en el caso, por confesión de la secretaría de Estado, que las reclamacio- nes presentadas no tenían la competente com- probación de su procedencia.

Una oliva de paz en un trabuco.

Salió Jackson de la presidencia, y el nuevo presidente, Van Burén, haciendo uso de las fa-

TEJAS 171

cuitados dadas por el Congreso para que el Eje- cutivo mandase un enviado a Méjico cuando lo creyera conveniente, nombró un represen- tante de los Estados Unidos en aquel pais. ¿Y quién era este ministro de paz que había de lle- var la última oliva para plantarla y revivificarla en el fecundo suelo de Méjico? No era otro sino Powhatam Ellis, de Mississipi, hambriento de territorio, y que no tenia mucho tiempo de haber vuelto lleno de cólera y resentimiento, después de haber dado por terminada bruscamente una abortada misión ante aquel mismo gobierno. Su solo nombre debe de haber amargado el pala- dar de los mejicanos. Asi habla John Quincy Adams. Pero no eólo era el nombre de Ellis lo que amargaba aquella misión de paz, sino el hecho de que el benévolo mensajero hubiese en- viado un correo para que anticipara la noticia de su llegada y presentase desde luego al minis- tro de Relaciones treinta y nueve reclamaciones, que deberían agregarse a las diez y ocho pen- dientes.

172 CA1IL0« PEREYILA

El arbitraje .

Ei gobierno mejicano se apresuró a sortear la nueva tormenta quo se le venía encima, y sa- lió con bien, proponiendo el arbitraje. En "Wash- ington el gobierno quiso dar largas al asunto, tal vez para dificultar el arreglo pacífico que con instancia solicitaba el enviado de Méjico, que lo 6r.a D. Francisco Pizarro Martínez; pero fae necesario acceder al fin, bajo la presión de una parte de la opinión pública que se agitó, pidiendo a aquel gobierno la aceptación del ar- bitraje. El 10 de septiembre se firmó un tratado, por el cual se comprometieron las reclamacio- nes en una decisión de comisión mixta, con un tercer miembro nombrado por el rey de Prusia.

Tresna inesperada.

¿Había acabado el conflicto? Lo que había Bcabado era su periodo agudo, que llamaremos jacksoniano. La nueva administración, aunque en cierto sentido era una prolongación de la de- mocracia de Jackson, se teñía con un tono me- nos vivo de antimejicanismo. Por otra parte,

TEJAS 173

había surgido una cuestión interna que auxilia- ba a los nordistas en sus esfuerzos contra las miras de extensión del Sur y del Oeste. ¿Quién pensaba ya en esto? Una crisis gigantesca, que dejo sembrado de ruinas el campo de la activi- dad mercantil, trajo grandes preocupaciones al gobierno. Jackson babia entrado en una política económica imprudente. Sus faltas, abultadísi- mas por los interesados en buscar un culpable a quien atribuir ol desastre de los negocios, se le imputaron en términos que constituían al go- bierno como único causante de la crisis. Jackson ya no estaba allí para contestar a los cargos que le bacía el público.

Signe la pausa

Van Burén tuvo que inaugurar su administra- ción en medio de una tempestad sin precedente. No obstante las buenas cualidades que manifestó en aquella emergencia, complicadísima de suyo, y más aún por la situación especial del presiden- te, como hijo de Nueva York, el Estado de los hombres de negocios, tuvo que presenciar la de- rrota de su partido. Las elecciones se hicieron sin discusión de principios, pero con una exci-

174 CARLOS PEEETRA

tación desusada. Van Burén fue derrotado, y el general Harrison subió a la presidencia, llevado en hombros por el partido whig. Aunque el nuevo jefe del ejecutivo murió a los pocos días de su ingreso al poder, su paríodo, continuado bajo la presidencia de Tyler, significó la conti- nuación del alto que se había hecho en la cues- tión de Tejas.

lia República de Tejas era ana creación de lo» Estados Uni- dos.

Pero antes de narrar sus interesantes episo- dios, que la llevaron a una crisis decisiva, con- viene dar una idea de la situación interna en Tejas y del conflicto permanente planteado entre ella y la República Mejicana. Con una población que no pasaba de 30.000 habitantes, compren- didos los numerosos aventureros de paso; con un ejército de 2.000 hombres, que podía llegar a 5.000 llamando a todos los colonos; con una fuerza naval de cuatro barquichuelos, que suma- ban veintinueve cañones; con una tesorería que llegó a la bancarrota por la imposibilidad de hacer frente a un pasivo de treinta y seis pesos; con aprietos tales que el gobierno carecía de ele-

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mentós para sus gastos de oficio, había que po- nerse en aptitud de rechazar una invasión mejica- na. Housíon tenía autorización del congreso para poner sobre las armas 40.000 voluntarios, que, dada la escasa población de Tejas, sólo podían salir de ios Estados Unidos, y que, dada la mi- seria en que estaba la naciente República, sólo podían ser pagados con fondos venidos de allá. «Los recursos actuales de Tejas derivan princi- palmente de las simpatías de sus vecinos y ami- gos norteamericanos, y de préstamos obtenidos por crédito del Estado. Las donaciones que se nos han hecho y se nos seguirán haciendo, sin duda, alcanzan proporciones do liberalidad y aun de munificencia. Q-racias a esto se había llevado a término la campaña, con sorpresa de los téjanos, sin que ellos o su tesorería erogasen gasto alguno de importancia.»

Tejas se sostenía, pues, enteramente con la ayuda material y moral de ios Estados Unidos. Sin esa ayuda no habría podido conservar su independencia, aunque no hubiese habido un enemigo exterior que la amenazase. La inani- ción y el desconcierto habrían acabado por des- moralizar a los jefes, que se empeñaban en for- mar aquel gobierno.

176 CÁELOS PEREYBA

Como el verdadero objeto de la independen- cia había sido la a,nexióü a los Estados Unidos, consultado el pueblo tejano sobro este punto, emitió la opinión unánime que era de esperarse. Sabía que los Estados Unidos se opondrían a una expedición mejicana^ y sabía que sin ellos el gobierno tejano se desmoronaría. ¿Para qué aplazar lo que todos deseaban y lo que todos, aunque no lo desearan, creían necesario para estar plenamente garantizados de no caer otra vez bajo el dominio de Méjico?

Fracaso de la anexión solicita- da por los téjanos.

Cuando el encargado de negocios de Tejas en Washington, presentó el ofrecimiento formal de anexión el 4 de agosto de 1837, se le contestó que los Estados Unidos no podían aceptar aqué- lla, por vedárselo la neutralidad, en tales térmi- nos, que la aceptación de la anexión traería con- sigo una guerra internacional. La guerra inter- nacional poco le importaba al gobierno de Van Burén, y la neutralidad mucho menos; ésta era destrozada a cada momento, y la guerra se cul- tivaba por njedío de reclamaciones para una

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ocasión oportuna. Así, pues, la verdadera causa de la negativa dada a Tejas fae que, habiendo contado sus votos el presidente de los Estados Unidos, vio que no tenia el número necesario para la aprobación de un tratado de anexión. Ocho Estados en masa se oponían. Había que seguir, como siguió, una situación que se man- tuvo indecisa, gracias a la impotencia de Mé- jico.

lia verdad completa sobr© la impotencia mejicana ,

Efectivamente: Méjico no reconoció la inde- pendencia de Tejas ni pudo volver a sujetar ese lejano territorio. Todo lo que se hizo fue amena- zar, sin cumplir las amenazas. Y aun hubo de sufrir Méjico la afrenta de ser invadido por nor- teamericanos, que tomaban el nombre y la ban- dera de Tejas para llevar á Nuevo Méjico una guerra de expansión y de conquista. Las expe- diciones que Méjico dirigió contra estos ataques apenas si llenaron su objeto, y no se consiguió poner permanentemente el pie en territorio te- jano. Todo dificultaba esta reconquista, al grado de hacerse imposible. Asi se creía en Méjico;

178 CÁELOS PEKEYRA

pero los hombres públicos están obligados a no decir sino lo que cuadra con los prejuicios y vanidades que forman el conjunto de las verda- des admitidas como inconcusas en una sociedad. ¿Quién dudaba públicamente de que Méjico sólo se había apartado temporalmente de Tejas y de que la recuperarla? ¿Cómo había reconocido In- glaterra la independencia de un territorio mejica no que de allí a tres días iba a volver a la de- pendencia del supremo gobierno? Había en la frontera un cuerpo de ejército disciplinado y va- liente que anhelaba marchar contra los aven- tureros rebeldes; había generales decididos a vindicar el honor nacional; había todo un pueblo que no simpatizaba con los téjanos ni les per- donaba su agresión alevosa. Pues qué, ¿unos cuantos millares de aventureros expelidos de otras naciones por sus crímenes, protectores de la esclavitud, pueden juzgarse bastante fuertes para imponer la ley a siete millones de mejica- nos? Los siete millones de mejicanos sufrieron la ley que les impusieron los criminales aven- tureros, y aquellos generales, al frente de un aguerrido cuerpo de ejército, siguieron anhelan- do el combate.^

D. José Fernando Eamirez nos da una expli-

TEJA» 179

caoión luminosa y tranquila de la impotencia mejicana: «Los escandalosos peculados que co- metieron algunos jefes durante la última guerra de Tejas, la impunidad en que se les dejó gozar el fruto de sus rapiñas, el abandono y la miseria a que se vio expuesto el soldado, muriendo todo el que fue respetado por la bala enemiga, las hambres y privaciones que padeció sirviendo de medio de especulación a los mismos que debie- ran socorrerlos, y tantos sacrificios perdidos por un solo revés, que pudo ser reparado antes de que se oreara la sangre de nuestros soldados: he aquí, señor presidente (se dirige a Santa Anna), una serie de motivos que fortifican la antipatía a una guerra de conquista, y que si no destru- yen enteramente, al menos debilitan en sumo grado, el primer elemento con que se debería contar para hacerla: la voluntad, la confianza y el espíritu en las masas populares, que son las que deben hacerla, y de donde deben salir los ejércitos. Ha manifestado usted toda su sabidu- ría y tacto político pidiendo 80.000 hombres, además del contingente ordinario, porque, cier- tamente, reunirá apenas la mitad, y ya se con- formará con ver llegar a Tejas la tercia. Debe, pues, contarse como cosa segura que los que

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marchen a hacer la guerra irán forzador, que la deserción será numerosa e inevitable, y que si la guerra se prolonga será preciso apelar a medidas violentas para hacer nuevas, o, más bien dicho, continuas reclutas. Partiendo de estas conside- raciones, fundadas en el conocimiento de las personas con quienes debe hacerse, debe con- cluirse que podrá ser obra fácil ocupar a Tejas, pero que será imposible conquistarla, es decir, conservarla sometida a la Eepública. El espíri- tu emprendedor y aventurero de la nación veci- na; su ambición de tierras, su orgullo y lo alta- mente importante que es aquella adquisición para su comercio y su política, son causas que deben determinarla a fe mentar la emigración a Tejas, para asegurarse la posesión de ese territo. rio. Un tal estado de cosas exige, naturalmente, de nosotros la conservación de un ejército en aquel departamento, y este ejército no podemos mantenerlo, porque carecemos de soldados y de recursos para pagarlos; podremos mantener el terreno por dos o tres años, cuando más, y al fin de ellos quedarán aniquilados los restos de aquél, y la nación reducida a la más espantosa miseria. Es preciso no olvidar que en rigor de verdad vamos a hacer la guerra en un país extranjero,

TEJAS 181

pues Tejas es más americano que mejicano, y allí no contamos con simpatía alguna... La sim- ple petición de los cuatro millones para comen- zar, y más que todo la leva de 30.000 hombres, han causado una sensación verdaderamente es- pantosa: esta es la hora en que no puede com- pletarse el contingente ordinario, y las hacien- das quedaron despobladas desde que se supo que iban a sacarse algunos hombres: todos se han retirado a los montes, haciendo destrozos en los ganados para poderse mantener: en una villa inmediata (a Durango) han dado do puña- ladas al alcalde que salió a hacer la leva... N"o creo que pueda confiarse ni aun en la fidelidad del ejército, porque el gobierno mismo ha con- tribuido a su corrupción, conservándolo cons- tantemente en la molicie de un servicio de guarnición. Veo muchos militares que no me parecen nada ansiosos por batirse con los téja- nos, y creo que usted también los encontrará con frecuencia.» En suma: esta carta de Ramírez no parecía sino respuesta, palabra por palabra, a las insensateces del ministro Monasterio en su nota contra el reconocimiento de la indepanden- cia de Tejas por la Gran Bretaña. Ni el pueblo mejicano quería la guerra, ni el ejército estaba

182 CÁELOS PEREYEA

dispuesto a hacerla, ni los generales tenían vo- luntad de dirigirla, ni aunque nación, ejército y generales hubieran querido, se habría encontra- do un peso para echarlo al abismo tejano.

Por otra parte, el mismo Santa Anna, que pretendía rehacer su popularidad con la campa- ña, y que la explotaba así para sus fines de cau- dillismo, era quien más convencido estaba de que Tejas ya no pertenecía a Méjico, y de que intentar la conquista de ese territorio equivalía a echar a su patria de cabeza en un desastre ridículo. Podrá decirse que cuando dijo tal cosa, buscaba su salvación. Cierto es que de otro modo no lo hubiera dicho. Pero también es ver- dad que, al expresarse así en su carta a Jackson, hablaba como un convencido.

Contra Monroe.

Los gobernantes do la nueva República in- tentaron de mil modos el reconocimiento de su independencia por parte de Méjico. Algunos hombres previsores de este país comprendieron las ventajas que resultarían de separar aquella República de sus naturales aliados, procurando que fuese un protectorado europeo, colocado

TEJAS 183

como nna muralla entre Méjico y los Estados Unidos. El mismo D. José Fernando Ramírez habla de esta conveniencia en su citada carta al general Santa Anna: «Sin embargo, yo opino que intentemos la reconquista, aunque sólo para tomar posesión del país y pasarlo en seguida a otras manos más robustas que las nuestras; pero si, desgraciadamente, no hay un tercero que quie- ra recibirlo, creo que la guerra sólo debe hacerse para sacar mejores ventajas y salvar el honor de la nación. La República vecina es un torrente que amenaza todo el continente septentrional y que necesita un dique proporcionado a su ím- petu, siempre creciente. Eche usted una ojeada a su mapa y reconocerá, luego que, si llega a apoderarse de Tejas, su línea divisoria sería, cuando menos, el rio Bravo del Norte, y que las Californias se encontrarán tal vez en su poder. Alguna vez me hizo entender el señor presidente que existían ciertos preliminares de negociación con Inglaterra relativos a Tejas, y creo que esta es nuestra tabla de salvación. Vendámosle aquel territorio, exigiéndole que lo colonice con irlan- deses y otros colonos católicos; de esta manera cumpliremos una obra de civilización sacando a éstos de la esclavitud de aquélla y pondremos

184 0AKL03 FEREYEA

una barrera fuerte y efectiva entre los dos paí- ses; Inglaterra se encontrará entonces menos dispuesta a transigir sobre el Oregón, y podre- mos salvar las Californias. Si un tal plan fuer© asequible, debería también estipularse que nos- otros sólo entregaremos el territorio ocupado y que en caso alguno podemos comprometernos a pacificarlo; de lo contrario nos convertiríamos en suizos, y nos haríamos el teatro de una guerra que no será corta ni de pequeñas consecuencias. Si nuestra desgracia es tal que nadie quiera aquel territorio, creo que debemos deshacernos de Tejas en la primera victoria que alcancemos, para sacar las mayores ventajas y terminar la guerra con honor; mas exijamos que sea bajo el principio de su completa independencia, porque la agregación a Méjico es cosa que suena mucho y nada vale; es un verdadero mal, porque él sacará de la incorporación ventajas inmensas que nos compensará con perjuicios muy posi- tivos.»

Dificnitadcs qne tiene para Méjico la cacsti<ira de Tejas.

Toda la cuestión estaba en reconocer un he- cho que no cabía dentro del convencionalismo

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de la patraña patriótica, oficial j tribnnicia. Pero reconocido el heclio de la imposibilidad que había para someter a Tejas, quedaba un segundo punto que implicaba la forma y condiciones que 86 adoptaran y establecieran para prescindir de la reconquista. ¿Tejas quedaría independiente sin reservas? Esto era lo menos difícil. ¿O bien se pasaría su dominio a una potencia europea? Esto tenía ventajas, pero también dificultades. Por último, quedaba el recurso de tratar con los Estados Unidos.

Era opinable el procedimiento que debería adoptarse para el fin de abandonar la ilusoria so- beranía en el territorio de Tejas. Lo que no ad- mitía duda era que a Méjico de ningún modo le convenía seguir asumiendo un papel intransi- gente y altanero que no cuadraba con la debili- dad manifiesta para dar cumplimiento a sus ame- nazas.

Mas aquí estaba la dificultad, una dificultad no simplemente psíquica, salvada con un esfuer- zo para razonar sanamente. Se trataba algo insuperable. Por una parte, el gobierno que hiciese efectivos los sacrificios de hombres y dinero que reclamaba la campaña, tenía que oaer por la impopularidad de la guerra y la

185 CÁELOS PESETEA

odiosidad que se echaría encima al decretar nuevas cargas. Por otra parte, el gobierno que renunciase a Tejas tenia que caer asimismo bajo la nota de traidor con que lo mancbarían los ambiciosos^ siempre dispuestos a recoger la su- cesión. Por eso todos los gobernantes afectaban actitudes guerreras ante la cuestión de Tejas.

£]nTopa, los astados Unidos j Tejas.

Llegó al cabo el momento en que los Estados Unidos se mostraron dispuestos a decidir la cuestión planteada desde la sorpresa de San Jacinto. ¿Tejas debería ser de la Unión, o se abandonaba a su suerte y a las ambiciones de alguna potencia europea? Tal era la cuestión que formulaban los anexionistas, y que en 1844 ss presentó al país para que la resolviese el pueblo en las elecciones.

Hemos hablado de las que se efectuaron en 1840 y que dieron por resultado la derrota de Van Baren. El presidente zü/ii^r, general Harrison, dispuesto a desarrollar la política del partido, formulada por Oiay con un programa casi exclu- sivamente compuesto de medidas de orden eco-

TEJAS 187

nómico, murió, ya se ha dicho arriba, un mes después de haber tomado posesión de su cargo. Le sucedió el vicepresidente John Tyler, políti- co ecléctico, de orden compuesto, wliig nominal con principios de sudista y esclavista. Durante los dos primeros años de su administración, ocu- pó la secretaría de Estado el gran Webster, que aunque poco adicto al presidente Tyler, como whig definido que era, crej-ó patriótico no reti- rarse a la muerte de Harrison, en tanto que no concluyera negociaciones de mucho interés para fijar los límites de los Estados Unidos con el Ca- nadá por el nordeste. Aunque constitucional- mente el presidente era jefe del Ejecutivo, su inferioridad ante Webster lo subordinaba al se- cretario de Estado en todo lo relativo a asuntos exteriores. Por otra parte, Tyler no tenía signi* ficación en su partido, y esto acababa de inhabi- litarlo cuando quería imponer sus principios de sudista y expansionista.

A medida que en el seno de la Unión los ene- migos de la esclavitud y la expansión ganaban terrano, en Tejas se fue acentuando un senti- miento de despecho que se incorporó en las ins- trucciones dadas a sus comisionados para que retirasen la solicitud de anexión. Si los Estados

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Unidos, por no comprometerse en una guerra con Méjico y por ia actitud agresiva del anties- clavismo, no aceptaban la anexión de Tejas; si Méjico, por un sentimiento semejante al que dictó la conducta de España negándose a reco- nocer la independencia de la República Mejica- na, se negaba a hacer este reconocimiento, Te- jas se pondría bajo la protección de Europa, y siguiendo sola su vida independiente, fortifica- ría su ser autónomo y libre. Así hablaba el pre- sidente de Tejas, Mirabeau B. Lámar, durante la administración de Van Burén en los Estados Unidos.

Cuando Tyler era presidente y Webster se- cretario de Estado, ya la República de Tejas ha- bía sido reconocida por Inglaterra, Francia, Ho- landa y Bélgica. Asi había correspondido Euro- pa a las esperanzas de Lámar, cuyo representan- te en Washington dijo al secretario de Estado de Van Burén: «Las testas coronadas de Inglate- rra y Francia y los ministros de sus majestades no serán indiferentes a los sentimientos de sim- patía y miramiento que merece un pueblo forma- do por individuos que tienen el orgullo de perte- necer a las razas distinguidas que presiden sus majestades.»

TEJAS 18W

Esta simpatía étnica se afianzó con buenos tratados de comercio. ¿No había un peligro para los Estados Unidos en el desvío de Tejas para su patria de origen, y en aquel sentimiento de amistad que estrochaba con Europa? Un día dijo Tyler a Webster: «Ya he manifestado a usted la posibilidad de adquirir Tejas por tratado^ y ver- daderamente creo que podría hacerse esto si el Norte lo permitiera. ¿Encuentra usted algo que nos trajera más gloria? Creo que los intereses del Norte prosperarían admirablemente con esa adquisición. Se que la objeción que nos hacen es la esclavitud; pero creo que la restricción del tráfico de esclavos podría determinar la forma- ción de Estados no esclavistas al Sur, en igual número que los Estados esclavistas formados por el territorio de Tejas.» Webster detuvo al presidente, y no avanzó el proj'ecto de anexión hasta que so retiró el influyente secretario de Estado. No obstante esto, hubo fricciones entre Méjico y los Estados unidos por la cuestión de Tejas, es decir, por auxilios prestados a Tejas. Webster, a quien vemos contrariando la anexión, se armó de toda la fuerza de su talento y de toda la altivez de su raza para sostener que los Estados Unidos guardaban las leyes de la neu-

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CÁELOS PEEEYRA

tralidad más estricta en la lucha latente entre Méjico y Tejas. Que la República Mejicana no dijera que hasta entonces la actitud norteameri- cana hacia de la contienda, propia y verdadera- mente, una guerra entre Méjico y los Estados unidos. No sabía Méjico lo que sería tener a los Estados unidos como adversarios. La paz entre ambas naciones no se alteraría, sólo para demos- trarle al gobierno de Santa Anna su error en este punto. Webster esperaba que no se le ori- llase a hacer tal demostración... La polémica ter- minó sin consecuencias.

Tejas en la contienda electo- ral de los Estados Unidos.

No bien salió Webster de la secretaria de Es- tado, Tyler volvió a mover los hilos para obte- ner la anexión. Sucedió a Webster, después de una corta interinidad de Legaré, el secretario de Marina, Upshur. Webster hablaba asi del nuevo secretario de Estado: «Excelente abogado, de experiencia en asuntos exteriores, tiene maneras distinguidas y energía; no está dispuesto a crear o fomentar conflictos internacionales; el presi- dente no podia haber hecho mejor elección en

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las circunstancias actuales.» No obstante este juicio, üpshur se ocupó desde luego en poner al frente de todas las cuestiones públicas la «re- anexión» de Tejas. La democracia de Jackson reapareció pujante y brava... El viejo ex presi- dente desde su retiro, üpsbur en la secretaría de Estado, Calhoun empinándose sobre sus am- biciones de candidato a la presidencia y Gil- more como confidente del secretario de Estado, empezaron a tocar un rebato furioso para que produjera su efecto en las próximas elecciones. La cuestión de Tejas seria el objeto principal de la consulta al pueblo, y para ello fue incor- porada en la plataforma democrática.

Intervención enropea en la cuestión de Tejas.

Houston babia vuelto a la presidencia de Te- jas. Ansioso más que nunca de obtener la ane- xión, siguió trabajando por ella, aunque sin de- jar las negociaciones que inició con Inglaterra, pues á la vez que se proponía excitar la rivali- dad de los Estados Unidos, procuraba buscar una salvaguardia para Tejas, previendo el caso de que la anexión fracasara definitivamente, y

192 CARLOS PEEEYBA

también para sostenerse mientras ee resolvía la cuestión de una u otra manera. Había propues- to que mediasen los Estados Unidos, Inglatera y Francia conjuntamente, para que Santa Anna no llevase a efecto su proyectada expedición Inglaterra se negó a entrar por ese camino; pero eus enviados en Méjico y Tejas habían recibido instrucciones para procurar un armisticio du- rante los primeros meses de 1843. A estas nego- ciaciones se refiere D. José Fernando Ramírez en su carta citada.

Hasta qué punto era conveniente para los in- tereses de Méjico la intervención de Inglaterra, solicitada de acuerdo con los téjanos, lo dice la alarma que cr.ndió entre los estadistas norte- americanos cuando llegó a ellos, abultadísima, la noticia de que Inglaterra se preparaba a ser la potencia dominante en el golfo de Méjico. Te- mían dos resultados: la preponderancia naval inglesa dentro de la esfera reservada por el mon- roismo, y el peligro en que con esto quedaban los intereses del sistema esclavista.

La alarma que causó en los Estados Unidos el primer movimiento de Inglaterra para apro- ximarse a Tejas y dirigir su política, no podía menos de dañar a Méjico, pues una vez despier-

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ta la atención pública de los Estados Unidos so- bre un asunto que manifiestamente tocaba a su porvenir de gran potencia, se hubiera necesita- do que Inglaterra hubiese adelantado mucho para que no retrocediese. La torpeza de los go- biernos mejicanos, mecida por una ilusión imbé- cil, fuo no haber aprovechado el largo período de sueño que tuvo la cuestión de Tejas en los Estad es Unidos.

Nuevas ¡aegociíJ-cioiies «le aücsitíia.

Ya he dicho que las alarmas de los estadis- tas norteamericanos apenas se justificaban; pero a la vez que les servían de aguijón, fueron uti- lizadas para popularizar la causa de la anexión de Tejas. En vez de recibir con más o menos calor las propuestas del gobierno tejano, el de Washington hizo avances. Houston los rechazó en diciembre de 1843. Puesto que Upshur no garantizaba la ratificación del tratado de ane- xión, ¿para qué exponerse a los peligros de una expedición mejicana? La ansia de Upshur no co- nocía límites a principios de 1844. Ofreció que contaba con los votos suficientes en el senado

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1 94 CARLOS PEREYEA

para que se ratificara el tratado. Todavía Hous„ ton pidió las garantías de una protección mili- tar de los Estados Unidos mientras se consuma- ban las negociaciones, y el representante de los Estados Unidos le ofreció que habría fuerzas na- vales y de tierra suficientes para impedir que una expedición de Méjico llegase a Tejas. Con estas seguridades, partió uno de los comisiona- dos de Tejas, que debía obrar de acuerdo con el ministro acreditado en "Washington. Cuando lle- gó elcomisionado, Upshur había dejado de exis- tir, víctima de la explosión del cañón «Pacifica- dor», a bordo del Pi'inceton.

Sn fracaso.-

Oalhoun, el gran orador esclavista, sucedió a Upshur, y concluyó el tratado de anexión, que fracasó miserablemente en el senado. Se atri- buye esto a la falta de tacto con que CalhouD. ligó la cuestión de Tejas a los intereses de la es- clavitud. En vez de presentar la actitud de In- glaterra como una amenaza para la nación, cre- yó más eficaz presentarla como peligrosa espe- cialmente para el Sur. A Calhoun, en realidad,. lo que le importaba era el Sur. Algunos añoS'

TEJAS 195

antes había diclio que si la esclavitud necesita- ba acogerse a Inglaterra, el Sur no tendría in- conveniente en volver al régimen colonial. Se veía, pues, que sólo tenía en cuenta los intere- ses del regionalismo. Con esto se enajenó a los demócratas del Norte.

lia elección «le Polk.

Inmediatamente después de que fracasó el tra- tado, Calhoun quiso obtener la anexión por me- dio de una resolución conjunta de ambas cáma- ras, mediaiite la facultad que tienen para admitir nuevos Estados en la Unión. Los demócratas no querían apresurar la anexión, de la que resulta- ría únicamonte la popularidad para Tyler y Calhoun, y ellos buscaban algo para misniüs. Así, pues, resolvieron aguardar el resultado de las elecciones. Estas se hicieron con Polk como candidato demócrata, y Clay como candidato wMg. La plataforma del primero contenía la anexión; la del segundo no fue explícita.

Polk era un político de Tennessee estrictamen- te apegado a ios principios del sudismo escla- vista y del expansionismo propio de los hom- bres del Oeste. Clay veía en Tejas, desde hacía

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muchos años, un anexo del valle del Mississipi; pero no quería la anexión contra la voluntad de una fracción del pueblo norteamericano, y me- nos aún cuando esa voluntad, contrariada, podía traer la disolución de los Estados Unidos. Su declaración a este respecto dejaba intranquilos a los abolicionistas y antiexpansionistas del Nor- te, y disgustaba a los demócratas del Sur. No era de extrañar que restándosele fuerzas, que le hubieran servido con una política más firme, perdiera la elección. Polk quedó triunfante, y con él su proyecto de hacer la anexión de Tejas por medio de una resolución conjunta de ambas cámaras.

Quinina francesa y calonael británico.

Mientras se decidía la cuestión electoral y se consumaba la anexión, los estadistas téjanos y sus representantes extranjeros no permanecie- ron ociosos. No dejaron de administrar a los Estados Unidos lo que alguno de ellos llamaba el calomel británico y la quinina francesa. Oal- houn, bajo la influencia de estas drogas, no te- nía un momento de calma. Así, mientras Tejas

TEJAS 197

negociaba con Europa y con Méjico, para obtener de la primera un protectorado, y de éste que se reconociera la independencia, el gabinete de Washington se agitaba para impedir que Fran- cia e Inglaterra extendiesen la mano sobre Te- jas, y que Méjico emprendiese la anunciada ex- pedición.

Torpeza de Méjico.

Méjico no había cesado de sostener que la anexión de Tejas a los Estados Unidos sería la guerra como violación de los tratados y apro- piación de un terreno que la República no con- sideraba fuera de su dominio. Los estadistas norteamericanos decían que Tejas, por propia declaración, por haber mantenido un gobierno estable y no haberse visto interrumpido en sn soberanía, por haber sido reconocido como Es- tado independiente en el mundo entero, ya no podía ser de Méjico; si esta nación así lo creía, era por una obstinación igual a la de España con la misma nación mejicana, lo que no impli- có de ningún modo que los gobiernos que reco- nocían a Méjico fuesen tratados hostilmente por

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España. A la vez que sostenía esta polémica im- posible sobre la punta de una ficción, el gobier- no de Méjico tenía que resolver el problema de la escasez de dinero y de la falta real de deseos de emprender la campaña, deseos que, como decía D. José Fernando Ramírez, no podían en- contrarse ni en el ejército, ni en el pueblo bajo, que prestaba el contingente de sangre, ni en ios ricos, que se atrincheraban en las leyes para no dar un solo centavo de los cuatro millones que pedía el presidente. Sin dejar de pronunciar frases belicosas, hubo de reconocerse al cabo virtualmente la independencia, firmando un tra- tado preliminar, que fue rechazado en Tejas. La política imprevisora de la baladronada dio todos sus frutos amargos y venenosos; se le arrancó a Méjico lo que podía haber concedido, y, lo que es j)eor, se le arrancó sin compensaciones . Obrando con más prudencia, pudo haberse con- seguido el establecimiento de un protectorado europeo entre el Bravo y el Sabina, o bien, frustrada esa combinación, pudo haberse pactado con los Estados Unidos que reconocieran los limites de Tejas en el Nueces y en el Sabina, y a falta de esta línea, en el Bravo, con indemniza- ción pecuniaria. Pero todo esto hubiera sido

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para el gobierno de Méjico más difícil que para ■iú de Felipe II pasarse del catolicismo a las -creencias luteranas, sobre todo no habiendo es- tadistas capaces de una negociación conducida con habilidad y en la sombra, para no herir de trente las preocupaciones dominantes. El mal fue que los directores de la política mejicana, ■en vez de dar ejemplos de preyisión, y de abrir una nueva orientación de las conciencias, so- plaban sobre la pasión delirante del vulgo.

lia anexidn.

Autorizada por el congreso la anexión de Te- jas a los Estados Unidos, y enviado el docu- mento del poder legislativo a las oficinas del ejecutivo, Tyler no quiso dejar a Polk la gloria de consumar ia obra. Ya el nuevo presidente estaba en las puertas de la Casa Blanca. Falta- ban pocas horas para que expirara la presiden- cia de Tyler, y ésto supo aprovecharlas. La re- solución conjunta lo autorizaba para negociar un nuevo tratado con Tejas, o para hacer la anexión, según el procedimiento que rige para -admitir nuevos Estados; optó por esta segunda

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forma, que era la más segura, pues otro tratado podría sufrir la suerte del anterior. Sin pérdida de momento, envió la resolución del congreso a Tejas, para que el pusblo tejano se reuniese en Convención y formase una Constitución, como Estado de la Unión Americana, enviando esa ley fundamental, a efecto de que se aprobase, del mismo modo que se hace cuando un territoria se erige en Estado,

Cuando llegó la resolución conjunta del con- greso a la Casa Blanca, Almonte, que era el mi- nistro de Méjico en Washington, rompió rela- ciones con los Estados Unidos, «acusándoles de despojar a una nación amiga de una porción considerable de su territorio».

Polk subió a la presidencia. Entretanto, el en- viado de Tyler llegaba a Tejas. La conspiración europea seguía con actividad sus planes de in- dependencia absoluta de Tejas. El gobierno, a instancias de Elliott, enviado de Inglaterra, y de Saligny, enviado de Francia, solicitó y ob- tuvo de Méjico el tratado preliminar a que me lie referido; pero ni el congreso ni el pueblo de Tejas lo aceptaron, y se pronunció un ple- biscito unánime a favor de la anexión en octu- bre. Al finalizar el año, el congreso de los Es-

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tados Unidos admitió a Tejas como Estado de la Unión, y en febrero de 1846 el gobernador Henderson, recibió el poder de manos del úl- timo presidente de la extinguida República de Tejas.

EL ENSUEÑO CALIFORNIANO

DEL PRESIDENTE POLK Y LA CUESTIÓN

DE TEJAS

Polk y Calhoan.

«Confío, señor presidente, en que no habrá disputas para saber quién es el verdadero autor de la anexión. Hace menos de doce meses, tenia yo muchos competidores para este honor: el ór- gano oficial reclamaba aqui,si mi memoria no me es infiel, una gran participación para Mr. Polk y su gobierno, y no menos de seis competidores de otra procedencia pretendían igualmente ser autores de aquella medida. Pero ahora, desde que la guerra se ha hecho impopular, todos ellos se han puesto de acuerdo para decir que en rea- lidad yo soy el autor de la anexión. No declina- ré ese honor.» Asi hablada Calhoun en el sena- do el 24 de febrero de 1847. Reproduzco esas palabras para establecer de una manera precisa la línea de demarcación entre su política de su- dista y la de Mr. Polk.

Con la administración de Tyler acababa, en

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efecto, una política que puede resumirse así: anexión de Tejas, pues la anexión de Tejas con- tentaba todas sus ambiciones. Con Polk empie- za otra política que encuentra su mejor expre- sión en el mensaje inaugural del presidente. Después de hablar de Tejas, cuya «reanexión» consideraba necesaria para los intereses materia- les, no menos que para el desarrollo del espíri- tu de americanismo, decía Polk: «Ni será para mi un deber más imperioso el hacer valer, por todos los medios que la Constitución me con- cede, el derecho de ios Estados Unidos al terri- torio situado más allá de las Montañas Pedre- gosas. IsTuestro título al territorio de Oregón es claro e indudable, y ya nuestros ciudadanos se preparan a perfeccionar este título ocupando aquel país con sus mujeres e hijos. Hace ochen- ta años nuestra población sólo se extendía por la parte del oeste hasta la cordillera de los Alleghanies, y, durante este período, durante la vida, puedo decir, de algunos de mis oyentes,, nuestro pueblo, aumentado por muchos millo- nes de almas, ha ocupado el valle oriental del Mississipi, ha subido hasta las fuentes del Mis- souri y ya va extendiendo los beneficios del gobierno republicano a valles cuyos ríos des-

TEJAS 207

aguan en el Pacífico. El mundo entero admira los triunfos tranquilos de la industria y la cons- tancia da nuestros emigrantes. A nosotros nos toca protegerlos eficazmente adondequiera que encaminen sus pasos en nuestro territorio.» Es- tas palabras no sólo se dirigían a Inglaterra por la disputa que sostenía para no apartarse del Oregón; se dirigían también a Méjico, y apun- taban una política de expansión bacia el oeste, . Para el presidente Polk, decir nuestros territo- rios no era expresar una simple pretensión a tal o cual faja de costa en el Pacifico; era fijar como terreno propio para la expansión del pueblo norteamericano, el territorio comprendido desde el Oregón basta California. Esto no significa que premeditase una guerra desde entonces. La idea que tenía, como nos lo dice su diario iné- dito consultado por Jesse S. Reeves, era valer- se de la anexión de Tejas a los Estados Unidos, para bacer un tratado de limites con Méjico, que no difería mucho del que se adoptó después de la guerra, pues pretendía tomar como línea di- visoria el río Bravo basta los 32'' de latitud, y seguir de allí este paralelo basta el Pacífico. Es- taba dispuesto a dar una indemnización de cua- renta milloneS; aunque creía fácil obtener la ce--

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sión del territorio ambicionado pagando quince o veinte millones.

Un dentista diplomático.

Al retirarse Almonte de Washingtou, y Sha- non de Méjico, cesaron las relaciones diplomáti- cas; pero Polk reanudó inmediatamente otras de carácter confidencial, para lo que se valió de un tal Parrot, dentista, que había vivido en Méjico y que se decia bien relacionado con ios prohom- bres de la política. Tal vez un agente más apto , o de carácter menos grotesco, hubiera logrado el objeto de Polk. Parrot no sólo tenia en con- tra su profesión, que es como cualquiera otra por lo que hace a la honradez para ganar la vida, pero que lo ponía en un plano de infe- rioridad respecto de las personas con quienes debía negociar; su gran enemigo era el pasado que tenia, no recomendándolo mucho el hecho de haber formulado una reclamación contra el gobierno de Méjico por ciertas botellas de cerve- za que se quería hacer pagar muy caras, pues pedía tres cuartos de millón por ellas. Tan im- púdica era su reclamación que aun el ministro de los Estados Unidos, Waddy Thomson, no le

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prestó apoyo, en un tiempo en que toda recla- mación era apoyada diplomáticamente.

L<a inisenisatez domina en Méjico.

No obstante esto, Parrot parece que sirvió a su gobierno con actividad e inteligencia. Distin- guía entre las frases de los guerreros de la prensa y de la tribuna de Méjico, que no veían la hora de que los léperos saliesen a la campaña, y la presión efectiva de la opinión que obligara al gobierno a declarar la guerra. Aun era pro- bable que diciéndose dispuestos a pelear los pe- riodistas y oradores, hubieran acabado por acep- tar con júbilo una negociación pacífica. El que vea los papeles públicos de entonces, las actas del congreso, los manifiestos del gobierno y to- das las fuentes de información, se persuadirá de que había un aparato de indignación y una real indiferencia.

No se quería conceder que los Estados Uni- dos pudiesen anexarse Tejas sin grave daño de la honra de Méjico. Periódico hubo. El Siglo XIX, que decía: «Tejas no puede disponer de una soberanía que no tiene; pero aun cuando

M

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fuera en realidad independiente, no tendria de- recho en refundirse en la Unión Americana^ con detrimento de Méjico >.

Cuando llegaron las propuestas de paz hecha» por Tejas, a instancias de Inglaterra, el ejecu- tivo fue facultado para oirías y para hacer arre- glos preliminares; pero el diputado Rodríguez, de Tabasco, habló profusamente para demostrar que las propuestas de paz debían recibirse en San Felipe de Austín por un general victorioso^ y no en Méjico por un gobierno tímido. ¿Para qué era la fuerza militar y el heroísmo épico de nuestros soldados? Arrastrado por esta misma tendencia, el gobierno recomendaba las negocia- ciones pacíficas, fundándose en que sin ellas la anexión a los Estados Unidos sería un hecho, y en que la anexión significaría guerra entre am- bos países, cualesquiera que fuesen los males de- semejante rompimiento. Así hablaba el ministra da Eelaciones, Cuevas, en su informe rendido a la cámara el 21 de abril.

No era a los Estados Unidos a quien debía haber declarado la guerra el ministro Cuevas, sino a mismo, supuesto que sólo bajo el falso concepto de que los Estados Unidos se apropia- ban un fragmento de territorio patrio, podía de-

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jar de ser absurda la tesis del ministro. Esta pretensión era tan ridicula como la de Polk y de Jackson que llamaban reincorporación a la anexión de Tejas; pero la del gobierno mejicano tenía la agravante de no poder sostenerse por las armas.

El 4 de junio, se decretó lo que sigue: «El Congreso Nacional de la Eepública Mejicana, considerando:

»Que las Cámaras de los Estados Unidos del Norte, por un decreto que el Ejecutivo lia san- cionado, ban resuelto incorporar el territorio de Tejas a la Unión Americana;

»Que este modo de apropiarse territorios, so- bre que tienen derecho otras naciones, introdu- ce una novedad monstruosa, de grave peligro para la paz del mundo, y atentatoria para la so- beranía de las naciones;

»Que esta usurpación, hoy consumada en daño de Méjico, ha estado preparándose insi- diosamente hace mucho tiempo, a la vez que se ha proclamado la más cordial amistad, y mien- tras que por parte de la República se respeta- ban escrupulosa y iealmente los tratados exis- tentes entre ella y aquellos Estados;

»Que la referida agregación de Tejas a los

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Estados Unidos conculca todos los principios conservadores de las sociedades, ataca todos los derechos que Méjico tiene sobre aquel territo- rio, es un insulto a su dignidad como nación so- berana, y amenaza su independencia y su ser político;

» Que la ley de los Estados Unidos sobre agre- gación de Tejas a la Unión' Americana en nada destruye los derechos que Méjico tiene y sos- tendrá sobre aquel departamento;

»Que conculcados por parte de los Estados Unidos los principios que sirvieron a los trata- dos de amistad, comercio y navegación, y muy especialmente el de límites, fijados con preci- aión, aun en tratados anteriores al de 1832, los considera violados por aquella nación;

>Y, finalmente, que el despojo injusto de que se quiere hacer víctima a la nación mejicana, la constituye en el buen derecho de usar de todos sus recursos y poder para resistir hasta el últi- mo trance dicha agregación, decreta:

«Art. La nación mejicana llama a todos sus hijos a la defensa de la independencia na- cional, amenazada por la usurpación del territo- rio de Tejas, que se intenta realizar con el de- creto de agregación dado por las cámaras, y

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sancionado por el presidente de los Estados Unidos del Norte.»

«Art. 2." En consecuencia, el gobierno pon- drá sobre las armas toda la fuerza del ejército, conforme a la autorización que le conceden las leyes vigentes, y para la conservación del or- den público, sostén de las instituciones, y en caso necesario, servir de reserva al ejército, el gobierno, usando de la facultad que se le con- cedió en 9 de diciembre de 1844, podrá levan- tar los cuerpos de que habla el mismo decreto, bajo el nombre de Defensores de la independen- cia y de las leyes.»

Los hijos de la nación, convocados para la defensa de la independencia, que nadie amena- zaba, contestaron, unos encogiéndose de hom- bros, y otros, los militares, directamente obliga- dos a ponerse bajo las órdenes del gobierno y a secundarlo, pronunciándose, como era de rigor en una emergencia tan grave.

La. prudencia del presidente Herrera.

Al informar a su gobierno que el de Méjico escucharía proposiciones de arreglo, Parro t no

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engañaba ni se equivocaba. La administración del general Herrera, obligada a dar decretos be- licosos, creía necesario no pasar adelante en ese camino, sobre abismos de ruina y desprestigio; pero no tuvo la suficiente decisión para desafiar a la prensa y a los tribunos que acuñaban capi- tal político valiéndose de la guerra y denun- ciando como traidores a Herrera y a los miem- bros de su gabinete. «Hay un deseo, hasta pú- blicamente manifestado, escribía Parrot, con fe- cha 26 de agosto, de recibir un comisionado de los Estados Unidos, y de cada buque extranjero que aporta a Isla Verde se dice que lo trae a bordo. Tengo razones para creer que un envia- do de los Estados Unidos, no sólo sería bien re- cibido, sino acogido con júbilo (hailed with joy). Un enviado, con las circunstancias que se re- quieren en esta corte, fácilmente y en un al- muerzo, arreglaría la cuestión nacional más im- portante; pero si ha de ser igual a los que han venido últimamente, la situación empeoraría.» Polk inmediatamente nombró a John Slidell, de Luisiana, el cual ya estaba dispuesto a aceptar el encargo, y le dio instrucciones.

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lias instrucciones del secreta- rio de astado Bucbanan al enviado Slidell.

Es muy importante, de importancia funda- mental, como dice Reeves, saber cuáles fueron «sas instrucciones. Cito a este historiador, por ser hasta hoy el que mejor ha presentado el as- pecto que tomó entonces la cuestión pendiente entre Méjico y los Estados Unidos. Mucho de lo que antes se había escrito es declamación y conjetura. Dice Reeves: «La obra de Parrot en Méjico terminó el 18 de octubre, dia en que sa- lió para Washington, con una nota de Black, eónsul norteamericano, en la que éste dijo que tenia seguridades positivas y oficiales de que el gabinete mejicano se mostraba dispuesto a un arreglo de la cuestión pendiente entre las dos repúblicas. El gabinete (de "Washington) había convenido en que el nombramiento de Slidell no se expidiese hasta que hubiera seguridades ofi- ciales de que Méjico recibiría un enviado, y Black tenía el encargo de procurarse tales ga- rantías. Parrot llegó a Washington el 9 de no- viembre.

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»E1 10, Buclianan envió a Slidell sus instruc- ciones, que se liabian redactado algunas semanas antes. Estas instrucciones a Slidell son de im- portancia fundamental para comprender la po- lítica de Polk respecto de Méjico. El presidente dijo a Bancroft, poco después de tomar pose- sión, que la adquisición de la California sería uno de los principales objetos de su adminis- tración. El nombramiento de Slidell era un se- creto. Polk observó todas las precauciones po- sibles para evitar que las instrucciones trans- cendieran al público. Aunque se le dieron ins- trucciones de carácter privado cuando salió de "Washington en la primavera, las que le dio Bu- chanan son la expresión oficial de la política da Polk respecto de Méjico, y a éstas se atuvo el gobierno. Que Polk así las consideraba, lo prue- ba el hecho de que se agregaran a las del comi- sionado Trist año y medio después, y de que se les diera publicidad oficial sólo cuando se pre- sentó el tratado definitivo para su ratificación. Cuando la cámara pidió que se le comunicaran, Polk se prevalió de su prerrogativa constitu- cional, y rehusó hacerlas públicas, diciendo que con esto se producirían serias dificultades en una negociación ulterior entre los dos paí-

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ses. Hasta el 12 de enero de 1848, más de dos. años después de haberse redactado las instruc- ciones, y cuando la guerra en realidad había, terminado, pasó lo que estamos diciendo. El ga- binete estuvo de acuerdo con Polk (en 1845), y- fue de opinión que las instrucciones a Slidell de- bían mantenerse en secreto, porque los minis- tros de Francia e Inglaterra podrían estorbar o desbaratar el objeto de la misión (16 de sep- tiembre de 1845).

lia clave de la política de Polk.,

»La misión de Parrot y las instrucciones de Slidell prueban dos cosas: 1.^, que la guerra me- jicana no fue el resultado de la anexión de Te- jas, y 2.^, que la reanudación de relaciones con Méjico se hizo bajo el propósito de adquirir Ca- lifornia por compra. Estas instrucciones son la- clave de la política agresiva de expansión que siguió Polk. El presidente desarrolló un plan por medio del cual creía poder hacer la expan- sión pacíficamente. Daban una base de susten- tación para ese plan las reclamaciones contra, Méjico, que se discutían desde los tiempos de^

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Jackson, y la resolución conjunta para anexar a Tejas servía al presidente en su obra. Méjico no podía pagar con dinero las reclamaciones; los limites de Tejas no estaban terminados. La idea ■de la indemnización territorial era una conclu- sión irresistible: que Méjico pagara con terri- torio. >

«Las instrucciones dadas a Slidell se referían primeramente a los designios que tenían los países europeos respecto de Méjico, asunto que siempre daba ocasión para declaraciones categó- ricas. Bucbanan decía después que las reclama- <íiones de ciudadanos americanos contra Méjico, deberían solicitar antes que nada la atención de ^Slidell, como asuntos no decididos por el trata- do de 1843, que no se iiabía ratificado. Supues- to que Méjico no estaba en condiciones de satis- iacer pecuniariamente estas reclamaciones, los Estados Unidos las tomarían a su cargo. Ense- guida se desarrolla el plan para hacer esto. Afor- tunadamente— , decía Buchanan , la resolución conjunta del congreso, aprobada el de marzo de 1845, para anexar a Tejas, presenta los me- dios de satisfacer tales reclamaciones en perfec- to acuerdo con los intereses y bonor de ambas repúblicas, reservando a los Estados Unidos el

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■derecho de ajustar todas las cuestiones de lími - tes que pudieran presentarse entre aquel Estado y Méjico. El límite del rio Grande se discute a continuación, y dice sobre este punto Buchanan que no puede haber dudas serias basadas sobre la independencia de Tejas acerca de materia que no está a discusión. Otro era el aspecto del asunto, por lo que se refiere a Nuevo Méjico, puesto que Tejas no lo había conquistado, ni tomado en posesión de su